Desatiempo

En la infancia priman los descubrimientos movidos por una curiosidad inagotable. Paso a paso, también con tropiezos, aprenden algo nuevo, se adentran en el enigma maravilloso del día a día. En toda situación, las reiteradas preguntas, llevan consigo la intención de conocer lo que les rodea. En el encuentro entre su necesidad de saber y la reacción de los adultos, se van estableciendo vínculos afectivos.

 

En cada momento se va formando la personalidad del niño, sus cualidades, por lo que la guía de la familia constituye un aspecto significativo para direccionar el desarrollo.

 

Esta etapa de la vida suele caracterizarse por la ingenuidad, pero si observamos con detenimiento a los infantes, es probable que coincidamos en que muchos hacen, consumen y viven rodeados de cosas que los hacen vivir como a destiempo.

Muy lejos de representar la inocencia, numerosas fotografías llenan las redes sociales a la caza de cuantos “me gusta” puedan conquistar. Son pequeños y pequeñas que visten como miniadultos, convirtiéndose en “clientes” de un mercado de consumo, generalmente importado. Desde bien chicos, entonan la última canción de moda, que redunda en lo superfluo y banal. Dueños y dueñas de teléfonos celulares y tabletas electrónicas, desde las más sencillas a las de última generación. Es cierto que, con estos dispositivos tecnológicos, pueden combinarse la parte educativa y la diversión. Sin embargo, el uso de los mismos, sin la supervisión de los mayores, puede generar alteraciones psicológicas negativas para el desarrollo de los infantes. Si los vestimos y tratamos como adultos, estamos incitando a que se comporten de igual manera.

Es triste ver, como muchos adultos son los responsables de estas manifestaciones, otros se convierten en cómplices, con una sonrisa de aprobación. Las personas mayores somos responsables de permitirle a los pequeños su infancia. A los niños se les puede mantener ocupados favoreciendo que practiquen deportes, jueguen al aire libre, lean o realicen alguna actividad artística. Ellos aprenden, en gran medida, observando lo que los adultos hacen. Debe convertirse en una meta, regular nuestro comportamiento para dar un buen ejemplo.

La educación no es solo lo que hacemos con los más pequeños en la escuela, en la casa, en los escenarios públicos de su vida. Es también lo que se les permite hacer, lo que se le induce desde los medios y prácticas de consumo. Vivir a destiempo no es una buena opción. Mucho menos cuando se trata de la infancia, donde por primera vez, se gradúan los espejuelos con que se mira al mundo.

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