Galeno, el caballo y los trastazos del chacharrero del barrio

Galeno, el personaje de esta historia, no era médico; era mecánico diesel y pocos lo aventajaban en la reparación de un KVD alemán.  Se nombraba Tony, y su particular filosofía de la vida siempre lo distinguió entre la claque de operarios y técnicos de la Empresa de Maquinaria Agrícola en la villa.

Nació en Mantua, que por los años 40 del pasado siglo,era el fin del mundo, y heredó el muy particular talante dicharachero de esta región en la que, al chiste se le llama gracia, si tienes la suerte de hacerlo bien; de lo contrario, devienes en pujón de barrio,  y esa es otra historia.

Pero Galeno era saleroso, y se le daban espontáneas las parrafadas sobre esto, aquello o lo otro; historias que la gente engalanaba hasta convertirlas en verdaderos paradigmas de la chanza criolla en Vueltabajo.

Su esposa Lele, tuvo la suerte, poco envidiable, de vivir más de 40 años al lado de un personaje tan peculiar, pródigo en excentricidades y dado a empinar el codo para, “ponerse a tono” con las musas de la llave inglesa y los inyectores. Eso sí, nadie dude que se amaron.

Entre los objetos más preciados de Galeno estaba la bomba de echar aire a su destartalada bicicleta. Como era la única en el barrio, el artefacto hacía poca estancia en la terraza de su casa, y así se convertía en el principal motivo de conflicto con su mujer, “por bondadosa”. “Lele, préstame el “pistón” de Galeno un momentico”. Y allá iba la bomba.

Uno de esos días de ciclo desinflado,  ante la ausencia de la herramienta, compró un candado y una cadena en la tienda de la esquina, ató la bomba a la columna del portal y las llaves pasaron volando por encima de la vega de Chunga. Los vecinos, avisados, jamás volvieron a pedir el “pistón” de Galeno.

Como buen médico de motores, era invitado por los campesinos a sus fincas. En pago por sus servicios, le regalaban arroz, frijoles, una gallina y un poco de ron, que jamás rechazó, “para no hacer desaires” a sus paisanos.

Aquella tarde, venía de un lado al otro por el camino de la Manigua. Su cuñado Pedro que bajaba, le preguntó: ¿De dónde vienes, Galeno?

Con la lengua enredada y aquel tono chillón que, más que conversar, lo hacía gritar, respondió: “De arrancar el motor de Guaco Rivera.”

“¿Y arrancó?”

Tuvo un momento de lucidez, como si viera a Pedro por vez primera , y le dijo, pleno de convicción: “¡Arrancar, arrancó, pero cuando se apague no lo arranca ni la Virgen María!”

Así era Galeno, que un día ganó  una visa por cinco años, y prometiendo a sus hermanas que no bebería nunca más, se fue de visita a los Estados Unidos. La primera semana, todo como la seda, hasta que en la mañana de la octava jornada… desapareció. Poco faltó para que la policía de Miami Dade tomara cartas en el asunto, hasta que “emergió” con “seis tablas bajo el agua” en un bar del centro, junto a un amigo de la infancia.

En el primer avión lo regresaron a la isla con la explícita sugerencia de, olvidarse de la visa. “El susto que diste en este lado del charco- le dijeron-  no se volverá a repetir”. Y Galeno alegó con un gesto despreocupado de sus hombros y un: “Vaaaah, me da lo mismo;  allá no se me ha perdido nada. Más es la bulla”.

Luisisto puso un molino con un motor KVD 8 de dos pistones, y todo marchaba bien hasta que el aparato tuvo un calentón proverbial y se apagó:

“Galeno, vamos a la casa para que me revises el motor”.

Y Galeno, maduro como estaba de un coronillazo,  agarró los instrumentos y se fue a consultar al “enfermo”.

“!No lo toques todavía que está muy caliente!”

Galeno se molesta y le recrimina:  “¿El mecánico eres tú, o soy yo?”

Luis, abochornado, se aparta. Casi de inmediato escucha un aullido:

“!Carajo, me quemé, ñoooó!”

“Pero si te lo dije…”.

“¡Recontra, chico. Me hubieras aguantado. ¿No ves que estoy borracho?”

Y es que por entonces, el alcohol ya había hecho presa de él. 

Iba a un funeral y pasó por, La Araña, único bar del pueblo. Allí sus cofrades le ofrecieron un trago, que no aceptó, “porque debía acompañar a su amigo a la última morada”. Media hora después aparece en casa,  tambaleante, y su esposa le reprocha:

“Galeno, caramba, te emborrachaste y no fuiste al entierro de Ñico, parece mentira!”

“¡Te juro que no me emborraché, Lele, te lo juro. Pasé por La Araña y me “jalé” con el olor.” Lo cual era verdad.

Pero quizás, la historia que lo inmortalizó ante la exégesis popular  ocurrió una mañana de junio del 2001. Fiel oyente de los discursos de Fidel, el Galeno se sentaba al televisor, camiseta blanca, piernas cruzadas, un cigarrillo tras otro, y seguía cada palabra del líder de la Revolución mientras regañaba al que subiera el tono.

“!Lele, Juan Antonio, a callar, que está hablando El Caballo!”

Aquel 24 de junio, en el Cotorro, el Comandante hablaba sobre los Cinco. Agobiado por el cansancio, la falta de sueño y el calor, sufrió un descenso y sus guardaespaldas lo retiraron del pódium.

Galeno salió dando gritos por el barrio, y pedía que, “le dijeran, que al Caballo no le había sucedido nada malo”. En medio de su angustia, un jodedor, hoy recordado en el poblado por la respuesta de Tony, le espetó:

“¿Desde cuándo tú eres tan revolucionario, si andabas por Miami?”

Entonces, Galeno, le lanzó la ráfaga inmortal que lo consagró fidelista hasta el día de su muerte: “¡No te metas conmigo. Fidel es Fidel y lo demás me importa un carajo!”

Y no se calmó hasta que, 10 minutos después,  le aseguraron que, El Caballo, estaba bien y que comparecería en la mesa redonda a las seis de la tarde.

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