Por Lázaro Boza Boza
Aquella señora pasó por mi lado con el rostro fruncido, y en sus ojos el brillo de pasados rencores. Entonces recordé sus motivos para dedicarme tan agresiva mirada: cinco años atrás regañé a su hija por actos impúdicos, en horario nocturno, frente al Telecentro. Desde entonces, no me perdona.
Y este no es el único caso de antipatías hacia quienes, conscientes de sus responsabilidades, retratan con afilado verbo aquellas actitudes que incomodan a la mayoría.
Cuando esto sucede, el “ofendido” rumia pesares, planea venganzas y achaca desventuras y debacles a la intervención del ciudadano que no ha olvidado la decencia, la cortesía y la necesidad de vivir respetando el derecho ajeno.
Así van muchos, con el pesado fardo de los rencores infundados, amargados por un sentimiento doloroso, que si antes no perjudicaba a la persona aborrecida, hoy es de pensarlo dos veces, porque salir al paso a lo mal hecho puede tener desagradables consecuencias.
Aptitudes intolerables inquietan, incluso, a los más indiferentes. Es alarmante que, personas carentes de educación o desconocedoras de las normas esenciales para la coexistencia en sociedad, tienen el poder de arrastrarnos a convivir con la hostilidad, la hipercrítica y la obligada tolerancia al irrespeto.
Y nosotros, domesticados por los peores ejemplos, consumamos actos de indisciplina social, y pobre del que nos llame la atención: la emprendemos con epítetos, amenazas, palabrotas y miradas torvas que encierran terribles presagios.
La sociedad y sus líderes están obligados a adoptar medidas enérgicas que propicien el respeto por nuestros semejantes; Eso es cierto, pero la escuela, la familia y la comunidad, han de olvidar por un momento las superficialidades y las asperezas de los tiempos, y aplicarse a la educación de los hijos.
Y es que enfrentar esas nocivas prácticas, requiere de un giro significativo, porque las indisciplinas no surgen por espontaneidad. En el mayor por ciento de los casos, están asociadas a la falta de sensibilidad, de exigencia y de control.
Son resultado también de la indiferencia de los que tienen bajo su responsabilidad establecer y conservar el orden. Cuando esto falla, se propicia el espacio para que prevalezcan.
Sin disciplina no se conquista el éxito en ninguna esfera de la vida; sin una adecuada conducta, no será posible alcanzar esa sociedad que ambicionamos todos los cubanos.
En los momentos actuales se impone la necesidad de continuar fomentando el desarrollo regional como contrapartida a la centralización histórica a la que se han visto sometidas la regiones, por parte de las cabeceras provinciales y por que no inclusive, por parte de la capital del país. Característica que se heredó de la república neocolonial y aunque se han tomado medidas en la revolución aún queda mucho por hacer. Valoro esta revista como una de las acciones más favorables entorno a impulsar el desarrollo de la región específica de Mantua.