La Cultura Aborigen Siboney  

Entre los pueblos aborígenes asentados en las caribeñas Antillas Mayores, a su llegada a esta región del mundo desconocido por ellos,  los españoles encontraron a la cultura Siboney o Ciboney que en lengua arawak quiere decir “habitantes de cuevas”; aunque otros estudiosos le dan una connotación distinta. Así unos han reconstruido la voz siboney o ciboney a partir de la palabra arahuaca ciba, piedra en español y eyerí, hombre, o sea hombre de la piedra y otros, más o menos igual: cibo, piedra preciosa y ney, gente lo cual resultaría en español gente de la piedra preciosa o de la perla.

      El término Siboney utilizado por los historiadores desde hace mucho tiempo puede resultar confuso por venirse aplicando a grupos étnicos de épocas distintas, muy diferentes entre sí tanto lingüística como culturalmente. Los primeros cronistas aplicaron el término a los pobladores de ciertas regiones de la Española y Cuba que hablaban un tipo de idioma arawak distinto al taíno clásico del oriente cubano y del de  la isla la Española; el padre Fray Bartolomé de las Casas llamaba a este grupo étnico “taínos-ciboney”, aunque Harrington y otros estudiosos de los pueblos aborígenes de las Antillas Mayores lo han utilizado para referirse a los “guanahatabeyes antiguos” del extremo occidental de Cuba, totalmente diferentes a los siboneyes lingüística y culturalmente. Así pues, los denominados “siboneyes históricos” del siglo XVI no solamente eran étnicamente distintos de los guanahatabeyes sino también de los llamados “taínos clásicos” del extremo oriente de Cuba, y no solo eso, los siboneyes de Cuba y la Española eran culturalmente diferentes entre sí. Otros estudiosos hacen mención de esta cultura como “taínos occidentales”; tal vez porque a la llegada de los españoles al Nuevo Mundo en el siglo XVI, los pueblos siboneyes habitaban en la parte occidental de la isla la Española, como ya se ha dicho, en lo que actualmente es Haití, arrinconados por los taínos, quienes los obligaron a confinarse también en el extremo de la península de Tiburón.  En Cuba, se habían asentado en la parte más occidental de la región oriental, en la central y occidental de la isla –desde la actual provincia de las Tunas   hasta la porción oriental de  la provincia Pinar del Río-, entre los “taínos clásicos” del extremo este de la isla y los guanahatabeyes del extremo oeste; o sea ocupaban la mayor cantidad del territorio cubano.

     Ciertos estudiosos de las culturas aborígenes antillanas llaman  a estos pueblos “Subtaínos” por el parecido a la cultura taína, en general, a la que no llegaban a igualar en desarrollo de acuerdo a las últimas investigaciones arqueológicas realizadas en los sitios de habitación encontrados en las Antillas Mayores.

     Muchos especialistas aseveran que los siboneyes constituyeron la primera oleada migratoria proveniente de la cuenca del Orinoco  hacia las Antillas y señalan el año 2000 aNE, como fecha de su arribo; indicios arqueológicos evidencian el posible poblamiento por siboneyes de la isla Trinidad en el arco de la Antillas Menores.  Según la arqueología, los restos más antiguos de la cultura siboney datan de la edad de concha, sin alfarería ni agricultura y han sido localizados en áreas de las Antillas Menores –Trinidad- la Española y Cuba; por tal razón, los “taíno-siboneyes” encontrados por los españoles en el siglo XVI en el caribe, eran descendientes más evolucionados socialmente de aquellos. Aunque los  análisis filogenéticos sugieren que la mayor parte  de las Antillas fue poblada desde América del Sur, un buen número de estudiosos de estas culturas han aportado pruebas contundentes de su posible poblamiento también desde Centroamérica.

     Muchos especialistas coinciden en que, entre el año 6 000 y el 12 000, llegaron los siboneyes a las Antillas y se difundieron por todas ellas para convertirse en la cultura originaria. Unos agregan que vinieron desde la América Central, otros desde la costa norte de Venezuela, lo cierto es que desde ambas direcciones, las corrientes marinas favorecían sus migraciones hacia Cuba., las Española, Puerto Rico e islas más al sur.

     “En su invasión primitiva, al ocupar el ciboney el territorio cubano, no tuvo necesidad de disputárselo a ser viviente alguno, pues aún la fauna era completamente inofensiva. No hubo enemigos con quienes combatir, solo era necesaria la ayuda mutua con propósitos de buscar alimentos ___considera el investigador y diplomático, graduado de la Facultad de Filología de la Universidad de la Habana, Blas Nabel Pérez___. Esto condujo a una lenta evolución sobre todo por lo extenso del territorio, por la abundancia de la comida y la poca densidad de la población que les permitía llevar una vida plácida. Durante todo un extenso y dilatado tiempo, fueron los dueños exclusivos de la isla ___ continúa diciendo este singular investigador que también realizó estudios de política exterior y aquí parece que está describiendo la llegada de los llamados guanahatabeyes antiguos a la isla, en realidad los primeros pobladores de Cuba___, hasta la invasión de los taínos, a mediados del siglo XV. Los taínos eran más fuertes y tenían mayor desarrollo[1]”.

     Los siboneyes fueron empujados por esta nueva cultura más vigorosa que demandaba espacios determinados  para establecerse acorde a su nivel de desarrollo superior y se vieron obligados a asentarse en las costas, entre los esteros y en los cayos del norte y sur de la isla.

      Cierta observación hecha por el Padre Fray Bartolomé de las Casas ha hecho creer que los taínos llegaron a sojuzgar de alguna manera a los Siboneyes. Escribió el sacerdote católico:

     “… Otros hay que se llaman Zibuneyes, que los indios de la misma isla (los taínos __E. Pertierra) tienen por sirvientes, y así son casi todos los de dichos jardines (se refiere a los cayos al norte y sur de Cuba llamados Jardines de la Reina y Jardines del rey __E. Pertierra)[2]”.

HÁBITAT

     A la llegada de los españoles a América en octubre de 1492, la cultura siboney o ciboney poblaba la mayor parte de Cuba excepto –como se ha descrito- sus extremos oriental y occidental, una pequeña porción localizada en el macizo Hotte, en la península de Tiburón, en el sureste del actual Haití y en las islas Bahamas.

     Estos pueblos con cultura de concha habitaban en las orillas de los pantanos, ríos, arroyos, lagos, ensenadas,  bahías y vivían en cuevas y barrancos. Hallazgos arqueológicos de comunidades aborígenes pertenecientes al grupo cultural Siboney asentadas en tierra firme en varios puntos de la geografía cubana, a cinco o más kilómetros de la costa han roto la lógica establecida por la arqueología sobre el hábitat de estas comunidades localizadas siempre en la línea costera  o zonas bajas muy próximas al mar. Sin embargo, el doctor Jorge Calvera Rosés ha dado una explicación plausible a este fenómeno alegando que en realidad, en aquellas remotas épocas, los asentamientos se encontraban en las proximidades del litoral, pero un descenso a nivel global de las aguas marinas formó una nueva línea costera, la que hoy se conoce, haciendo que los sitios arqueológicos siboneyes parezcan estar lejos del litoral. Tal es el caso de la Cueva del Funche, en la península de Guanahacabibes, provincia Pinar del Río, en la cual se hallaron piezas pertenecientes a la tipología del asentamiento Guayabo Blanco, la variante más atrasada de los siboneyes capaces de trabajar la concha; también, Victoria I, una cueva ubicada en terreno seco y más elevada que su entorno, en la provincia Camagüey, donde se descubrieron piezas de los aborígenes tipo Cayo Redondo, la segunda variante de la cultura siboney, estos grupos llegaron ya a tallar la piedra, sin alcanzar  los niveles de elaboración de los taínos.

     En su última fase de desarrollo y debido a la influencia taína seguramente, ya se habían agrupado en aldeas parecidas a los yucayeques, pero no iguales del todo. La choza siboney era circular según describió Colón, “a manera de alfaneque”, idéntica a la de los iñeríes y de las usadas por los caribes, habitantes de las Antillas Menores. Estaban construidas con yaguas sus paredes y guano de palma sus techos, con un agujero en el centro para permitir la salida del humo producido por el fuego de la cocina que permanecía encendido siempre.

     Las viviendas –como en la sociedad taína- albergaba a todo una familia, a decir de los cronistas y no poseían divisiones interiores; de los horcones, pendían las hamacas, colocadas unas debajo de otras y para entrar o salir se practicaban en las paredes dos aperturas, pero sin puertas; para que nadie entrara cuando no había nadie en casa, colocaban en ocasiones unas cañas atravesadas en cada abertura. En el interior de las casas solo existían los implementos de cocina,  el indispensable burén, por supuesto, jícaras para beber agua, jabas y otros objetos personales; también una representación del Cemí Atabey y cierta cantidad de caracoles colgando de finos cordeles distribuidos por el interior en calidad de sonajeros. Todas las casas, según el propio Colón, a pesar de tener piso de tierra, se mantenían limpias y ordenadas. En las viviendas, solo se cocinaba, comía y dormía, o se cuidaba a los niños muy pequeños en ocasiones, el resto de las actividades de sus moradores eran realizadas fuera del hogar. A la hora de comer, las mujeres y los niños lo hacían juntos, mientras los hombres se agrupaban en otro lugar del interior de la choza. Durante la ingestión de los alimentos, todos se mantenían en silencio absoluto para evitar que malos espíritus pudiesen penetrar en el interior del cuerpo junto a los manjares ingeridos.

     La aldea siboney se caracterizaba por no tener batey, en su lugar, utilizaban una choza de grandes dimensiones para recibir visitas ilustres de otras aldeas. En el interior de la gran choza hecha de los mismos materiales rústicos obtenidos de la palma real, se colocaban dos dujos, uno para el cacique y otro para el huésped de honor, el resto de los participantes en la recepción –que terminaba en una fiesta-, siempre hombres, se colocaban en cuclillas alrededor y próximos a las paredes. Cuando la recepción de los hombres finalizaba, entonces entraban las mujeres con canastas repletas de alimentos y bebidas obtenidos de la misma forma que lo hacían los taínos.

     Las casa de la aldea siboney estaban situadas, a diferencia de las taínas en el yucayeque, “unas acá y otras allá”, como describiría Colón en su diario; tampoco, a decir del gran almirante, la aldea era muy grande, cada una estaba compuesta de cuanto más cien casas.

FISIONOMÍA DEL SIBONEY

     Físicamente, el siboney era muy parecido al  taíno,  de estatura media y color cobrizo claro, cabellera negra, áspera y abundante, lampiño casi en la cara. Tenía pómulos salientes, nariz larga y aguileña, ojos chicos; su cráneo era pequeño, su cabeza tenía la clásica deformación fronto-occipital del taíno, con una capacidad de 1 165cc, Mesosubbraquicéfalo; comparativamente los guanahatabeyes tenían una capacidad craneal de 1382cc (Lipsi-Subbraquicéfalo) y los taínos 1 435cc (según Broca la capacidad media del cráneo de la raza germánica era en el siglo XIX de 1 534cc; la de la negra africana 1 371 y la de la australiana 1 228).

LA SOCIEDAD SIBONEY

     Las comunidades siboneyes estaban organizadas por un jefe, el  cacique, un consejo y el guía espiritual o behíque. El hombre, por lo general, andaba desnudo completamente, su cuerpo cubierto de pintura para ahuyentar a los molestos insectos del trópico: la roja, obtenida de la bija; la negra, de la jagua, pero estas pinturas de origen vegetal, tenían diferentes intensiones, las de las fiestas, las de la guerra, etc., porque cada ocasión requería un tipo distinto de pintura. Los hombres usaban un penacho de plumas ceñido a la cabeza o una pluma en el cabello atada por una cinta alrededor de su cabeza.

     Las mujeres vírgenes andaban completamente desnudas, solo cubría su torso el abundante cabello suelto; las casadas usaban una especie de delantal llamado nagua, que solo les cubría desde su cintura, por delante, dejando los glúteos siempre al descubierto.

RELIGIÓN

      La religión practicada por los siboneyes no está bien definida. Se ha aceptado que adoraban al Sol y que creían en un Ser Supremo. Sus festividades religiosas eran parecidas a la de los taínos; pero el batos o batú, no se jugaba en el batey, plaza inexistente en esta sociedad que habitaba en cuevas. En general, su organización religiosa tampoco alcanzó el ceremonial de la cultura taína.

     Solo la arqueología ha brindado evidencias de que la religión de los siboneyes era parecida a la taína; han sido encontradas cantidades apreciables de cemíes de piedra, barro y madera en sus lugares de habitación, representando animales o sin formas determinadas; sus sacerdotes también se llamaban behíque o boitio y como en la comunidad taína además de practicar la medicina primitiva, ejercían gran influencia espiritual en la comunidad. Creían que los cemíes hablaban por boca del behíque y que ellos estaban obligados a alimentarlos, además, que todos sus males eran producidos por la cólera de los cemíes.

BEHÍQUE

     El behíque era el guía espiritual y el médico de la tribu y conocía la diarrea, la constipación y piojos, la dermatitis, eczema, lesiones por nigua y caracol o pelagra. Usaba para aliviar los males hojas de conoba, caña santa, manzanilla, guaguasí; el almácigo y el tabaco eran utilizados para aliviar dolores y el guaycán para las bubas; sabía conservar los huesos y los cadáveres con ciertas unturas de yerbas maceradas y tinturas; hacía pequeñas sangrías, reducía las fracturas; la castración era a maceta y sin sutura; en el parto usaba cebadilla y xutola y hasta llegaba a practicar la cesárea.  Otras enfermedades como la fiebre amarilla, disentería, fiebre tifoidea, paludismo e infecciones de otra índole eran imposibles de sanar, aunque solían aislar a los enfermos contagiosos.

    Al igual que los taínos, atribuían la enfermedad al castigo divino, por eso los behíques imploraban la ayuda de los dioses en ceremonias que a los españoles  le debieron parecer muy extrañas. Se presentaban ante el enfermo con la cara pintada de negro como el hollín, gritando y haciendo ruidos extravagantes, el behíque soplaba sus manos, empleaba sus amuletos, ejecutando una danza extraña, acompañado de los familiares que entonaban cantos a  la luz de antorchas sostenidas en sus manos, para hacer más impresionante aquella “terapéutica sugestiva”.

     Sin embargo, en caso de que un enfermo importante dentro de la sociedad moría y los familiares lo atribuían a incapacidad del behíque, le preguntaban al muerto susurrándole al oído. Si obtenían una “respuesta afirmativa” de este, el behíque era apaleado sin misericordia  y su única opción era correr y esconderse hasta que los ánimos estuvieran calmados.

ARTE

     Desafortunadamente, las culturas ceramistas antillanas, continuadoras de aquellas asentadas en el norte de Venezuela y la cuenca del río Orinoco, no han sido del todo bien clasificadas, debido a que su catalogación responde más bien a un criterio etnológico que de orden estilístico.

     Por las investigaciones arqueológicas ha podido conocerse que los siboneyes se alimentaban de cangrejos, peces de agua dulce y salada, manatíes, ostras, caracoles marinos, jicoteas, jutías, iguanas y roedores. También recogían para su alimentación uvas de playa, mamey, hicacos, guanábanas, saona, coruzos, guáyica y yuca.

     Los pueblos taínos-siboney conservaron algunas técnicas denominadas paleo-indias, por haber sido desarrolladas por sus ancestros, en cuanto a la utilización del sílex, pero su artesanía lítica era mucho  más elaborada en lo referente a la talla de piedra con las que guardaban formas simétricas y acabados de mucho más calidad.

     El ajuar utilitario de los siboneyes estaba constituido por morteros, pequeños y grandes, majadores cónicos rectangulares y cilíndricos, así como hachas petaloides o mariposoides y de cuello, muchas de ellas decoradas. Otros objetos líticos como bolas de piedra de diferentes tamaños o esferolitos y los dagolitos (centros o dagas) han sido asociados a prácticas ceremoniales o funerarias como los entierros secundarios en los cuales se le aplicaban a los huesos de los muertos un pigmento rojizo.

     La cultura siboney desarrolló también la artesanía no lítica de la que ha podido encontrarse cuentas de collar y objetos diversos tallados en concha y caracol. La cerámica siboney no alcanzó el grado de expresión artística y de modelado de la taína; la mayoría  de los objetos encontrados muestran una pobre decoración, con incisiones rústicas, punteado rústico y protuberancias o apéndices que no  permiten   destacar bien las figuras representadas, aunque, por supuesto, se han encontrado objetos de factura siboney de excelente terminación. Los artesanos siboneyes utilizaban con frecuencia el montaje de tiras de barro como elemento decorativo (appliqué).  Respecto a la talla en madera, no llegaron, como los taínos, a desarrollarla en gran escala.

     A decir de Blas Nabel Pérez:

     “El arte ciboney sencillo, infantil, sin el complicado simbolismo  antropomorfo  del taíno, y no hay en él motivo religioso determinante de alguna  emoción artística. Los ornamentos ejecutados en piedra, hueso, madera y concha realizados por el ciboney ofrecen solo un principio artístico, que no mejoró con la llegada de los taínos[3]”.

     Nabel  Pérez argumentaba además que los siboneyes no hacían verdaderos tejidos al estilo taíno y tanto redes como hamacas eran confeccionadas mediante nudos y mallas por las mujeres quienes además se hacían sus propias naguas. También elaboraban sogas de majagua, guamá y corojos, sin embargo, la cestería no estaba desarrollada como la taína, no obstante,  hacían jabas, cibucanes y jabucos con yarey. Por otra parte, la alfarería era sumamente primitiva; trabajada por mujeres, sus utensilios: cazuelas circulares o naviculares y burenes no poseían ornamentación alguna.

      Del mismo modo que los taínos, los siboneyes poseían una medicina propia muy primitiva, su “escuela” se había formado a través del tiempo por información obtenida de su propia tradición y por las nociones generales que tenían de la naturaleza, pues sus conocimientos de anatomía y fisiología eran pobrísimos.

     Durante la conquista, la cultura siboney, por ser la más extendida,  fue la que más duro soportó la barbarie de los españoles.


[1] Nabel Pérez Blas. Las Culturas que encontró Colón. Ediciones ABYA-YALA. Ecuador 1992, p. 63.

[2] Documentos inéditos del Archivo de Indias, Madrid 1927. Tomo VIII, p. 35.

[3] Ob. cit., p.69.

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