Mina, La Unión, de leyendas y misterios

Por Lázaro Boza boza

Terreno rojizo, salpicado de arbustos raquíticos, por donde serpentean perennes hilos de aguas sulfurosas. Montículos de cobre,  hierro y otros metales caracterizan el perímetro de la mina, “La Unión”, uno de los yacimientos cupríferos más antiguos de América.

Pozos que reflejan el azul profundo del cielo son el recuerdo húmedo de antiguas galerías donde trabajadores asiáticos, esclavos africanos y asalariados criollos arrancaban el mineral a las entrañas de la  tierra para enviarlo a Gran Bretaña en grandes veleros.

La primera noticia que se tuvo en la villa de San Cristóbal de La Habana de la gigantesca veta data de 1798. Una comitiva encabezada por el capitán del ejército español, José María de la Torre y el experto en la naturaleza cubana, Antonio López Gómez, dio fe de la riqueza que ocultaba el subsuelo en este lugar recóndito de vueltabajo.

En 1853, en pleno apogeo del negocio minero, los dueños de “La Unión” construyeron una torre donde instalaron el horno para la fundición del cobre en lingotes.

La chimenea, compuesta por 90 mil ladrillos que la elevan unos 30 metros, en un alarde de fortaleza que ya cede a los años, resiste la furia de los elementos desencadenados que suelen azotar la llanura mantuana.

La minería en la zona se extendió hasta 1868, fecha que marcó el inicio de la leyenda que acompaña a la mina hasta los tiempos presentes.

Los patronos, incapaces de pagar el salario de los obreros chinos, dinamitaron las entradas de las galerías y los dejaron morir en las profundidades del filón.

Narran los habitantes de la comarca que, en las noches de invierno, cuando el viento aúlla entre los hierros oxidados de la atalaya, se escuchan los lamentos de las víctimas sepultadas tan lejos de la tierra que los vio nacer.

Cierto o no, las ruinas de la mina, “La Unión”, son un monumento a las leyendas que conforman la identidad lugareña, reflejos de un pasado que, en las noches solitarias de la llanura mantuana, sorprenden al viajero que se empeña en pernotar a merced de los difuntos que lloran.

 

 

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.