Culturas europeas en Cuba: reflexiones comparativas

Por Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez

Mis resultados de investigación al iniciar los años 90 ya bastaban no solo para comprender el error de insistir en “la raíz española y la africana” en la cultura cubana, cuando en verdad son las raíces de las diversas hispanidades (muy distintivas entre sí) y culturas africanas (ídem); sino también, que Cuba era mucho más que España y África, contra quienes aún lo siguen absolutizando así. No en balde estuve entre los primeros entusiastas que han sistematizado lo chino en Cuba (1995) y poco después, nuestros ancestros indoamericanos, cuya vigencia integral aún soy de los pocos que reconozco.

Pero entre otras culturas que igualmente determinan áreas de lo cubano (por ejemplo, de las diversas Américas) ya entonces y aún hoy, sigo considerando a la Europa no española como las más marginadas de estos estudios, al estigmatizarse como símbolo del capitalismo, los “problemas ideológicos”, el exotismo, al simplista y peligrosísimo extremo racista de negar como cubanos a los tantos que tuvieran o no dicha ascendencia étnica, lo parecieran físicamente, sobre todo si de ojos y cabellos claros se trataba, ni con modales de elegancia, concesiones al clisé reduccionista, populista y hasta vulgar de “lo cubano”, que pretendiéndose lo contrario, sí rebosa de genuinos exotismos.

Estos resultados los presenté por primera vez en 1996 en el Simposio de la Ciudad de La Habana, ante un tribunal que con el mayor respeto, no rebasaban más allá de “Cuba es España” no importa que tantas y tales evidencias lo cuestionaran y llenaran de matices. Estaba pagando yo el precio de los pioneros, de mi juventud entonces, de la osadía contra lo establecido, de no corresponder supuestamente a ningún patrón a concederle crédito para quedar “políticamente correctos”, y de insuficiencias científicas que seguían (siguen) privilegiando la Antropología Física sobre la Cultural, y así limitaban a las inmigraciones la incidencia étnica de una cultura en otra.

Justo es aclarar que aunque no se detectaban antecedentes de “la Europa no española” en Cuba así, como tal, hitos como el mismo Fernando Ortiz entre otros, aún aisladamente, habían destacado en textos, migraciones y renglones culturales muy puntuales, a menudo más bien de personalidades muy concretas, la impronta sobre todo de italianos, franceses y algunos otros, como la mutua reducción entre hebreos y polacos por el imaginario empírico.

Otros autores como yo, también desde el más discriminado anonimato y casi siempre en eventos sin la promoción adecuada ni mucho menos se publicaban, aun cuando no refirieran “la Europa no española”, muchas veces por sus respectivas genealogías personales y dado el contexto de una Cuba que requería de ayuda de otros países para sobrevivir al perderse el llamado campo socialista, aportaban parcialmente aunque sea, sobre sus precedentes auto-biográficos y biografías de allegados, así como en la literatura y medios en general y a veces, en determinadas comunidades del país. Muy pocos (muy excepcionalmente) y sin la debida promoción ni reconocimiento entonces, incluyen inmigraciones europeas a Cuba, como sí hizo el Dr. Jesús Guanche precisando datos, al aportar su definición del etnos cubano (1996).

No obstante las incomprensiones de 1996, y mientras inauguré (para sistematizar más allá de esa década) en junio del 2001 los ciclos de conferencias en la Unión Francesa de Cuba sobre la impronta francesa en nuestra cultura, y en 2012 tres programas de “Universidad para todos” en televisión, además de otro sobre los italianos, uno sobre el resto de Europa y dos sobre la cultura estadounidense en la cubana, pude a la par, ir publicando parcialmente y sobre todo al avanzar el siglo XXI, artículos y libros que sistematizaban estos estudios entre lo general y lo particular, por regiones cubanas y de cada cultura europea, y por áreas culturales.

Por supuesto que las inmigraciones no se pueden obviar en estos temas; pero tampoco las emigraciones a esos países y no solo por la impronta cubana en ellos, otro rostro no menos importante del mismo estudio y que se impulsan y retro-alimentan mutuamente, sino también por lo que cada cual importa al regresar aunque sea de visita, o escribe o envía en fotos a sus conocidos aquí.

De la misma forma tanto inmigrantes (de mayor o menor tiempo en Cuba, incluidos los turistas) como imaginario nos llega de esos países directamente pero también por terceros: el que cada hispanidad y dentro de ella, cada sujeto según sus referencias, traían (traen) del resto de las culturas europeas, incluso en su devenir histórico por las tradiciones heredadas (los pueblos ancestrales de cada región, los antiguos vikingos, los hebreos tanto asquenazis como sefardíes o criptojudíos, gitanos…), pero también transculturados por sus antiguas colonias (Haití, anglo-caribeños, etcétera) y otros países de migración o turismo intermedio como Estados Unidos, las vivencias e imaginario (incluida la cultura adquirida) que muchos europeos portan de sus coterráneos y de otros europeos, o que no europeos portan de Europa, lo que se potencia mucho más con el surgimiento y desarrollo de los medios de comunicación masiva desde la imprenta, la fotografía y el cine, la radio, la televisión y más reciente, el ciberespacio, lógicamente, más acelerado y profundo al avanzar el siglo XX, y rebosante de juicios y prejuicios, también según cada fuente.

Todo lo anterior depende de las vivencias y cultura de cada sujeto, así como el análisis comunitario local tanto de cada cultura europea como de la cubana en estudio, y entre ellas son fundamentales los métodos histórico y el comparativo, evitando el clisé pero considerando por ejemplo, las diversas regiones europeas que en un momento pertenecieron a una nación y luego a otra, y algo comparten distintivamente de ambas, igual que al estudiarlo hacia y desde las comunidades cubanas, en su devenir histórico y por comparación.

Por último, resultan esenciales penetrantes estudios no solo de cada comunidad cubana, a donde han llegado las más insospechadas personas de cualquier rincón del planeta, incluidos europeos, directamente o por terceros países, o de terceros países pero en mayor o menor grado transculturados en contextos europeos o por las culturas europeas: el urgente desarrollo de los estudios comunitarios en Cuba abrirá horizontes infinitos en ese sentido.

No menos importante es conocer profundamente todas y cada una de esas culturas europeas (su historia integral, incluidos su imaginarios) desde sus gérmenes, de los que brotan muchas raíces y otras incidencias transculturadas a las culturas comunitarias cubanas actuales, y su tremenda diversidad de cada región, como por ejemplo, las raíces británicas en los bretones franceses y las nórdicas en la Normandía de la misma Francia, que sin embargo como Inglaterra, ya era una cultura nacional cuando Colón llegó a Cuba, nacionalidad cubana que se conforma siglos después, pero mucho antes que la italiana y la alemana, aun sin conformarse como países sino hasta fines del siglo XIX, de la misma forma que los españoles lo fueron más en Cuba (y el resto de países donde iban, típico de las emigraciones) que en su propio país donde aún hoy, continúa como estado multinacional y evidentes y hasta comprensibles luchas por diferenciarse e incluso, devenir estados aparte (situación no exclusiva de España) a pesar de los logros y urgencias de la Unión Europea.

En todo ello hay que evitar los dogmas que traicionan a  toda ciencia, pues sobre todo en el mundo actual, en que el cosmopolitismo se impone, abundan bretones (por continuar el ejemplo) con muchas otras raíces e influencias (a veces más que las franco-británicas) que portan por todas las vías; y habría que hurgar e incorporar todas y cada una de ellas; sin que ello desestime tampoco la identidad raigal tradicional en evolución de cada área concreta.

Finalmente, cada cultura europea se distingue de las restantes por su impronta en Cuba y más aún, en comunidades cubanas, incluso algunas con periodizaciones muy propias, además de sus tantas otras identidades intrínsecas desde su génesis y devenir; así por ejemplo, si disímil es el imaginario de unos y otros en que nos llegan todas, los portugueses e italianos han sido de las más sistemáticas y continuas, los primeros casi como una más de las restantes culturas ibéricas (hispánicas: gallegos y extremeños tan afines, por ejemplo, mientras vascos y catalanes cuentan con más afinidad francesa) y legando también hitos muy particulares según comunidades y contextos cubanos; mientras desde Colón, los Antonelli y otros, la diversidad de áreas y valores italianos llegan con el poder, aunque también entre lo más popular.

Al igual que Inglaterra y Holanda, Francia tuvo un primer período de raíces e influencias por rechazo durante el corso y piratería, pero asimilación en el primer comercio clandestino cubano; que radical casi siempre, Francia cambia en 1700 con los Borbones en el trono español y de nuevo pero en otra dirección, desde 1789 con su Revolución que tanto determinó para el nacionalismo e independencia cubanos; mientras Inglaterra marcó su hito en 1762-1763 con su paso corto pero indeleble, que también matizó otras incidencias, como la francesa… la familiaridad latina, histórica y hasta geográfica, inciden en el protagonismo de portugueses, italianos y sobre todo franceses, sin obviar el carácter imperial especialmente de Inglaterra y Francia, cuyas culturas así se han expandido. Menos decisivamente pero igualmente imborrables hay que sumar las culturas germanas y luego, muy distintivamente, otras centro-europeas, y en grados distintos y también contextuales, nórdicas y euro-orientales, estas últimas de forma muy peculiar y también distintiva con el llamado “campo socialista” pero cada una desde mucho antes, como corresponde a toda Europa, esta mucho antes incluso de 1492, como las antiquísimas pero tan vigentes en Cuba raíces greco-latinas (y luego los diversos cristianismos), cuna y esqueleto de la civilización occidental.

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