Vivir en sociedad

Por Lázaro  Boza Boza

Imagine usted a un amigo, o una  amiga, que en la tercera visita a su hogar, ya se acuesta en las camas, abre las gavetas,  husmea en la cocina  e inspecciona el refrigerador para saber cómo andan los asuntos alimentarios.

Indisciplina, rudeza, grosería, decimos hoy;  pero mi abuela,  desde su perspectiva guajira, solía nombrar tales desatinos como, falta de medida.

Establecer comparaciones es necesario, si  queremos conocer cuánto se ha avanzado, o retrocedido, en asuntos de cualquier índole. Por eso me remito a la educación familiar de los años 80 del pasado siglo:  podíamos  visitar la casa del vecino, pero nada de pedir, coger sin permiso, y mucho menos deambular por las habitaciones, so pena de ganarnos un castigo, de esos que se recuerdan hasta el día de la boda.

La casi total ausencia de medida en la sociedad cubana del presente es causante  de conflictos e insatisfacciones. Lo mismo en casa que en el centro de trabajo es usual que alguien escudriñe  en el computador ajeno,  y hasta copie en la memoria flash, aquello que usted guarda como cuestión privada o profesional.

Pedir ropa prestada es otro indicador de la falta de medida. No se trata del bléiser para asistir a la conferencia, o a la graduación de la hija más pequeña; sino la ropa del diario, para sentirnos diferentes y aparentar un estatus que no tenemos.

Cuando era pequeño estaba prohibido terminantemente pasar  en medio de dos personas que conversaban, sin antes pedir permiso. Hoy es común que, con total desfachatez,  adelantemos el paso, incluso con algún empujoncito, para variar. Y no hago referencia a los habladores de aceras, sino a los que, en su propio portal, o en la sala de sus casas, corren el riesgo de tales vejaciones.

Otro registrador de la falta de medida se manifiesta en las colas donde, no hay último, porque casi todos los que llegan, tienen un socio al principio, o en el medio de la línea. Los que suelen protestar son estigmatizados inmediatamente, porque no dejan a los demás “escapar”, que las cosa no está nada fácil.

La falta de medida no es inherente a la condición social, raza o credo, como algunos piensan.  Ser humilde o vivir en la opulencia no son condiciones para tener mayor o menor medida en nuestro comportamiento; todo comienza y termina en la educación familiar, asunto pleno de aristas que no funciona igual, de un hogar a otro, y por el que, definitivamente se dificulta vivir en sociedad.

Apelar a la escuela y  a las instituciones estatales como único  recurso educativo  es un error. La escuela ha de ser el paradigma del comportamiento en sociedad, pero ciertas lecciones del carácter, los  valores, la moral, y la medida, se enseñan en casa.

Usted, piense detenidamente, haga un análisis crítico de estas cuestiones elementales y recuerde que, lo que enseñe a sus hijos hoy, serán los preceptos que emplearán en el futuro, para abrirse paso, cuando papá y mamá ya no estén para ayudarlos en el difícil arte de vivir.

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