Historiadores y críticos de la ciencia ficción coinciden en que los orígenes del género deben ser buscados en antiguos textos griegos de corte marcadamente fantástico, las primeras leyendas chinas y persas o en la poesía épica asirio-babilónica; en los cantares hindúes y hasta en las sagradas escrituras hebreas, por sus constantes alusiones a viajes a través del espacio o la llegada a la Tierra de seres superiores venidos desde las inmensidades cósmicas.
Cuenta una antiquísima leyenda que Faetón, joven e intrépido hijo de Climena, ambicionó recorrer los caminos del cielo conduciendo el carro de su padre el Sol y estuvo a punto de incendiar el Universo. Y narra otra bonita fábula no menos legendaria cómo Dédalo, el famoso arquitecto griego constructor del Laberinto para encerrar el Minotauro, fue hecho prisionero en la isla de Creta por órdenes del Rey Minos y junto a él, su hijo, un joven audaz llamado Ícaro. Ambos, obsesionados por regresar a Grecia, intentaron una espectacular fuga construyendo enormes alas con plumas y cañas pegadas con cera; animados por irresistibles ansias de libertad, remontaron vuelo; pero Ícaro, desatendiendo los consejos de su sabio padre, se aproximó demasiado al Sol y al derretirse la cera de sus alas, cayó al mar Egeo, donde la espuma de las olas formó una hermosa isla al contactar con su cuerpo.
El libro de Henoch, obra profética considerada un libro apócrifo del Antiguo Testamento cuenta la historia de las razas humanas y sus alegorías son mixturas de enigmas celestiales, cataclismos cósmicos que marcan el fin de cada una de las siete razas. Sus personajes resultan tan enigmáticos como sus profecías. En sus páginas aparece una curiosa descripción que muchos especialistas en paleocontacto no dudan en identificar con el interior de una gran nave espacial.
… Me hicieron volar, me llevaron a lo alto y me hicieron entrar en los cielos ___describe Henoch el momento en que es enviado ante la presencia del rey del cielo__. Entré hasta llegar cerca de un muro construido por piedras de granizo; lenguas de fuego lo rodeaban […]. Entré en las lenguas de fuego y me acerqué a una gran casa, construida con piedras de granizo; los muros de esta casa eran como un mosaico de piedra de granizo, y su suelo era de granizo. Su techo era como el camino de las estrellas y como rayos; en el medio había querubines de fuego, y su suelo era de agua. Un fuego ardiente rodeaba los muros y su puerta llameaba en el fuego. Entré en esta casa; era ardiente como fuego y fría como nieve…” (1).
En el capítulo VI, El libro de Enoch refiere cómo los ángeles se aparejaron con las hijas de los hombres después de descender sobre Ardis, la cima del monte Hebrón.
Otro pasaje bíblico, esta vez del Libro de Ezequiel, hace alusión a un aparato volador; su descripción…
Y sus pies eran derechos; y la planta de sus pies era como la planta del pie de un becerro y centelleaban a la manera de la refulgencia del bronce bruñido. (2)
… dio lugar a que el escritor danés Erich von Däniken, furibundo defensor del paleocontacto aseverara en uno de sus libros que se trataba del tren de aterrizaje de un módulo espacial de descenso.
Después de estudiar detenidamente el pasaje, el ingeniero en construcción de vehículos cósmicos de la NASA Josef F. Blumrich, diseñó el aparato auxiliado por una computadora. Según Blumrich presuntamente se trata de un vehículo-sonda o un módulo espacial dotado de un tren de aterrizaje muy eficaz para posarse en todo tipo de terreno.
En la epopeya de Gilgamesh, la más antigua de cuantas hasta hoy se tenga noticia, el héroe-rey se enfrenta a un monstruo nombrado Huwawa (Humbaba en asirio) que fungía como guardián del lugar por donde habían aparecido “los dioses”.
Las lanzas y las masas que le arrojaban Enkindu y Gigalmesh rebotaban sin causar daño alguno al luminoso monstruo; pero detrás de él, una puerta habló con la angustiada voz de un ser humano. El hábil Enkindu descubrió entonces el sitio donde había sido herido el servidor divino, Huwawa, y acabó con él.
Uno de los versos resalta que Huwawa no era ni hombre ni dios, pero tenía dientes como de dragón y el rostro como el de un león […] su grito es la tempestad, su boca vomita fuego y su aliento es mortal.
La interpretación moderna de estos fragmentos es la lucha del legendario héroe babilónico y sus guerreros con un robot guardián de una nave espacial cuyos tripulantes debieron salir a explorar la zona de descenso acompañados, aparentemente por robots androides, ya que otro verso dice:
… Los que acompañaban a Innana eran seres que no conocían los alimentos, ni el agua; que no tomaban ninguna comida preparada ni bebían agua.
Varios textos de la civilización sumeria constituyen una compilación de los viajes aéreos de la diosa Innana. El atuendo de esta deidad recuerda un traje espacial dotado de equipo autónomo para volar, incluido un casco con una especie de auriculares a ambos lados.
Otras inscripciones sumerias y acadias hechas en tablillas de barro cocido nos cuentan sobre reyes que ascendían a los cielos para visitar la morada de los dioses como En- Me- dur- an- ki, cuya trascripción es literalmente “gobernante cuyo me conecta cielo y tierra” y entiéndase por me ‘atuendo para volar’.
La versión asiria de Hastra-Asis (Noé) recoge como los dioses emplearon el ru-kub ilani (carro-cohete) para evadirse de nuestro planeta: … los anuaki elevaron sus carros-cohete como antorchas, haciendo flamear el cielo con su fulgor.
¿Y qué decir de unos grabados sobre cilindros de barro cocido descubiertos durante excavaciones en las ruinas de la biblioteca Asurbanipal, en Mesopotamia, donde se relata que el monarca Elam –cuyo reino floreció 3 200 años antes de Cristo- voló hasta perderse en las alturas?
Otras alusiones a los vuelos espaciales se encuentran en el libro Recuerdos de los soberanos y de los reyes, escrito en China en el siglo III dC, aunque sus fuentes documentales se pierden en la historia de esa milenaria nación. En él se cuenta que un día, durante el reinado del emperador Han –época del florecimiento del Imperio Romano- se vio descender una “estrella” en forma de vaso o de copa, como lo hace una flor al caer de un árbol.
En 1938, el arqueólogo Chi Po Tei encontró en una cueva del macizo montañoso Baitn Kara Ula, fronterizo con el Tibet, unos extraños discos con una escritura acanalada que partía desde el orificio central formando una espiral hasta llegar al borde.
Dos décadas de trabajo no fueron suficientes para descifrar los jeroglíficos; sólo en 1962 el profesor Sum Um Nui, Miembro de la Academia Prehistórica de Beijin, logró desentrañar parte del mensaje, pero el gobierno de Mao prohibió su divulgación porque contradecía los postulados oficiales respecto a la prehistoria china. Un año después el profesor Sum logró el consentimiento de las autoridades para dar a conocer el insólito mensaje donde se relata la llegada a esa región del planeta de seres venidos del espacio.
Aparentemente, el vehículo cósmico en que viajaban sufrió una avería o agotó sus hipergoles. Carentes de posibilidades para reparar la avería o conseguir los elementos necesarios para obtener el preciado combustible, los tripulantes de la nave trataron –en forma pacífica- de establecer relaciones con los nativos, pero fueron perseguidos y exterminados.
Manuscritos chinos narran también como Pu Gie, primer emperador tibetano y otros seis monarcas más que le sucedieron, bajaron del cielo y, después de gobernar con sabiduría, regresaron a su lugar de origen. Describen además “serpientes de hierro” rodeadas de llamas ¿naves espaciales?, e incluso los habitantes de las estrellas.
Los antiquísimos libros sagrados de la India Mahabharata y Ramayana, compendios de miles de versos que narran la creación del Universo, el surgimiento de las religiones, las costumbres, los dioses e innumerables mitos y leyendas de ese vasto territorio continental de Asia, contienen referencias muy interesantes sobre seres venidos de otros mundos en naves voladoras; combates aéreos y terrestres, con la utilización de armas que aún hoy son patrimonio del mundo de la especulación fantacientífica.
En los textos que lo conforman, Mehavira, el Drona Parva y el Raserbana, se describen vehículos voladores, los vimaanas en los que hombres venidos de las estrellas, los dioses, se desplazan a través de la atmósfera terrestre o emprenden viajes al espacio interestelar.
Por las Tablas Brahamánicas, sabemos que el primer vehículo cósmico que llegó a la Tierra vino en dirección de Venus en el año ¡18 617 841 antes de Cristo!
Las descripciones de los vehículos aerocósmicos conocidos como vimaanas son claras y muy precisas.
Cuando el Sol se levantó Rama subió al carro celeste que Puspaka le había enviado y se dispuso a partir __ dice el Ramayana__. Este carro se movía por sí mismo. Era grande y bellamente pintado. Tenía dos pisos de habitaciones con unas ventanas y estaba adornado con banderas y colgaduras. Emitía un sonido melodioso mientras seguía su curso aéreo …
En uno de estos vehículos Ravana raptó a la doncella Sita y provocó un cruento conflicto comparable al último de nuestros días, con el uso de armas que incluso hoy no han aparecido en los campos de batalla.
Otro de los textos sánscritos, el Samar, describe también los vimaanas:
Pueden ser invisibles, transportar pasajeros, puede ser grande, puede ser pequeño, puede desplazarse en silencio, debe estar bien cerrado, no debe estar muy caliente, demasiado rígido o demasiado blando, puede ser movido por algunos cantos y por algunos ritmos; los seres humanos, gracias a estas máquinas, pueden volar por el aire y los seres celestes descender sobre la tierra.
Sus diversos desplazamientos eran: subir, bajar, ir hacia delante, ir hacia atrás, recorrer grandes distancias, realizar el movimiento perpetuo.
Continúa diciendo el texto que los vimaanas podían volar hasta las regiones solares o Suryamandala y a las regiones estelares o Nakastramandala.
Mahabharata aspira a ser una guía para enseñar a los yoghis la forma de llegar a la Luna y narra un combate entre dos ejércitos con rasgos característicos de un relato de ciencia ficción. Es aquí donde por primera vez se menciona el famoso rayo de la muerte –agneya en sánscrito- que no es patrimonio de Verne, de Wells, ni de Tolstoi, ni de tantos otros que pretendieron patentarlo como invento suyo.
Fue enviado un proyectil flamante, como un rayo con un fuego sin humo. Profunda oscuridad envolvió al ejército contrario. Los puntos cardinales fueron invadidos por las tinieblas. Un viento maligno sopló de repente. Las nubes rugían una nube de sangre. Los elementos se agitaron. El sol parecía dar vueltas sobre sí mismo. El mundo estaba febril bajo el calor de esta arma fatal. Los elefantes corrían enloquecidos, buscando protección. El agua hervía, las criaturas acuáticas morían. Los enemigos caían de las copas de los árboles, los elefantes caían aquí y allá. Los caballos y los carros parecían troncos de árboles consumidos. Millares de carros caían de todos lados. Después, la oscuridad ocultó a todo el ejército (3)…
Como el anterior, otro de los pasajes del Drona Parva puede tomarse como la descripción de uno de los sobrevivientes de los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki.
El fuego de esta arma destruía las ciudades produciendo una luz más clara que cien mil soles… ese fuego hacía caer las uñas y cabellos de los hombres, blanqueaba el plumaje de los pájaros, coloreaba sus patas de rojo y los volvía tortugas… los guerreros corrían a arrojarse a los ríos para lavarse y lavar todo lo que habrían de tocar (4)…
¿Y si los comparamos con la descripción hecha por Wells en el capítulo El rayo ardiente de su magistral La guerra de los mundos?
…Y, lentamente, una forma de enorme joroba se alzó en el agujero, y surgió tímidamente de esa forma el espectro de un rayo luminoso.
Y enseguida brotaron llamas reales y brillantes resplandores en el grupo de hombres dispersados y llamas y resplandores saltaban de uno a otro. Diríase que algún chorro invisible llegaba a ellos, produciendo con el choque blancas llamas. Parecía que cada hombre era de pronto convertido en fuego.
… Tenía la impresión de que era algo extraño, una luz sorda y deslumbradora, al mismo tiempo que hacía caer por tierra cuantas casas alcanzaba, que incendiaba los abetos y las zarzas secas, y que a los lejos, hacia Knaphill; prendía fuego a las hileras de árboles y a las quintas de madera
Rápida y regularmente describía una curva esta muerte flamígena, esta invisible e inevitable espada de fuego… parecía tenderse entre los marcianos y yo a través de la maleza, un dedo invisible, pero ardiente.
Evidentemente, ninguna de las obras o textos citados pertenecen al universo de la ciencia ficción; se consideran testimonios de hechos presuntamente ocurridos en épocas remotas y, aunque enriquecidos por la imaginación del hombre, deben ser clasificados entre las leyendas, los mitos, las fábulas y no como obras de pura ficción literaria creadas con una intención a priori.
La disyuntiva es la siguiente __dijo el escritor y estudioso colombiano de la ciencia ficción, René Rebétez__: consideramos los textos más antiguos de la humanidad como crónicas de epopeyas acaecidas y olvidadas o la ciencia ficción tiene sus raíces en el origen mismo de la literatura (5).
Pero aún si el origen de la ciencia ficción no tuviera sus raíces en la génesis de la literatura –aunque pienso como Rebétez- al menos sí existe una fuerte imbricación entre los textos más antiguos y las obras que prefiguran el género y hasta con las historias de la ciencia ficción moderna de principio del siglo XX.
¿Acaso los pasajes citados del Mahabharata y el Ramayana no resultan tan excitantes como el de la famosa obra de Wells? ¿Acaso la ciencia moderan no ha considerado los antiquísimos Libro de los muertos, egipcio y Bardo Todol, tibetano, como verdaderos tratados de psicoanálisis? ¿Acaso los “selenitas” de Plutarco, los espíritus terrenos descritos en De facie in orbe Lunae en el siglo 70 después de Cristo no estaban dotados de “poderes extrasensoriales” para guiar los destinos de los terrícolas a través de los oráculos?
La ciencia al contrario de la alquimia __ha dicho Rebétez con toda razón__, desgarra bruscamente el velo del conocimiento y convierte los “mantras” o palabras sagradas de los magos en fórmulas de carbono y ecuaciones algebraicas. La ciencia ficción es cronista de esta transición: religión-magia-ciencia de la que el hombre apenas está comenzando a ser consciente (6).
Gilgamesh, el Libro de Enoch, Mahabharata, Ramayana y el resto de los textos citados constituyen las primeras crónicas sobre la llegada de extraterrestres a nuestro planeta (los dioses), los “primeros contactos” o “encuentros cercanos del tercer tipo”; donde se describen naves que se mueven utilizando medios y procedimientos desconocidos aún para la ciencia de nuestros días (la magia); donde por primera vez se mencionan los vuelos interplanetarios e interestelares; los temas más recurridos de la ciencia ficción; fiel cronista de lo que vendrá.
NOTAS
- El libro de Enoch. Editorial 7 ½ S. A. Barcelona, España 1979. Segunda Edición, p. 253.
- Tomado de: Los dioses astronautas, p. 28.
- Poema épico compuesto por 3 600 versos escritos en lengua acádica, encontrado a fines del siglo XIX en doce tablillas de arcilla cocida en las ruinas de la biblioteca Assurbanipal, en Nínive. Narra las hazañas de Gilgamesh, el mítico rey-héroe fundador de la ciudad sumeria de Uruk, Mesopotamia.
- Tomado de: Los dioses astronautas, p. 31
- Citado por René Rebetez en: Ciencia ficción: Cuarta dimensión de la literatura,
- p.2
RPNS: 2199 ISSN: 2072-2222