Por Enrique Pertierra Serra
El 4 de septiembre de 1896, fuerzas al mando de Lugarteniente General exploraron la zona aledaña a Dimas y poco más allá, pero no encontraron nada de interés. Al siguiente día en la mañana, con informes precisos de que tropas españolas acantonadas en el pequeño puerto de los Arroyos se aprestaban a marchar fuera de las fortificaciones para cerrarles el paso si volvían a incursionar en su jurisdicción, Maceo ordenó levantar el campamento de Tumbas de Estorino y se dirigió con todas sus fuerzas a Santa Isabel, antiguo embarcadero del litoral norte, situado entre Dimas y los Arroyos, tomando ventaja a la columna enemiga.
“A Maceo le interesaba sobremanera examinar las condiciones estratégicas de aquel distrito á fin de establecer una base de operaciones, que podía ser de más ó menos duración según el tiempo que emplearan nuestros correos en traer la noticia oficial del anunciado desembarco __escribió José Miró Argenter__. […] Maceo persistía en el propósito de no moverse de la zona mientras no supiera en definitiva el resultado de la expedición. Dictó órdenes urgentes para que fueran conducidos al Cuartel General los pertrechos de la expedición de Leyte que quedaron bajo la custodia de Varona, jefe de la brigada de Occidente. Envió destacamentos de infantería sobre Mantua para que reconocieran las vías de comunicación y hostilizaran el caserío. Meses atrás, en día memorable para el invasor, nos había festejado ruidosamente con repiques de campanas y otros testimonios elocuentes del público alborozo, y su Ayuntamiento, reunido en pleno, levantó el acta histórica de la invasión. La guerra era la misma, variable la fortuna” (1).
Ese mismo día 4, el Titán de Bronce ordenó que en el taller de herrería de Siero se construyeran cien artefactos de dinamita para la destrucción de varios tramos de vías férreas y fuertes edificados por el enemigo.
Maceo se levantó muy temprano en la madrugada del 6 de septiembre para remitir algunas instrucciones de importancia a sus jefes militares. Por oficio No. 412 dispuso que el general Pedro Díaz se dirigiera con toda su tropa hacia el campamento de Tumbas de Estorino y aguardara allí nuevas instrucciones. Antes de despuntar el alba, montó en su brioso corcel y ordenó a los cornetas del Cuartel General tocar marcha. La gruesa columna se puso en movimiento en dirección al camino de los Arroyos, pequeño puerto fortificado y muy bien defendido por el batallón No. 50 Wad Ras, bajo las órdenes del coronel Rafael de Álamo, varías compañías de guerrillas locales y el apoyo de una batería de cañones krupp comandada por el capitán Tapia Ruano. Estos cañones fabricados totalmente de acero en Alemania, eran las mejores piezas de artillería de retrocarga de la época, con un alcance máximo de 3 a 4,8 kilómetros.
Al acercarse al caserío por el sur, la exploración mambisa avistó tres compañías enemigas en orden de combate junto a las trincheras -prestas a cerrarles el paso a los libertadores- que abrieron fuego al divisar a la vanguardia insurrecta. El general Maceo amagó con un ataque frontal sobre las trincheras enemigas para poner fuera de peligro a su numerosa impedimenta y acto seguido dirigió toda la columna hacia el sur. Con estoicismo y serenidad soportó la vanguardia cubana el intenso fuego de la fusilería enemiga durante un tiempo prolongado para servir de escudo a la impedimenta hasta sacarla fuera del alcance de los fusiles españoles. Al percatarse de que la impedimenta estaba fuera de peligro, Maceo con su escolta se puso al frente de la infantería y embistió con fuerza a las tres compañías que se habían adelantado –en total trescientos hombres. Los soldados españoles, creyendo que los cubanos asaltarían el pueblo, corrieron a refugiarse en las trincheras fortificadas y una vez posicionados, reiniciaron sus cerradas descargas, ahora nutridas con el fuego de la artillería. Los cubanos sufrieron varias bajas, dos de ellas, producto a la metralla de los proyectiles de 4,3 kilogramos de peso disparados por los cañones krupp.
En el momento de arreciar el combate, Maceo comprendió lo difícil que sería tomar el pueblo, entonces ordenó a un piquete de exploradores arrebatarle las reses destinadas a la alimentación del Wad Ras, a una compañía enemiga que las conducía hacia el interior del caserío. A despecho de las balas, los exploradores cargaron contra el enemigo dispersándolo y se apoderaron del ganado que sacaron del campo de batalla y condujeron tranquilamente al campamento indicado. Luego de una hora y media de combate, Maceo ordenó la retirada y se encaminó con toda su tropa a San José, donde estableció su campamento después de verificar que el enemigo no intentó seguirlo.
Sobre el combate de los Arroyos, el e mando español emitió el siguiente comunicado, como siempre, exagerando los resultados a su favor:
(DESDE EL <TRITÓN>)
“Á las ocho de la mañana del día 6 la guerrilla local salió á forrajear. Vió que en dirección al poblado se dirigían varios grupos que hacían un total de 200 hombres de á pie y 100 de á caballo, por lo que el jefe ordenó marchar hacia las trincheras de el poblado á donde llegó antes que los insurrectos. Éstos se aproximaron unos 400 metros de las trincheras, con ánimo, al parecer, de asaltar la población; pero advertida ya la fuerza de la proximidad del enemigo, el capitán de servicio, Luis Alonso, ordenó que la fuerza se pusiera al lado de las trincheras y rompiera el fuego por descargas cerradas. Los enemigos de la paz y el orden contestaban con balas explosivas. La artillería, mandada por el distinguido capitán de dicho cuerpo, señor Tapia Ruano, posesionada de una pequeña altura, rompió el fuego a pecho descubierto sin temer á muerte segura, pues el enemigo, en número superior avanzaba, llegando a unos 300 metros de los arrojados artilleros. El coronel de Wad-Ras, Don Rafael de Álamo, que mandaba todas las fuerzas, dispuso que una vez cubierta, como había sido tan acertadamente, la defensa del poblado, la artillería hiciera gran destrozo al enemigo. Se le veía caer igual que caen lo castillos de naipes. La tercera y la quinta compañía de Wad-Ras fueron las encargadas de hacer huir á todo correr á los que quedaron con vida. Hecho un reconocimiento se vieron muchos rastros de sangre. El enemigo arrojó en una poceta de Río Hondo 28 cadáveres de los que había retirado. Por nuestra parte tenemos que lamentar la muerte de un soldado y un voluntario, dos artilleros y dos soldados contusos (2)”.
A Weyler, le llegaron los siguientes despachos telegráficos sobre aquella acción de Maceo, otros más informaban de sus desplazamientos en la región más occidental de Pinar del Río y de los desplazamientos de las tropas españolas y las disposiciones adoptadas por sus jefes:
“Día 10. Según afirma el coronel Álamo, el ataque último á Arroyo de Mantua fue mandado por Maceo, y los rebeldes tuvieron setenta bajas”().
“Día 15. El Comandante militar de Pinar del Río comunica que, en vista de la situación de la fuerza de Maceo, ha situado la columna Francés en Viñales, en Mantua al general Godoy…” (3).
“Día 16. Dice el general Melguizo que Maceo con fuerzas insurrectas muy numerosas se hallaba el día doce en Manaja, con avanzadas en San Martín y Tirado, y que espera la confirmación de esas noticias y á que amaine el temporal para salir con la columna Hernández, cayendo sobre Tumbas de Torino, que es uno de los puntos donde hay un campamento insurrecto” (4).
De inmediato, las tropas españolas tomaron sus medidas para actuar ante la amenaza de las fuerzas libertadoras al mando del Titán de Bronce como lo hace constar el mismísimo Valeriano Weyler y Nicolau, Marqués de Tenerife:
“Día 19. El general Godoy llegó á Arroyos para racionar las tropas. Se dispuso enviar un convoy para Mantua, y fortificar á Montezuelo, estableciendo en dicho punto una estación heliográfica” (5).
NOTAS
- Miró Argenter, ob. cit., 102-103.
- , p.104.
- Weyler Mi Mando en Cuba. (10 de Febrero de 1896 á 31 de Octubre de 1897). Historia Militar y Política de la Última Guerra Separatista Durante Dicho Mando. Felipe González Rojas Editor. Imprenta, Litografía y casa Editorial de Felipe González Rojas. Madrid 1910. Tomo. Tomo II, p. 289.
- , p. 290.
- , p. 291.
RPNS: 2199 ISSN: 2072-2222