Servidor público de profesión no es cualquiera, aunque la plaza esté en el clasificador y el salario sea bueno. Aquí se trata de una vocación, tal como el que nace músico, pintor o bailarín. Por eso reinaugurar un establecimiento, climatizar un salón o poner uniformes, credenciales y pañuelos finos en el cuello de los empleados no siempre surte los efectos esperados.
La carrera de servidor público no demanda pruebas de ingreso a la educación superior ni precisa concursos, aunque los aspirantes debían someterse a exámenes rigurosos. Es cierto, la educación- la de casa- y la formación profesional de un individuo influyen, pero no son suficientes.
En los tiempos que corren, saturados de encontronazos morales entre los que quieren hacer y los que prefieren dejar las aguas bajo el puente, los defensores de la mediocridad achacan sus rosarios de males a la desmotivación, sin detenerser a pensar que los resortes de la excepcionalidad no entienden de lamentos. Los que quieren hacer siempre encontrarán los medios.
Todas las condiciones materiales del mundo no son capaces de garantizar una buena gestión, si quien está al frente, o el simple asalariado de la oficina o el mostrador, padecen el síndrome de la ausencia de la antipatía, son propensos a las chapuzas y ven el trabajo como mera fuente de ganar el salario y “hacer favores” a quienes han de servir con alegría y devoción. Ya lo dije: cualquiera no es un servidor público.

Servidor público, por vocación y actitud
Un administrador de cafetería, el de una tienda, o el de un banco ha de ser, por vocación y actitud, un servidor público. Lamentablemente, no es así: la cola en llamas, el jefe en su oficina climatizada haciendo papeles, dos vendedores apáticos atendiendo al alterado público, otros, indiferentes, hacen cuentos y un tercero se dedica a despachar por “atrás”, para seguir fomentando las indisciplinas.
Estoy en contra de meter a todos los servidores públicos y a quienes tienen una responsabilidad estatal, en el mismo saco. Ejemplos buenos hay, solo debemos andar la vida y los establecimientos estatales y privados para darse cuenta.
No creo que los estereotipos creados por el humorismo sean el atributo generalizado del mal servicio, las respuestas insípidas y la burocracia entronizada en muchos lugares. Pero es bueno que cada servidor público, con la misión de latir al compás del pueblo, se pregunte todos los días qué hace mal, cómo puede mejorar su gestión y por qué no ha dado seguimiento a los temas sensibles que le incumben por obligación moral, por plantilla y por el salario que devenga.

Escuchar, negociar, tener los pies sobre la tierra
Un servidor público no olvida promesas, escucha, negocia, rectifica, vive con los pies sobre la tierra y quita el buró de en medio para responder con franqueza, por lo que le corresponde hacer, por lo logrado y por lo que falta.
El mensaje está escrito en todas las esquinas de nuestra existencia, igual para los que andan el buen camino del servidor público, como para los que, teniendo las mismas responsabilidades, las esquivan. Construir un país sin personas dedicadas, generosas, devotas de sus misiones sociales, es imposible.
Por eso ya es tiempo de pedir a los chapuceros, a los desmotivados y a los que siempre encuentran justificaciones para engordar el círculo vicioso de los malos servicios, la ausencia de compromiso y el destierro sistemático de la creatividad, que se aparten: siempre habrá quienes lo hagan mejor.
RPNS: 2199 ISSN: 2072-2222