Han pasado casi seis meses y Cuba aún sufre los embates de la Covid 19, la enfermedad que llegó sin cautela y al parecer, para quedarse e irrumpir en la habitualidad de cada cubano.

El abrazo y el apretón de manos, saludos distintivos, fueron sustituidos por dos metros de distancia, mientras los besos quedaron encerrados tras la barrera del tan necesitado, pero perturbador nasobuco.
Debido a la situación epidemiológica, el uso obligatorio de la mascarilla o tapabocas se convirtió en parte de nuestro ajuar para evitar la propagación de la epidemia.
Sin lugar a dudas, la nueva prenda constituye una de las medidas más recomendadas por los profesionales de la salud en Cuba y el mundo; pero no es menos cierto que bajo la influencia del clima caribeño resulta incómodo depender de ella para salir a trabajar, estudiar, hacer las compras, o sencillamente para vivir.

La infección por coronavirus puede propagarse a través de las gotas expulsadas por las personas al toser, hablar o estornudar, así lo han demostrado las circunstancias, las que además reafirman el valor de su uso para preserva la vida, y de esta manera aminorar el alto riesgo de contagio que significa en la actualidad salir de casa.
Los cubanos y cubanas, aunque no en su totalidad, han sido capaces de asumir una postura responsable, adaptándose al empleo de esta nueva prenda, polémica pero necesaria.
En este contexto es preciso admitir que una mirada puede ser más efectiva que un beso, porque la incomodidad del nasobuco no tiene cabida ante la protección que representa.
La batalla por la existencia está basada en la obediencia y el sacrificio. El nasobuco implica lejanía, pero definitivamente puede salvarnos la vida. No bese, no ponga en riesgo a las personas a su alrededor, de todos modos, no hay misterio que los ojos no puedan resolver.
RPNS: 2199 ISSN: 2072-2222