Irresponsables en el paraíso

Conmocionada, la sociedad cubana se viste de gris por estos meses ante los que podemos calificar de, monstruosos accidentes automovilísticos, casi todos marcados por las deficiencias técnicas y el alcohol.

No hay deudas personales que me impidan, una vez más, llamar la atención sobre un problema que afecta por igual  las grandes urbes y  los pueblos pequeños de esta isla.

Más allá de las causas antes mencionadas, subyace un mundo de irresponsabilidad  social, en el que todos y cada uno de nosotros somos culpables.

Dijo el filósofo y pensador inglés, Edmund Burke, que, (…) «para que el mal triunfe, solo es necesario que los hombres de buena voluntad, no hagan nada». Por decirlo de algún modo, y por nuestro silencio, somos cómplices del ebrio que conduce,  de sus temeridades y de sus alardes.

En los últimos tiempos la sociedad y sus instituciones han hecho culto a la tolerancia desmedida,  dotando a los individuos de la incapacidad de seguir reglas elementales de convivencia, en la cola del pan, o en el tránsito.

Es usual la mezcla fatídica de bebidas alcohólicas y timón, rima ideal para el  sentimiento de euforia característico que surge en los que desprecian la vida humana y la propiedad estatal al servicio de todos.

Así van descuidados, con los ojos turbios por las libaciones, el pie hasta el fondo y el rictus de falsa seguridad en los labios: una imagen clara del negligente, del borracho que conduce un vehículo hacia la desgracia ajena, y la propia.

Y hay más en la viña: desde nacionales con almendrones destartalados a más de 80 por hora, autos administrativos que aspiran al vuelo y camioneros que al parecer ven demasiadas películas de Hollywood. También hay buenos ejemplos que debían imitarse. 

Entre las grandes preocupantes del presente están los autos rentados: Tienen una T en la chapa, sus ocupantes  suelen  conducir en las grandes ciudades del mundo, y acá, desencadenan instintos destructivos que ponen en peligro vidas y bienes, como jamás harían en sus países de residencia.

¿Acaso son inmunes? ¿Tienen algún derecho al libre albedrío que no hemos descubierto aún? Desde las mismas ciudades donde viven y trabajan, la mayoría responsable ha repudiado estos hechos. Solo falta aquí la acción enérgica que demora.

Los que no tienen algo en común con lo descrito, según sus puntos de vista inmediatos, me criticarán; pero la mayoría coincidirá con cada una de las 475 palabras de esta reflexión.

Somos un país con cultura de resistencia y convicciones capaces de desafiar los mayores imposibles. Tales motivos me hacen pensar que podemos resolver el problema de la accidentalidad, al menos en lo que respecta a las conductas impunes e irresponsables.

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