Toma única

Por Lázaro Boza Boza. tomado de www.telepinar.icrt.cu

Algún tiempo atrás, cuando no pensaba dedicarme por entero al periodismo conocí a un reportero participante en  la guerra de Angola. Todo un personaje,  le decían “el fílmico” y de su infinito caudal de historias, me impresionó un hecho que hoy me complace llamar, la “toma única”.

Para algunos es cuestión de suerte, o del cacareado slogan: el lugar correcto en el momento correcto. Pero no hay dudas, la “toma única” existe y espera por el que tenga la osadía de levantar la cámara o el celular, que hoy es la herramienta más cercana.

Más de 900 mil visitas tiene el video del puente fracturado por la crecida del  río Zaza. El suceso no tendría un ápice de extraordinario si no fuese por el complicado paso de ballet que le salvara la vida a la joven sobre el borde de la sección colapsada. Satisface ver cómo libra del peligro en un acto casi prestidigitado, y obliga a pensar en la causal que hizo posible la toma de tan impresionantes imágenes.

Con tales ideas, recordé el invierno del 2015 cuando fui llamado a reportar los grandes incendios forestales que azotaron el suroeste de Mantua. Sobre las dos de la tarde llegué a la zona “caliente”, perfecto hervidero de bomberos y movilizados en lucha épica contra un siniestro que ya había consumido 600 hectáreas del macizo boscoso y parecía no tener fin.

Pedí un práctico y me ofrecieron un jovencito imberbe, casi un niño. Al verme en mi uniforme militar, se cuadró muy serio y me dijo: “capitán, nos vamos detrás del buldócer que va a abrir una trocha hacia el norte”.

A la salida se me unió Benito, gran amigo de la infancia y dirigente de Ciencia y Tecnología en el territorio. “¿La cámara nada más?, Estás frito y no lo sabes.”

Se fue hasta una camioneta y regresó con dos pedazos de tela y un pomo de  agua. “Ahora si podemos ir”.

La máquina arrancó y seguimos sobre las huellas dentadas que dejan las esteras. Al frente, el bosque, a la derecha los ruidos de la carretera y sobre la izquierda el trepidar del incendio. Pedimos al guía  adentrarnos en la contingencia y el chico, pálido y tartamudo nos dijo que, era mejor seguir el buldócer, porque estaríamos más seguros.

Miré a Benito  y enseguida adivinó mi inquietud periodística. “Si sigo el cacharro ese no tendré una toma verdadera de lo que está pasando aquí”- le dije.

Me miró a los ojos y supo que  nada me detendría en mi afán de buscar las llamas: “Sígueme- me dijo-  que vas a grabar candela hasta por gusto”.

Doblamos a la izquierda y el fuego dejó de parecernos cercano. Abatido comencé a pensar que ya lo habían apagado y que solo alcanzaría a grabar los clásicos tocones humeantes que muestra la televisión cuando el equipo llega tarde al lugar del suceso.

Avanzábamos por un camino flanqueado de altos y vigorosos pinos cuando la pérfida bestia nos cortó el paso. Del cañadón surgió en explosión aterradora y comenzó a engullir la materia inflamable que lo separaba de los grandes árboles.

Sentí miedo, pero el instinto pudo más, así que armé la cámara y comencé a grabar. Imaginen un muro verde de doscientos metros de largo y unos veinte de alto engullido en apenas segundos por una llamarada que alcanza el cielo. Sin apartar la vista de la pantalla, comencé a retroceder para encuadrar la alucinante magnitud del incendio.

“Aparta que nos está rodeando”- dijo Benito y en su voz noté la alarma. El fuego, por algún cambio del viento, había saltado sobre nosotros y ambos lados del camino eran pasto de las llamas….

“Agua”, dijo Benito, y por un momento pensé que pretendía apagar  el bosque con el contenido de su botella. Sacó los trapos, los empapó y me alcanzó uno.

“Ponlo en tu cara para que  filtres el humo que si perdemos el conocimiento nos encuentran carbonizados”.

Como un autómata até el trapo a mi rostro, tomé la Sony y corrí a todo lo que daban mis piernas. Hicimos un alto en un calvero, todavía rodeados por el incendio. El rechinar de hierros y el motor del buldócer lanzado a mil revoluciones nos hizo respirar aliviados. El monstruo de metal le entró al pinar en llamas y lo arrancó como si fueran arbustos.

“¡Graba periodista -me gritó uno de los bomberos que corría detrás de la máquina- que más nunca volverás a ver algo igual en tu vida!”

El trabajo resultante de tan temeraria expedición obtuvo un primer premio en el festival de ese año. Muchos me felicitaron por el realismo y la autenticidad de las imágenes, a todos di las gracias y muy en el fondo deseé no volver a vivir las circunstancias que me llevaron a realizar tomas tan originales, tan únicas… atrapado en un incendio forestal.

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