Derechos ciudadanos, clientes y razones

Por Lázaro Boza Boza

Convertir en ley un derecho, puede ser el camino para iniciar nuevas relaciones entre el vendedor y el cliente, pero es preciso recordar que proteger al consumidor no es solo asunto de una legislación.

El día a día dice más que una encuesta. No hay más que vivir las calles para darse cuenta que en materia de cortesía y respeto estamos en los latidos más bajos.

Personalmente me inclino por creer que la dinámica de estos tiempos, plena de stress, frustraciones personales y  problemas insolubles alteran los sentidos en ambos lados del mostrador.

Pero muchos, muchísimos optan por señalar la ausencia de rigor, el “sociolismo”  y las componendas de trastienda como las verdaderas e inalterables causas del robo en las pesas, las reparaciones deficientes,  la venta de insumos y equipos de pésima calidad y la permanencia de administrativos maltratadores en sus puestos, o más arriba, con sanciones leves y palmaditas en la espalda.

Para la sociedad quejarse del maltrato ha dejado de ser una opción viable. Es cierto: cada entidad estatal tiene funcionarios de atención a la población, pero la experiencia práctica deja claro que una queja no conlleva a la solución; por eso las personas prefieren el borrón y la cuenta nueva, que en términos sociológicos significa pérdida de confianza en las instituciones estatales.

Cuando el ciudadano común llama a un centro de trabajo, solicitando una información, por lo general lo recibe un saludo áspero, aburrido, y si acaso,  el nombre escueto de la institución.  Con esas credenciales, es casi imposible no sentirse cohibido, de ahí que las personas, cada vez más, opten por solucionar sus asuntos en otras instancias.

Algunos recurren a la prensa; otros al mercado negro, y otras culpan al país por la insensibilidad de una sola persona o colectivo laboral.

La desmotivación o los problemas personales del vendedor, no pueden ser la causa del maltrato al cliente. Significa que, quienes tienen por empleo el trato con la población no pueden darse el lujo se transmitirle sus preocupaciones o escudarse tras el, “yo también tengo problemas”.

Pero no solo es maltrato al cliente la indiferencia, o una mala contesta; es también la presencia personal del que vende,  y la higiene y organización del local, no siempre las mejores. Malos olores, moscas, el omnipresente hábito de fumar y manipular alimentos… en fin, asuntos decepcionantes e  insolutos.

¿Y qué decir de los precios alterados, la pésima calidad de los productos, la garantía ficticia que te lleva por los largos  caminos del, reparo o no reparo, devuelvo o no devuelvo?

Por último y no menos importante hemos de admitir que el irrespeto al cliente es un asunto generalizado en el país, que no solo es necesario cuidar el bolsillo de los carteristas, que el maltrato verbal y físico están entre las opciones y que, sin retomar el rigor de otros tiempos mejores, valorizar el trabajo del que vende y del que compra, una resolución o una ley no serán más que otros de los tantos instrumentos diseñados con las mejores intenciones pero sin resultados.

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