Desconfiados, dudosos…

Por Lázaro Boza Boza

La incredulidad se ha convertido en divisa de los últimos tiempos. Los padres inculcan a los hijos, no creer en nadie,  porque, según ellos,  el mundo se parece cada vez más a la letra de  esta polémica canción:

Cierto es que años de estrés y tensiones desmedidas dejaron una herida, que aún sangra, en la consciencia de la nación.   Pero el bálsamo curativo no radica en el egoísmo y la desconfianza, raseros ideales para fomentar la discordia y el desmembramiento.

Recuerdo los  primeros meses del periodo especial, los primeros apagones, las primeras diferencias explícitas que laceraron el cuerpo y el alma, y las primeras estafas de los que, pronto, muy pronto, optaron por ser lobos de sus semejantes, y desde entonces hasta este día, sus camadas no han dejado de crecer.

Dudar es el atributo con que obsequiamos a nuestros vástagos para enfrentar la vida mirando por encima del hombro, y ello incluye medir las palabras, retener la bondad y pasar de largo ante el dolor ajeno.

No obstante, tenemos pocos argumentos funcionales para desterrar la duda del espectro social cubano. La prensa refleja  casi a diario, el timo descarado, el robo en las pesas, la mala calidad de los productos,  la especulación y la espiral de precios, en el 99% de los casos, elevados por los expoliadores que actúan con casi total libertinaje.

Tanta incredulidad va acompañada de esa violencia que se adueña, sutil,  de nuestra tradicional visión de la vida, ya sea en una gran ciudad o en una villa provinciana.

Un análisis de la desconfianza la declara, cómplice del encargo social deficiente  y a la ausencia crónica de transparencia. En las relaciones laborales, y más allá, una gestión mediocre, carente de interés  e iniciativas, conduce irremediablemente a la desconfianza de la mayoría sobre sus representantes.

La historia de la nación demostró que antivalores comunes a semejantes suspicacias, como el regionalismo, la división entre los revolucionarios y las luchas intestinas por el poder mermaron la capacidad combativa y echaron por tierra el sueño libertario del Padre de la Patria en el lejano 1878.

Y así, en cada vez, donde la duda plantó sus fatales semillas, brotó la derrota y la infelicidad. Por demás es bien sabido que, vivir sin creer en tus semejantes, es el mayor sinsabor que un ser humano pueda experimentar en toda su existencia.

La escuela, la familia y la comunidad precisan desterrar todo vestigio de duda en los niños y jóvenes de hoy. Solo son serenos los que no dudan, reza un adagio que goza de razones y ejemplos suficientes para demostrar que la verdadera Cuba yace en lo profundo de nuestra consciencia, y es la que debemos cambiar con la marcha unida que destierra la ironía, y relega la duda, la desconfianza y las suspicacias  al rincón más oscuro de la casa, donde han de ponerse las cosas feas y solitarias que traten de impedirnos el porvenir.

 

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