Por Luis Hernández
En una intrincada zona de Mantua, vivía una familia humilde sumamente azotada por la miseria, propia de los años 50 del pasado siglo en Cuba. Integraban e linaje Juan, María y nueve hijos, el mayor con solo 11 años. Solo tres de los vástagos podían asistir a la escuela.
La nutrida progenie habitaba en una casita de guano forrada de yaguas, con verdores durmientes de cana, piso de tierra, seis taburetes en mal estado y una de patas flojas.
Los días transcurrían entre agonías y sufrimientos; yuca y boniato eran el plato habitual de la familia. Un día de fuerte lluvia y viento la casita quedó sin caballetes y apenas unas yaguas por paredes.
Juan acudió a un vecino dueño de un hermoso palmar; éste le proporcionó guano y yaguas con lo que techó y cubrió la humilde vivienda.
En la noche un fuerte ruido rompió el silencio: parecía que alguien intentaba penetrar en la humilde morada. Juan agarró el machete y se dispuso a defender su prole; se asomó por una hendidura, y sorprendió… la yunta de bueyes comiendo las yaguas verdes que había colocado como pared.
Con gran esfuerzo lograron meter los animales en el potrero. Al día siguiente el humilde campesino, volvió al palmar pero esta vez recogió yaguas secas, menos apetecidas por su yunta.
RPNS: 2199 ISSN: 2072-2222