Martí: una vida dedicada a la Patria

“Tener plena conciencia de ser cubano es ser martiano, es interiorizar, asumir, encarnar, poner en práctica en todo momento, por convicción íntima, el ideario expresado con la belleza verbal de un clásico de la modernidad hispanoamericana y con la abnegación de quien quiso ser, y fue, el servidor más apasionado que puedan tener los hombres”.

José Julián Martí Pérez fue un hombre que trascendió el tiempo y la historia. Nació en La Habana, descendiente de españoles que formaron su carácter y moldearon su pensamiento. Desde muy joven conoció los desmanes del colonialismo, y se apasionó por la independencia de su país sufrido y esclavizado, sobre todo al calor de su fervoroso maestro Rafael María de Mendive. Desde la pureza de su adolescencia puso su pluma al servicio de la patria, y el lirismo de la poesía, la intensidad del teatro o el filo del periodismo se hicieron eco de una ideología cada vez más sólida.

No puede verse al Apóstol como un simple partidario de la independencia. Es Martí una tríada: hombre- revolucionario- artista. No hay uno sin lo otro. El dolor de verse fuera de su país, lejos de su familia y de su hijo, se convierte en ímpetu revolucionario, independentista, antiesclavista y se vuelca, a su vez, en una producción literaria intensa, variada, preciosista, marcada no solo por la obra propia sino por la necesidad de que conozca el mundo, también, a otros grandes autores, en ese afán de que su pueblo sea culto.

Su papel en la preparación de la Guerra Necesaria, su deseo constante de eliminar viejas rencillas que impidieron el triunfo de la Guerra Grande, le hacen lograr una victoria que se perdió por la intervención de Estados Unidos, a pesar de que lo había alertado en innumerables ocasiones.

Sin embargo, fue el Maestro más que cubano. Su capacidad política le permitió analizar y comprender la situación de América Latina y llamar a la unidad de una región que solo podría ser fuerte si cada nación veía en las demás su hermana, su mejor aliada. Por eso es el más universal de todos los cubanos, porque fue capaz de ser nuestro y de todos, porque estuvo antes y ahora, a cada paso de una revolución que sentó sus bases en el pensamiento político y humanista de un hombre que fue todo para su patria. En pleno siglo XXI los grandes estadistas izquierda de la América Latina han vuelto la mirada a sus preceptos y han tomado para sí la vigencia de sus palabras previsoras sobre los peligros del “gigante de las siete leguas” y “los zarpazos del tigre” que se esconde tras una política de doble rasero disfrazada de buenas intenciones.

Eso sí: nos hace falta ser más consecuentes con su obra y su pensamiento, no solo leerlo, mencionarlo y citar sus frases como verdad de Perogrullo. Valdría más que nuestras intenciones se acercaran todo lo humanamente posible a sus consejos, de manera que seamos verdaderamente martianos.

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