A las personas que quiero, por si algún día falto de repente

No estoy apresurada ante mi tiempo de perecer, más bien no sé cuándo será. La vida son momentos eternos marcados por el tic tac del reloj, pero todo acaba en un instante, quizá esperado, pero: ¿Y si es un instante fugaz? Por tal motivo decidí escribir estas líneas para mis personas queridas.

Mi fuente de inspiración fue la abuela, quien cerró los ojos sin avisar, sin contemplaciones por los que dejaba, pero supongo no estuvo entre sus manos elegir cómo despedirse, si se le puede llamar a eso, despedida.

Pedí permiso a las barreras impuestas, a los problemas y las necesidades, y pasé, hice cuanto pude y cuanto quise. Me quedo con eso, porque ahora estoy desnuda, despojada de riquezas y solo queda en mi alma, perenne, la satisfacción de haber amado, pedido perdón y bailado, firmemente, de una mano que cuando yo no pude, me ayudó a bailar.

Si no lo hice minutos antes, pues supongo que en la “hora precisa” no de tiempo de hacer todo cuánto queremos, pido perdón por mi sonrisa poco habitual, pero sincera, a la amiga que herí con franqueza, pero fue por su felicidad. A mis padres, por si alguna vez los decepcioné, por si lloraron a escondidas a causa de mí.

Hice cuanto pude, fui feliz y también fallé, pero vivir significa más que eso, es acontecer, surgir detrás de los problemas, de los fallos, con el amor por encima del odio, con la cura por encima del dolor, el pañuelo sacado de entre las lágrimas y la sapiencia, de los momentos, de la experiencia, de los hechos que conforman la vida. 

Ahora quiero hacer tantas cosas, ahora que no puedo. Si lloré no me arrepiento de haber llorado. Si reí lo haría de nuevo, estrepitosamente. Ahora, si tuviese la oportunidad, amaría con intensidad, a todo cuanto no amé y no supe valorar.

Me tomaría un tiempo para ver cuánto me aporta lo que tengo a mis alrededores, pero lo que puedo decirte es que si no te hace bien: déjalo ir.  Aunque estoy conforme con lo que fui capaz de hacer. En ocasiones me retiré a tiempo, aunque nunca me rendí. Tomé café a todas horas, hice pocos amigos, pero creo que fueron los verdaderos.

Amar la vida y todo lo que hay en ella, como yo amé a quien necesitó mi ayuda, al que tocó mi puerta, al que me dio un abrazo y me alentó, eso es una de las plenitudes de gozo. No me quería retirar de la batalla, porque prefiero perder y seguir luchando a desaparecer del campo, pero espero haber dejado una huella en algún que otro corazón, en mis seres queridos, y si alguien siente mi ausencia y llega a extrañarme, si eso sucede, aunque no pueda tener la certeza, estaré segura de haber hecho las cosas bien.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.