Río Mantua, crónica de una erosión anunciada

En el otoño del 2006 las dinámicas naturales modificaron el cauce del río Mantua. Tres lustros después, el proceso de erosión y acomodamiento del nuevo lecho, continúa. El Mantua recorre 69 kilómetros desde las alturas al norte, en la Cordillera de Guaniguanico, hasta la bahía de Guadiana, en las aguas del Golfo de México, y posee una cuenca hidrográfica de 292,7 km² y 20 afluentes.

En el otoño del 2006 las dinámicas naturales modificaron el cauce del río Mantua. Tres lustros después, el proceso de erosión y acomodamiento del nuevo lecho, continúa. El Mantua recorre 69 kilómetros desde las alturas al norte, en la Cordillera de Guaniguanico, hasta la bahía de Guadiana, en las aguas del Golfo de México, y posee una cuenca hidrográfica de 292,7 km² y 20 afluentes.

Un río es fuente de poder y oportunidades  para la comarca por donde fluyan sus aguas. A pesar de los efectos negativos de la pandemia, existe un movimiento mundial por reforestar las márgenes de sus corrientes.

El cambio climático, con periodos extensos de sequía y lluvias torrenciales, afecta de forma significativa a estas corrientes de agua dulce tan importantes para el consumo humano, el riego y la conservación de ecosistemas.

En el otoño del 2006 las dinámicas naturales modificaron el cauce del río Mantua. Tres lustros después, el proceso de erosión y acomodamiento del nuevo lecho, continúa.

“Según Antonio Ordaz, ingeniero de la delegación de la agricultura en el territorio, 

(…) “los ríos tienden a romper los meandros en el curso medio, cuando las crecientes son muy fuertes. Esto depende de los terrenos por donde fluyen. En este caso, las tierras sobre trabajadas, sueltas, la poca vegetación y los obstáculos naturales en su corriente provocaron que el río alcanzara en línea recta el punto donde termina la curva de salida del meandro”.

El Mantua recorre 69 kilómetros desde las alturas al norte, en la Cordillera de Guaniguanico, hasta la bahía de Guadiana, en las aguas del Golfo de México, y posee una cuenca hidrográfica de 292,7 km² y 20 afluentes.

“Por lo general, los ríos se erosionan en el curso alto– continúa Ordaz- pero el Mantua recorre sus primeros 40 kilómetros entre bosques poblados que resguardan sus márgenes y mantienen la pureza de sus aguas. De modo que, el accidente, por llamarlo de algún modo, tenía que ocurrir en medio de las tierras de cultivo, donde es más vulnerable a la erosión”.

En noviembre del 2006 algunos pobladores fueron testigos excepcionales de la crecida que cambió la dirección de la corriente milenaria.

“A nosotros nos sorprendió el río a la parte de allá– narra Pedro Manuel Valdés, campesino de la zona- y cuando el agua fuerte que bajaba se empató con las piedras, el fondo, y un bosquecillo de caña brava que había en el centro del río, enseguida vimos como toda aquella masa de agua cambió el rumbo y avanzó por el centro de la vega. Era impresionante. Y siguió derechita hasta el otro punto más cercano, dejando la curva de casi un kilómetro fuera del río. Cuando bajó la crecida, ya corría por el nuevo fondo”.

Han pasado 15 años y la morfología de la faja aún no se auto restaura. La naturaleza, por lo general, tiende a devolver el equilibrio en zonas hidrográficas sin impacto económico, pero justo en las inmediaciones de la villa, el Mantua coincide con el valle del mismo nombre donde, por más de un siglo, se siembra tabaco y granos.

“Al río- continúa el ingeniero Ordaz– no le favorecen las tierras de cultivo en la zona que da para el pueblo. Los suelos nunca llegan a compactarse; y aunque los campesinos alejan cada año sus cultivos del cauce, el río avanza sobre ellos, porque no hay programas de reforestación y ni acciones de evacuación para los miles de metros cúbicos de arena que el río trajo hasta su curso medio”.

La ribera occidental, es la más castigada por las aguas primaverales. En este lugar el río avanza sobre las tierras de cultivo a razón de 6 metros por año, desde que cambiara su curso.

“Nosotros tenemos tierra en el semicírculo interior del meandro- dice José Luis, campesino de Mangos de Roque– y de nada vale que nos alejemos del borde del río, él nos alcanza después de las crecidas. A ese paso pronto no tendremos vegas”.

En la última década del siglo XX la actividad tabacalera exterminó las defensas naturales. “Hileras de güines y caña brava– recuerda Pedro Manuel- fueron taladas para satisfacer la demanda de cujes. Hoy solo quedan pequeños montones a lo largo del río.

Entre la cuenca y el río existe una suerte de equilibrio muy fácil de romper con los cambios en la cobertura vegetal. Por el momento la recuperación natural es más evidente en la ribera oriental, porque los productores de tabaco colaboran para mantener una faja de seguridad aceptable y fomentar la plantación de kingrass, como métodos para detener la erosión.

“Aquí donde yo estoy parado– dice Maximino- estaba el río hace dos años. Ahora ven que hay vegetación y terreno fértil. El asunto es que la corriente se aleja cada vez más, como si quisiera alcanzar el viejo lecho por donde corría antes. Nosotros respetamos este pedazo de tierra, y los árboles que crecen por esta orilla; también sembramos “king grass, que es muy bueno para mantener las barrancas en su lugar”.

El río de esta historia necesita una reducción drástica de los factores de perturbación en el curso medio de su corriente. Entre las acciones inmediatas han de figurar la capacitación de los campesinos, el establecimiento inmediato de fajas hidroreguladoras en la ribera occidental y un proceso de revegetación arbustiva que de paso a la plantación de árboles de mayor porte.

La última palabra la tienen los especialistas de medio ambiente y los organismos de la agricultura que han de intervenir con acciones y planes concretos.

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