Martí, el corazón de una nación

Se equivocan con Martí y con nosotros los que piensan que en esta isla afrentas permanecen impunes. Ser cubano es un compromiso con el mundo, y no porque nos creamos una nación especial; es porque nuestra deuda con la humanidad nos conmina a lavar la mancha que pueda empañar el sacrificio del mundo con Cuba.

Somos agradecidos, fieles a la palabra empeñada y son razones suficientes para no mostrar debilidad ante el ultraje. Somos, sin proponérnoslo, el símbolo de una resistencia que no ha conocido respiro; es por eso que no permitimos la humillación, porque jamás hemos humillado.

Pienso así porque soy martiano, y creo hablar en nombre de los que aman la obra del Apóstol, sin ponerla de moda, sin adulterarla, como pretenden los cobardes vocingleros, sin procurar que Martí pertenezca a una sola parte de los cubanos. 

El deber de un hombre con su patria no puede estar errado si sabe definir el bien, la justicia y la necesidad de hacer lo que se precise para que esta permanezca libre e independiente. Martí nos previno de los flojos, de los sietemesinos, de los oportunistas y de los falsos profetas.  Y fue tan grande su ejemplo que, a más de un siglo de su partida física, sus lecciones de decoro permanecen indelebles.

Martí nos enseñó que la patria es ara y no pedestal, que los hombres que aman y construyen, generalmente se quedan solos, y que una verdad, una idea justa desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército.

Por eso el coraje ante la afrenta, ante la creencia petulante de quienes pretenden, desde la distancia segura donde se refugian, azuzar a la acción denigrante contra los íconos de la nación cubana, contra el Martí de la rosa blanca.

Los ejecutores, solo de verlos, nos percatamos que son simples manos infames, mercenarios, vulgares individuos que venden el alma al mejor postor, sin la autoridad moral para nombrarse, Clandestinos, como los jóvenes que se inmolaron, como Martí, para defender la patria de la más sangrienta dictadura.

Tenemos un país de hombres y mujeres que no se rinden, no renuncian a la alegría, al recuerdo de sus padres fundadores, a preservar lo que defendieron los mejores hijos de esta tierra. A los que detentan de esta tenaz resistencia, les duele reconocernos gigantes, verdaderos discípulos del Apóstol, capaces de defender la pureza de sus bustos y su capacidad de estar presente para todos los tiempos.

Pobres los que están condenados al fracaso, los que intentaron desesperadamente un minuto de gloria a costa de la infamia, porque con sus actos elevan la figura de hombre universal que fue nuestro José Martí a los más altos estratos, mientras ellos, inevitablemente, perecen en el fango del olvido.

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