Ubicación Geográfica de la  “Punta de Guaniguanico”

“Del vergatin en que iva el dicho Pizarro e otros 36 hombres murieron de hambre los 9 dellos, y los 27 y dos mujeres que quedaron vivos, llegaron a la punta de una provincia que se dice Guaniguanico, y se fueron a la casa de un cacique, que no sabe como se llama, y los recibió bien, y por su rescate les dio de comer; y después se fueron a otro pueblo, donde robaron a algunos de ellos y les quisieron matar; y de allí se fueron a la provincia de La Habana[1]…”

     El citado documento  se ha tomado como testimonio fehaciente  de la presencia en la región vueltabajera de comunidades aborígenes más evolucionadas que las que encontró Colón en la costa suroccidental de Cuba en 1494, cuando exploró con sus tres carabelas, la Niña, la Cardera y la San Juan, esa porción hasta la actual ensenada de Cortés  -a decir de unos historiadores, un poco más al este, según otros- y de las que plasmó, eran “gente desnuda que vivía de pescado y nunca iban tierra adentro”. Pero, ¿eran en verdad  pueblos taínos aquellos que encontraron los náufragos? Es muy difícil de saber;  pero los  especialistas en la materia, han tomado esa referencia para dar crédito a que se trataba de aldeas taínas en la Vueltabajo por la mención de las palabras “pueblo”, “casa”  y “cacique”, pues los guanahatabeyes no tenían ni casas, ni pueblos, ni caciques. ¿De qué otra manera puede interpretarse?

     Ahora bien, para hacer precisiones se necesita ubicar geográficamente estos “pueblos”. El primer “pueblo” donde llegaron los náufragos españoles, dice el documento que estaba en la “punta de una provincia que se dice de Guaniguanico” y existen referencias de cuál era esa punta.

     En su Historia de la Conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo, uno de los participantes en la empresa de someter para la Corona las tierras continentales de México, relata cómo se organiza la expedición en Santiago de Cuba por órdenes de Velázquez y parten cuatro navíos desde la entonces capital de  la colonia insular caribeña para iniciar la conquista de la región azteca.  Luego de aprovisionarse en la Habana de casabe y carne de puerco suministrada por los estancieros  de esa comarca y asistir después a misa, “… a ocho días del mes de abril del año 1518, dimos vela, y en diez días doblamos la Punta de Guaniguanico, que por otro nombre se llama de San Antón, y dentro de diez días que navegamos vimos la isla de Cozumel[2]…”.

     Con anterioridad, Bernal Díaz del Castillo, al narrar los pormenores del descubrimiento de la península –que él llama “provincia”- de  Yucatán, había utilizado el mismo punto geográfico de referencia:

     “En ocho de febrero de 1517, salimos del puerto de Ajaruco, que está en la banda del norte, y en doce días doblamos la punta de San Antón. Y doblada aquella punta y puestos en alta mar, navegamos a nuestra ventura hacia donde se pone el sol[3]…”.

     En febrero de 1519, zarpó Hernán Cortés de Santiago de Cuba al mando de once navíos y algo más de seiscientos hombres, bordeando la costa sur de Cuba a conquistar, por órdenes de Velásquez, el imperio Azteca. El calado de sus buques cargados con abundantes vituallas le trajo dificultades  después de dejar atrás la isla de Pinos y  se vio obligado a tocar tierra  en el extremo occidental de la Vuelta Abajo, en una ensenada a la que bautizaron Cortés, nombre que aún conserva. Bernal Díaz del Castillo plasmó que el conquistador de México “… envió un navío a la punta de Guaniguanico, a un pueblo que allí estaba de indios, a donde hacían casabe y tenían muchos puercos para cargarse el navío de tocinos, porque aquella estancia era del gobernador Diego Velásquez[4]”.

     ¿Se trata del mismo asentamiento aborigen? ¿Estaba ubicado en el Cabo de San Antonio a juzgar por los documentos citados?

     Bernal Díaz del Castillo sigue narrando más adelante:

     “… Cortés mandó a Pedro de Alvarado que fuese por la banda del norte en un buen navío, que se decía San Sebastián, y mandó al piloto que llevaba en el navío que le aguardase en la punta de San Antón para que allí se juntase con todos los navíos para ir en conserva hasta Cozumel; y envió mensajero a Diego de Ordaz, que había ido por el bastimento, que hiciese lo mismo, porque estaba en la banda del norte…

     “El piloto que llevábamos, que se decía Camacho, no tuvo cuenta de lo que le fué mandado por Cortés, y siguió su derrota y llegamos dos días primero que Cortés a Cozumel[5]…”.

     La obra de Bernal Díaz del Castillo contiene algunas imprecisiones, a veces aclaradas en notas a pie de página de la edición cubana, pero ninguna relativa a lo que respecta el punto de referencia geográfico tantas veces citado en su narración, Punta de Guaniguanico, que él aclara, es el cabo de San Antonio y no se presta a confusiones, veremos por qué.

     En su ruta a México, tanto la expedición de Francisco Hernández de Córdoba, que descubrió el continente en febrero de 1517, como las que le siguieron de exploración (Juan de Grijalva en abril de 1518, que el 3 de mayo descubrió la isla de Cozumel al sur de la península de Yucatán y lo que sería después Tabasco el 8 de junio) y las de conquista  (nueve buques zarparon el 18 de febrero de 1519 por el sur de Cuba y 2 por el norte) , los navíos españoles que partían desde Santiago de Cuba por la costa sur o norte de la mayor de las Antillas seguían un itinerario más o menos hacia el oeste y al llegar al Cabo de San Antonio, ponían rumbo al sur, buscando la isla de Cozumel, tal es la razón por la cual Bernal Díaz del Castillo siempre utiliza la palabra “doblar” cuando describe el derrotero  de los  veleros españoles al llegar al punto geográfico más occidental de Cuba, por lo  que en este contexto significa cambiar de dirección.

     Es válida esta aclaración porque en la actualidad ciertos historiadores creen ver la Punta de Guaniguanico, en el mismo lugar donde hoy se ubica  Cabo Francés, tal vez confundidos por un mapa de 1632[6], celosamente guardado en la Biblioteca Nacional José Martí, bastante impreciso -si lo comparamos con otros ulteriores y, aún más,  con los actuales-, donde aparece un Cabo de Guaniguanico, al este de Cabo Corrientes. Otros opinan que la Punta de Guaniguanico son las crestas de las montañas más altas  que bordean por el este-nordeste el actual pueblo de Guane vistas desde el mar, lo cual considero, también es un error.

     Si en verdad la Punta de Guaniguanico fuera Cabo Francés, la palabra “doblar” o “doblado” empleada por Bernal Díaz del Castillo en las citas traídas a colación, no se corresponderían con los derroteros de los navíos que se dirigían desde Cuba a Cozumel, no importa si por el norte o por el sur. Los navíos procedentes de Santiago de Cuba, siguiendo la línea costera sur de la isla no tendrían que “doblar” la Punta de Guaniguanico, pues al llegar a ese punto geográfico, les quedaría al norte; tampoco los buques que haciendo escala en Matanzas o la Habana,  siguiendo  la costa norte cubana podrían “doblar” la Punta de Guaniguanico, porque sencillamente ni la verían y sí el Cabo de San Antonio que constituyó el punto de reunión, de las embarcaciones que navegaban tanto por el norte como por el sur de Cuba  para iniciar la conquista de  México.

     Respecto a la otra hipótesis, aunque se divisan desde el mar por ambas costas los picos de la Sierra  de Guane –los pescadores del puerto norteño de los Arroyos, en el municipio Mantua, los llaman “las tetas” por divisarse solo dos, en forma paralela, desde los mares al norte de ese puerto pesquero como si fueran las mamas de una mujer-  al tratarse de varias crestas de las montañas más altas, creo que llamarlos Punta de Guaniguanico, a la luz de la narración hecha por Bernal Díaz del Castillo es inconcebible. Desde el sur, a la altura de Cabo Francés, se divisan varias de las montañas, también desde Cabo Corrientes y otros  lugares al este u oeste de los citados puntos geográficos; pero  existe un boceto de estas  -el cual no debe confundir a nadie-  que se encuentra en la Biblioteca Nacional José Martí, en el que  aparecen vistas de estas montañas desde Cabo Corrientes, el cual tiene las siguientes inscripciones: “De las señas”. “Sierras que están sobre el cabo de corrientes que son las de Guan y Guaníco”. “Señas que base por la vanda del sur”. (Ver esquema)

    La inscripción, no cabe dudas, se refiere a las elevaciones próximas al pueblo de Guane, que forman parte de la Sierra de los Órganos, una de las dos formaciones –la más occidental- que componen la Cordillera de Guaniguanico –la otra es la Sierra del Rosario, situada al este- de unos 160 kilómetros de longitud que se extiende, desde el citado pueblo de Guane, en el oeste de la provincia de Pinar del Río, hasta las Alturas de Mariel, cerca del poblado del mismo nombre, en la provincia de Artemisa.

     Volviendo al tema sobre la ubicación geográfica de aquellos asentamientos agroalfareros en el extremo más occidental de Cuba, cabe preguntarse  acerca de las razones por las que los representantes de las cultura económica y socialmente más avanzada entre las que habitaban  la isla fueron a parar a un logar tan poco apropiado para desarrollar su principal base de subsistencia: la agricultura.

     Teniendo en cuenta las características físico-geológicas y morfológicas de la península de Guanahacabibes, alargada, angosta y llana, conformada casi completamente  por suelos compuestos por el áspero lapiés, conocido comúnmente como diente de perro, donde no existen,  al menos en su superficie, ni ríos ni arroyos –aunque  sí potentes corrientes subterráneas, como la que brota en playa Gutiérrez, a solo 10 kilómetros del litoral y depósitos de agua dulce como el cenote conocido como Cueva del Agua; o  Poza Redonda, abertura circular de 12 m de diámetro desde la que se llega a un río subterráneo-, es difícil imaginar que los representantes  de aquellas comunidades con larga tradición agrícola, pensaran en asentarse en un lugar tan poco apropiado para desarrollar su principal fuente de alimentación, considerando que siempre buscaban las tierras de más altos rendimientos para desarrollar su primitiva actividad agrícola.

     Esta contradicción tan notable, ampliada por los resultados de una copiosa investigación arqueológica realizada durante varias etapas, que demuestra la ausencia de comunidades agroalfareras en la citada  región, deja prácticamente  atónito al más acucioso investigador y abre numerosas interrogantes acerca de aquellos “pueblos con caciques” visitados por los náufragos europeos en la porción más occidental de las Tierras de Sotavento devenidas en Vuelta Abajo.

     El análisis pormenorizado permite conjeturar acerca de aquellos pueblos agroalfareros levantados, presumiblemente a orillas del mar, en el cabo de San Antonio, o en todo caso en algunos puntos de la península de Guanahacabibes, recogidos en los documentos antes citados.

     Evidentemente no eran asentamientos precolombinos, dadas las características geomorfológicas de Guanahacabibes inapropiadas para el desarrollo de la agricultura primitiva de Taínos y Siboneyes. ¿Entonces, eran una especie de palenques de aquellos aborígenes agricultores ceramistas traídos desde el oriente cubano para trabajar en las estancias de Velázquez y sus amigos -destinadas al avituallamiento de  la conquista del continente- que habían logrado escapar de la esclavitud?

     La respuesta a la no existencia de rastros arqueológicos de aquellos asentamientos, en una región tan  estudiada como Guanahacabibes, demuestra que se trataba de aldeas costeras que fueron engullidas por el mar.

Hace 515 años, momento del segundo viaje colombino, la temperatura mundial promedio era más fría, alrededor de -7o C de la actual, eso incide en los trópicos en regresión oceánica, valorada entre 0,30-0,50 m del nivel del mar, con el ascenso de tierras de la plataforma insular cubana, esto acarrea variaciones de la morfología costera, se retira el mar frente a la desembocadura del Cuyaguateje en casi medio kilómetro o más (Ane    xo 9. Línea verde sobre el cartográfico).

Entre 20-30 años después, de los hechos estudiados el clima ascendió con brusquedad un promedio de 5o C, por ello se puede predecir una cifra conservadora de penetración del mar en unos 500 m de la antigua costa meridional de Vueltabajo.

Estudios realizados por el Instituto de Oceanología de Cuba, demostraron en los últimos 50 años, el retroceso de la costa sur occidental de Pinar del Río en unos 50 m, a razón de un metro por año.

Esto fue corroborado al practicarse excavaciones en el antiguo poblado de Bailén, se concluyó que el largo puente de cabotaje más toda la primera línea de costa, estaban dentro del mar. Los investigadores sacaron a la luz los basureros de las casas originales, desde el siglo XVII hasta el XIX, acumulados en los patios de las mismas (Anexo 8.  Fotos 1-2).

La geomorfología de la costa, junto a tierra adentro, poseían características muy diferentes a la actual, proceso de salinización inferior, existencia de bosques primarios, niveles de pluviosidad superiores; no existían barreras artificiales al libre flujo del agua; desarrollo de la vegetación original, los regímenes de lluvias superiores, la erosión de los suelos en equilibrio natural, las tierras más fértiles, el desarrollo del humedal más favorable para su empleo por el hombre.

Como se observa en la tabla “Temperatura de la tierra en los últimos 1050 años”, para el año 1600 (Anexo 10), hubo una ligera recuperación, pero en 1700 el proceso alcanzó la máxima regresión, similar al período de estudio. A partir de ese momento en los últimos 300 años ha ocurrido un proceso progresivo transgresivo, acentuado por supuesto, en la degradación antrópica, multiplicada desde inicios del siglo XX.


[1] Diego Velázquez. Carta de relación al rey Carlos V. 1o de abril  de 1514. (Extracto en: Alfredo Zayas Alfonso. Lexicografía Antillana. Diccionario de voces usadas por los aborígenes de las Antillas Mayores y de algunas de las Menores y consideraciones acerca de su significado y de su formación. Imp. del Siglo XX. La Habana. 1914, p. 263.

[2] Díaz del Castillo Bernal.  Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. Biblioteca del Pueblo. Editorial Nacional de Cuba. Editora del Consejo nacional de Cultura. La Habana, 1963. Año de la Organización, p. 39.

[3] Ib.., p.18.

[4] Ib., p.70.

[5] Ib., pp. 72-73.

[6] Este mapa apareció más de 110 años después  de ocurridos los hechos que narra Bernal Díaz del Castillo.

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