Guateque en el bohío

Por Lázaro Boza Boza

Me invitaron al guateque y no lo pensé dos veces: cámara en ristre, desafiando la crónica ausencia de transporte, me fui a Pino Gordo, donde la música guajira sería dueña del poblado por  toda la tarde y parte de la noche.

Pintar con palabras es difícil. Sobre todo porque la profusión de colores tiende a ahogar el imaginario.

Saludo a conocidos y amigos; también a familiares cercanos y lejanos que mi origen en este mundo. Pelo claro, ojos grises, orejas grandes y tez rosada anuncian la sangre canaria que pronto se mezcló con la africana para dar origen a la prole de donde surgí.

En el Círculo Social suena “Maravilla”, sexteto de finísima melodía que apunta a lo cubano y  tiene seguidores en jóvenes y adultos por igual.

Allí me voy, y desde la entrada hasta el escenario,  de tantos bailadores, demoro una eternidad.

¡Al fin!,  me sitúo junto a los músicos y comienzo a grabar.  Un señor con varios tragos, meloso,  inconfundible hijo del Dios Baco, se agarra de su guajira que, estoica y sonriente lo hace zapatear al compás del güiro y el tres.

Coreografía improvisada de jóvenes muchachas con sonrisas de  hermosas dentaduras. Lo hacen bien y es tanta la soltura que me resulta imposible un encuadre con la cámara tan cercana.

Me remonto a mi infancia;  la familia “bañada, comida y vestida”, lista para ir al Encinal, al baile de los Ajete.

Todos a caballo, ¡pronto! para no perder la carrera de sortijas, ni el refresco con ¡hielo!, que traían en grandes bloques desde Los arroyos.

Mi tía Nieves era amazona. Iba en el potro alazán que caracoleaba  todo el camino y doblaba el cuello con gráciles movimientos. Allá la respetaban por buen jinete y ganadora de las carreras y el salto con obstáculos.

Yo, con mi abuelo, en su mejor caballo, de alta cola y orejas inquietas.  Los demás en el coche tirado por la mula de gordas ancas y lánguida buenura.

En la distancia se escucha el violín de Aurelio, y el dun, dun, dun del contrabajo con bordones de cuero.  Llegamos y hay presentaciones y cumplidos. Mi madre me sacude el polvo de los zapatos, alisa mi pelo y me estira la camisa a cuadros.

En el salón bailan las parejas; los hombres de guayaberas, o en mangas largas, sombreros de paño o yarey.  Las mujeres con vestidos estampados y flores en el pelo.

En la esquina más ventilada las abuelas, chismorrean cuentos de engaños y tragedias. En el mostrador, al fondo, Joseito vende mojitos, cerveza, chicharrones,  alegrías de coco y tabletas de semillas de marañón molidas.

Termina la orquesta, explotan los aplausos y suben los poetas acompañados por la algarabía de sus seguidores. Suena el laúd y comienza la controversia…

Regreso al presente y todo resulta parecido. Son otros los tiempos pero,  salvo el vestir que lleva un cuarto de siglo a mis recuerdos,  la alegría es la misma.

Salgo del Círculo Social y compro golosinas que rememoran en lo profundo de mi mente los dulces y chucherías domingueras  de mi abuela Rosa: frituras de maíz, boniatillos y buñuelos con miel.

Un guajiro extiende su mano y  me obsequia un tabaco, de los que suele torcer sobre la mesa del comedor, después de un buen café. Le acepto el regalo que, sin prender porque no fumo, y en gesto de fina cortesía, sostengo entre mis dientes por el resto de la tarde. Un audio anuncia la carrera de sortijas, y allá voy.

Capto imágenes únicas de la vida del campo, y me pregunto ¿Cuánto hemos perdido en este atrape de modernidad perniciosa  los que solemos  titularnos poblanos?

Hay mucho que ver y aprender. Las muchachas montan bien y los chicos las miran atontados. Una lleva en la zurda el firme astil con la bandera cubana, y en la derecha el mando del noble bruto que se somete a los designios de la bella.

Suena un silbato y comienza la exhibición…

Me voy no más cae la tarde, después de entrevistar a jóvenes y veteranos. La pregunta a los primeros, obtiene respuestas bien cortas que no niegan asombros, alegrías y satisfacciones.

Los mayores rememoran tiempos con los que coincido, porque pertenecen a los días más felices de mi existencia.

En mis grabaciones entran también versados en cultura comunitaria. Ellos  prefieren decodificar el fenómeno guajiro al que, al igual que yo han sucumbido,  en términos de arraigos, rescates y continuidades.

En mi pequeña Sony, imágenes para la posteridad. Recuerdos que muestran a las gentes de mi Mantua en su dimensión más pintoresca;  de mi mente brotan rápidas estas palabras que escribo en la soledad de una parada; y en mi corazón un palpitar de maravillas intangibles que no pueden morir porque, en su ida, desapareceríamos con ellas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.