Querer a Mantua. Editorial

Es difícil imaginar un lugar como Mantua. Para los malintencionados puede parecer una ironía, porque, ciertamente hay quienes no ocultan el desprecio por lo austero de este pueblito, y lo describen como el lugar causante de sus  fracasos.

Nada es peor que culpar al mundo de la desgracia propia. Y es cierto que, el que vive en Mantua, permanece alejado de todo cuanto recuerde la gran ciudad, el tráfico y la vida agitada que algunos prefieren, no por comodidad, sino por absurda pretensión.

Los que de buena fe vivimos en Mantua sabemos de sus males, pero reconocemos las virtudes de esta tierra, tantas  veces omitida y siempre bien querida.

No hay por qué negar que las políticas económicas del país, pocas veces fueron benévolas con Mantua: pesca, minería, recursos forestales y ganadería, según el decir popular, pertenecen a otros territorios menos favorecidos por la naturaleza, pero más cercanos a la capital provincial. Muchos se preguntan qué sería hoy de Mantua si el tren hubiese llegado hasta nuestros predios.

Pero, más allá de  verdaderas  o falsas apologías, mitos, leyendas y realidades, querer a Mantua no puede ser moda, o compromiso insípido;  tiene que ser necesidad impostergable, porque su historia, sus gentes talentosas y sus recursos naturales le aseguran un futuro en la economía del país.

Por otra parte, no hay como la tranquilidad y la solidaridad que se respiran en Mantua, genuinos tesoros que ya  no se encuentran en parte alguna.

Claro está: existen heridas en sus calles,  personas que jamás la honrarán con sus actos, pocos empleos atractivos y bien pagados;  y cuando pensamos en lo lejos que están  la Capital,  las universidades y los grandes hospitales, se nos encoje el corazón.

A diario en las redes sociales, mantuanas y mantuanos alrededor del mundo quieren saber de su tierra y se regocijan  con las imágenes de sus bosques, sus ríos, sus calles y sus gentes. Esto dice mucho y bueno de este territorio, tierra, también amenazado, según el imaginario popular, con la pérdida de su identidad, si continúa el éxodo de sus empresas y  centros productivos  hacia otros lugares de la provincia.

Otro asunto tiene que ver con quienes desde dentro, sin hacer mucho por ella, la califican con los epítetos más despectivos y crueles: viven abochornados de su tierra,  de sus gentes, y no lo ocultan.

Cuando preguntamos, qué hacer para que nuestra patria chica sea mejor, aparecen decenas de respuestas inteligentes, pero la mayoría no confía en que seamos capaces de materializarlas. Y es que si algo falta es la verdadera participación ciudadana, esa que hace importante a las gentes, porque les da oportunidad para que sus criterios e iniciativas tengan verdadero valor.

ES tiempo de desterrar la perniciosa e insana apatía que carcome a una buena parte de los mantuanos, y por la cual se contentan con la subsistencia, la conformidad y el inmovilismo.

Hace unos años atrás, era fácil salir con una cámara a las calles y entrevistar a un ciudadano o una ciudadana de esta villa. Pero el panorama cambió, y  salvo algunas excepciones, la mayoría se reúsa a expresar criterios públicamente.

En ello no solo influyen los problemas reiterados que no encuentran soluciones; también pesa el resultante de un micro mundo de influencias diversas que obstruyen el valor real de la vida en la localidad, la subvaloración de lo que tenemos y la fatal capacidad de ver las manchas del sol, en vez de ver la luz.

Hay mucho por hacer para que Mantua brille y sus lunares desaparezcan en lo más hondo para dar paso a una vida diferente. Los  que acá vivimos tenemos la obligación de estar inconformes con lo mal hecho, de expresarnos en cada espacio, de tener acceso total a la información y de participar con nuestras iniciativas en el mejoramiento de Mantua.

Para nada hemos de estar conformes con lo roto, lo destruido, lo chapucero, las indolencias,  las indisciplinas y los cantinfleos de los que no piensan en el desarrollo de esta tierra, ni levantan la mano para defenderla.

Cada vez el país avanza hacia un modelo en el que el municipio será más independiente para obrar y construir su prosperidad, pero de nada servirá llegar a ese momento si no estamos preparados. Es urgente poner en alerta máxima nuestras capacidades y potencialidades, porque si esperamos a que tal estado de cosas nos sorprenda, el desarrollo no será posible

Es  bueno recordar a los alicaídos, a los que ya se rindieron, que nadie puede sustituirnos en la construcción de nuestro propio destino; solo es necesario que queramos avanzar,  y lo demás sucederá. Al fin y al cabo, querer si es poder.

 

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