Reportero de Barrio

Por Lázaro Boza Boza

Adjetivo/nombre masculino y femenino. [Reportero, periodista] Que elabora reportajes o informa de una noticia desde el lugar donde se produce.
Este es una profesión no apta para personas con depresión nerviosa, ni para los que toman las cosas a la tremenda. En verdad es un trabajo

como otro cualquiera, solo que los asombros no están permitidos y preferiblemente ha de verse la vida con la pupila fría del pescado en nevera.

Puede que los epítetos suenen ramplones, pero la verdad se encarga de situarlos en su justa medida. No puede ser reportero de barrio quien tiene un corazón que se acelera ante la indolencia, o la frase manida que, “da al traste” – está de moda decirlo- lo mismo un velorio que un homenaje.


Muy pocos saben del abracadabra y de la “bejuquera” que ha de superar un reportero de barrio para hilvanar una noticia. Y no lo digo por cuestiones de transporte, logística o condiciones meteorológicas; sino por el “secretito” que regresa después del aldabonazo que halara múltiples orejas y recordara a los desmemoriados el deber de la prensa y la obligación de los servidores públicos con la información.
Las aguas mansas – diría un amigo, siempre escéptico- los incompatibles, simuladores, disfrazados de ovejas- diría yo.
Regañadientes, es la palabra exacta para los que han de comparecer ante una cámara y explicar lo inexplicable, lo que nadie entiende, lo que depende de los hombres, lo que injustamente le achacamos a los recursos. Y si comparece aparecerán frasecillas tecnocráticas que recuerdan el léxico de Adolfo, personaje del filme cubano, “Guantanamera”.
Equivocan los que afirman que el reportero de barrio tiene resueltos sus problemas. No pocos dicen, ¡Claro, lo de él está guardado en la trastienda! Cuando en realidad pasa las de Caín detrás de la vianda y la carne de puerco; reparar la casa le es imposible, el chofer del ómnibus, más que cobrarle, le multa y el secretista lo mira con desdén. Como si fuera poco, el pueblo le achaca la no solución de los problemas, o la complicidad cuando las cosas marchan mal.
Un reportero de barrio tiene, sin falta, que hablar de logros y fanfarrias, y cuando toca el tema de lo que se incumplió, corre el riesgo de sentir sobre el pelambre la embestida de un huracán fuerza cinco.
La verdad objetiva, recurso supremo del reportero de barrio- aunque suene a oxímoron- de tanto emplearla, sin otras consecuencias como no sean la ojeriza del criticado y el cierre de un buen número de puertas, pierde sentido y se metaboliza en el absurdo cotidiano de la inmovilidad y el conformismo.
¡Ilusos!- dijeron los que juegan cabeza a incómodas crudezas de un programa televisivo o la primera plana de un diario vespertino- Ilusos fueron- fuimos- los que no contamos con la fatídica existencia de la tan explotada historia del río que pule las piedras, el bien probado adagio del, “déjaselo al tiempo”, o la teoría del buey- saber guajiro- que expone el lomo al golpe del látigo y olvida tirar del arado.
Aun así, no existe nada tan emocionante como la profesión del reportero de barrio. Es la posibilidad de descubrir a tus gentes desde perspectivas insospechadas que abarcan lo humano, lo laboral o el espíritu emprendedor que gravita sobre cada hombre o mujer que ha parido esta tierra. En casi once años he vivido en primera fila la naturaleza enardecida de las costas, manglares y vigorosos pinares de Mantua, conocí – y conozco- los secretos del alma guajira que anida en el surco, en la montura y en la yunta pegada al carretón. Sé de lo fantástico que recorre los valles, del secreto del río y el olor de la sierra, y no es poesía; es oportunidad que no brinda la gran urbe, monstruo de concreto incapaz de regalar el sonido rural que inyecta colores en la cámara inquieta que apunta al rostro de mi barrio.
Tales motivos valen la pena, aunque las noticias escaseen y en ocasiones termine cómplice de congratulaciones, conjuros y diplomas plasticados.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.