Solidario hasta la médula

No me sobra el dinero, como seguramente no le sobra a la mayoría de los padres de familia. De modo que, a diario, hago equilibrios entre deseos, aspiraciones y necesidades, propias y de la prole que tengo en casa.

Por eso comprendo, hasta cierto punto, a los que me ven como un bicho raro cuando suelo comprar y distribuir alimentos entre los perros callejeros de la localidad.   

No aspiro a un premio de alguna sociedad protectora de animales, y mucho menos llamar la atención sobre el particular. Incluso, pienso que  mi esfuerzo es vano y que,  por muchas croquetas que compre, no podré evitar la suerte de esos animales, pero,  al otro día, me sorprendo en lo mismo.

Y es que a mi generación la  criaron bajo los principios del bien, y solo algunos quedaron  descarriados en los caminos del egoísmo y la desesperanza.

Soy de esos que prefiere ver el vaso medio lleno, porque las cosas pueden estar mejor, si en vez de entregarnos al lamento nos subimos las mangas para mejorarlas.

Soy de los que, alguna vez estudió en un portal de la ciudad pinareña con solo un sorbo de infusión por todo alimento, y después me fui a la calle para  apoyar a una Revolución a la que los mal nacidos le tenían los días contados.

 

Son tiempos de crudezas y realidades que, muchas veces se van de nuestro alcance; por eso entiendo perfectamente, con realismo que no  podremos pedir peras al olmo, que los malos siempre estarán sobre la tierra, que el que nace torcido, mejor  cogerlo para leña antes que sus raíces dañen el piso, y que los desalmados, lejos de estar en extinción, suelen reproducirse cuando las condiciones les son favorables.

Afortunadamente, y aunque algunos dentro y otros fuera crean lo contrario, somos más, muchos más los que militamos en el bando de los buenos.

Quiero también decir que a pesar de los celulares, del bombardeo mediático y de la austeridad de un país sin más delito que querer ser libre e independiente, nuestra juventud no tiene nada de perdida, y qué, por cada descarriado hay 20 jóvenes inteligentes dispuestos a decirles  a los yanquis que, aquí, no se rinde nadie, con palabrota y todo.

Y es que Cuba es un misterio, un agujero negro, un enigma imposible de desentrañar por nuestros enemigos; Cuba es para el mundo un paraíso abierto, un país educado y sano, y una erupción de lava con torrentes de espinas para quienes la atacan.

Cuba es,  un sí, pero no, un poema de Guillén con murallas que se abren al corazón del amigo y se cierran al veneno y al puñal,  y una canción guerrera tocada en un parque,  por cualquier melenudo de ayer o de hoy.

Me regocijo cuando veo a un camionero, un dirigente administrativo, un turista, detenerse y recoger a las personas: eso es humanidad, y fe en la vida. Pero me fastidia cuando algún creído, hijo de guajiros, montado en un medio estatal, se arroba el derecho de dejar a sus camaradas a la vera del camino: entonces pienso que hay que seguir la lucha, la denuncia y el, cara cara, con tal espécimen. Porque nada le enseñaron, nada aprendió  y difícilmente podrá calificar entre los cubanos resistentes que defienden esta isla.

Desde hace mucho tiempo soy solidario, porque lo aprendí desde la cuna. Hoy lo soy más, y aunque tengo menos que ayer, lo comparto con orgullo, porque no solamente me sale del corazón: hoy mi país lo necesita, y para mí, tal pedido,  es una orden.

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