El origen de Madrid es bien debatido hoy en día y todo porque ciertos cronistas españoles han situado su fundación unos ¡diez siglos antes que la de Roma!
Para unos es de estirpe griega, como deja entrever la crónica donde se cuenta que Epaminondas, célebre general heleno, plantó sus estandartes en las cercanías de Manzanares. ¿Acaso no lo sugiere la figura del dragón esculpida en la Puerta Cerrada?
Para otros, sus raíces son romanas a juzgar por las tablas ptolomeicas y tiene ¡cuatro mil años de existencia!
Como resultado de semejantes especulaciones históricas, Madrid tiene más de diez nombres, sin contar las tantas denominaciones “latinizadas” o “castellanizadas”. Así, podemos llamarla indistintamente desde su secular fundación Magerit, Magerito, Magit, Mugit, Maiorito, Matrice, Magrit, Miarum, Ursania y Mantua Carpetana o Carpetanorum.
Estudiosos de este fenómeno no dudan en asociarlo al traslado sucesivo de la Corte entre los siglos XVI y XVII ora a Toledo o Valladolid, ora a Granada o Barcelona, cumpliendo el deseo de los reyes, hasta que alguien se percató de la necesidad de asentar definitivamente el centro de poder y demás instituciones oficiales del reino.
Sin embargo otros historiadores, más realistas, lo achacan a la “malsana manía” de antiguos cronistas empeñados en engrandecer el nombre de la ciudad para “emular” con la historia de las capitales europeas más famosas.
Ramón de Mesonero Romanos, primer historiador oficial de Madrid, califica a estos cronistas de “aduladores panegiristas” que quisieron dotar a la villa de una “rancia alcurnia” y hasta llegaron a plagiar la historia de Virgilio en la Eneida al atribuirle a Ocno-Bianor, el mítico príncipe que erigió Mantova a orillas del Mincio, la fundación en la península ibérica de una ciudad llamada Mantua Carpetana, identificada posteriormente por algunos historiadores con Madrid.
En su libro El antiguo Madrid. Paseos históricos-anecdóticos por las calles y casas de esta villa, Volumen I, en la introducción que él subtitula “Reseña histórico-topográfica y civil de Madrid. Época desconocida”, Mesonero Romanos señala:
“Madrid, como todas las ciudades, como todos los estados, como todos los personajes, que enaltecidos por la suerte llegaron a adquirir cierta importancia política, tuvo muy luego sus aduladores panegiristas, que, no contentos con defender esta importancia y justificar aquel engrandecimiento con los méritos especiales del tal pueblo o del tal sujeto, estribándolos en las dotes de su valor más bien que en el privilegio de su fortuna, trataron de rebuscar su origen en la más remota antigüedad, enlazándole con los héroes mitológicos o fabulosos, para forjarle luego una empergaminada ejecutoria en que poder ostentar sus heráldicos blasones.
“Todo esto es muy entretenido y sabroso, si no muy verosímil ni importante a los ojos un tanto escépticos de la actual generación, en cuyas almas no arde ya aquella fe sincera y entusiasta que enaltecía al carácter y formaba las delicias de nuestros apasionados abuelos; y ni aun quiere dispensar a éstos los honores de la controversia en materias que considera de escaso interés, por remotas, improbables y que a nada conducen. Por eso los modernos historiadores dejan a aquellos ardientes admiradores de lo desconocido, mano a mano entretenidos con sus héroes mitológicos, con sus fantásticas o místicas apariciones, con sus hiperbólicas consejas y gratuitas y cándidas conjeturas, y procuran sólo aprovechar los datos fehacientes, ya sea que puedan hallarlos escritos, o ya los vean consignados materialmente en los sitios y monumentos; y en llegando a la época en que viene a faltarles aquel hilo conductor, dejan a la historia envuelta en la noche de los tiempos, y continúan tranquilos su narración.
“Por el opuesto sistema, los entusiastas y prolijos coronistas de Madrid, Gonzalo Fernández de Oviedo, el maestro Juan López de Hoyos, Gil González Dávila, el licenciado Jerónimo Quintana, Antonio León Pinelo, Juan de Vera Tassis y Villarroel, D. Antonio Nuñez de Castro, y otros que en los siglos XVI y XVII, a consecuencia de la rápida importancia adquirida por esta villa con la traslación a ella de la corte de la monarquía, dedicaron sus plumas y desplegaron toda la fuerza de su voluntad a rebuscar y consignar con más celo que buen criterio, mil confusas tradiciones, mil absurdas conjeturas con que enaltecer a su modo al pueblo que los había visto nacer y cuya historia o panegírico intentaban trasladar; ocuparon muchas páginas de sus indigestos cronicones en aserciones notoriamente falsas, en consejas maravillosas y en deducciones temerarias y hasta ridículas, que, si pudieron ser admitidas en la época en que se escribían, hoy sólo alcanzan de la crítica sensata una sonrisa desdeñosa.
“Nada, sin embargo, debemos extrañar que así sucediera, y que tan patriotas y eruditos escritores pagasen tributo a la moda de aquellos tiempos, que quería que la remota alcurnia fuese el primer título de gloria para los pueblos como para los individuos; y que dominados por el deseo de hacer aparecer con mayor esplendor a su villa natal, objeto de su entusiasmo y reciente emporio de la monarquía, no titubeasen en admitir como buenos todos los delirios, fábulas y comentos que pudieron hallar consignados en los falsos cronicones, en los ecos populares o en las maravillosas consejas del vulgo; que no retrocediesen ante el temor de ser tratados algún día de ligereza por la crítica severa y la sana razón, ni que tampoco hiciesen escrúpulo de alterar o desfigurar los textos más respetables, atormentándoles a su modo para sacar consecuencias absurdas que pudiesen conducir a su objeto preexistente.
“Al decir de aquellos cándidos o amartelados escritores, la fundación de Madrid precedió en diez o más siglos a la de Roma; se verificó en los primeros tiempos de la población de España, a muy pocos años después del Diluvio Universal, y cumpliría en el de gracia que atravesamos 4030 de respetable fecha, según muy seriamente afirmaba hace pocos años nuestro Calendario oficial. -Añaden que dicha fundación fue verificada por el príncipe Ocno-Bianor, hijo de Tiber, rey de Toscana, y de la adivina Manto, cuyo nombre quiso dejar consignado en esta villa apellidándola Mantua. Pero semejante origen mitológico de nuestro Madrid no es más que un plagio del que plugo a Virgilio dar a la otra Mantua de Italia, su patria; y no podía de modo alguno aplicarse racionalmente a Madrid en la época en que se supone fundada, anterior en más de mil años a dicho príncipe Ocno, que si existió efectivamente, fue diez siglos después, en tiempo de la guerra troyana…
“La crítica moderna, más concienzuda o menos apasionada, rechaza al dominio de la fábula todas estas gratuitas e improbables aseveraciones; y en busca de los datos fehacientes que pudieran conducirla al esclarecimiento de la verdad, no ha hallado en esta villa el más ligero indicio ni la más remota señal de tan primitivo origen; sólo ha visto señalada en las Tablas de Tolomeo una población apellidada Mantua, que estaba situada en la región carpetana; pero la situación geográfica señalada por aquél a esta Mantua (según la demostración de los más insignes hombres de ciencia), contradice absolutamente a la de nuestro Madrid, y difiere de éste algunas leguas; siendo unos de opinión (como los coronistas Pedro Esquivel y Ambrosio de Morales) de que puede referirse al pueblo conocido ahora por Villamanta, y otrosa Talamanca (Armántica), que se aproximan o cuadran mejor a aquella situación, que conservan aún en sus nombres más raíces o analogías con el primitivo de Mantua, y en que se observaron también ruinas y hallaron vestigios de remota antigüedad.
“En este sentido hicieron preciosas observaciones, a fines del siglo último, los eruditos escritores y arqueólogos maestro Enrique Flórez, D. Antonio Ruy-Bamba, y sobre todos, D. Juan Antonio Pellicer, en dos obras especiales, el cual llegó hasta averiguar y demostrar el origen de la equivocada antigüedad y nombre dados a Madrid, explicándola en el texto adulterado de dichas Tablas de Tolomeo de la edición de Ulma, en 1491, en el cual se lee esta nota, puesta por ignorada mano («Mantua; Viseriaolim; Madrid»), cuya gratuita explicación no se lee en las primeras o anteriores ediciones de aquel gran geógrafo, según puede consultarse en la de 1475 (la más antigua que se conoce) y que existe en nuestra Biblioteca Nacional, y cita también dicho erudito escritor.
“Resulta, pues, probado hasta la evidencia, que lo de la fundación de Mantua por el príncipe Ocno-Bianores a todas luces falso e imposible, y que la población que cita Tolomeo con aquel nombre (ya fuese fundada por griegos, cartagineses o romanos) no es ni pudo ser con algunas leguas de diferencia la que actualmente se denomina Madrid; que el mismo Tolomeo no dijo tal cosa, sino que fue una ligereza de alguno de sus ignorados anotadores. Acaso, sin embargo, pudo existir Madrid en tiempo de la dominación romana en España, y aun antes, como pretenden la mayor parte de los escritores antiguos y muchos modernos, e intentan probarlo con algunas lápidas sepulcrales que dicen haberse hallado en esta villa y describen e interpretan a su sabor; pero en ninguna de dichas lápidas (que pudieron ser traídas, y alguna consta que lo fue efectivamente, de otros puntos), aun violentando todo lo posible las interpretaciones, se encuentra la más mínima referencia a Madrid con el nombre de Mantua ni con otro alguno.
“Si existió Madrid en tiempo de los romanos y, como se ha pretendido, fue municipio de alguna importancia; si recibió en ellos la sagrada luz del Evangelio, viniendo a predicarle el Apóstol Santiago o alguno de sus compañeros; si fue por entonces ensanchada la población y fortificada con sólidos muros, y vio nacer dentro de ellos, como se ha defendido, a San Melchiades y San Dámaso, papas, y morir en el martirio a San Ginés y otros en defensa de la fe, ¿cómo, pues, se llamaba esta población, que ya vemos que no era Mantua y que tampoco está señalada en el Itinerario de Antonio Pío con los nombres de Viseria, Ursariani Majoritum, que dicen aquellos historiadores recibió de los latinos? -La crítica moderna (ya lo hemos dicho) niega absolutamente la primera de aquellas denominaciones, Viseria, probando que es nacida del mismo error de la nota puesta a Tolomeo y que traduce «Manto» (Viseriaolim, Adivina en otro tiempo); conviene hasta cierto tiempo con que pudo ser llamada Ursariapor los muchos osos de que abundaba su término, y que al fin vinieron a formar el emblema de su escudo, y contradice y demuestra absolutamente que el nombre supuesto de Majoritumno es antiguo, sino pura y simplemente el posterior del Mageritmorisco, latinizado de diversos modos más o menos bárbaros en los documentos posteriores a la conquista; como Majoridum, Mageriacum, Mageridum, Magritum, Matritum, y otros muchos de que inserta un largo árbol etimológico el citado Pellicer en su Disertación histórica sobre el origen y nombre de Madrid, y añade otros muchos la diligente investigación del difunto escritor contemporáneo D. Agustín Azcona.
“Estos y otros críticos Modernos, en vista de todas aquellas observaciones, y a falta absoluta de datos fehacientes de los que se encuentran frecuentemente en pueblos de aquella antigüedad, tales como ruinas de monumentos, inscripciones, medallas, o simple mención en la historia, han concluido por dudar o negar rotundamente la existencia del Madrid griego y romano con el nombre de Mantua ni con otro alguno; pero otros no menos apreciables la creen probable, y entre ellos merece especial mención el ilustrado y respetable académico, que fue, de la Historia, D. Miguel Cortés y López, el cual, en artículos especiales de su importante Diccionario geográfico histórico de la España antigua, y en dos cartas que se sirvió dirigirnos desde Valencia, y que conservamos con el mayor aprecio, consagró toda la fuerza de su talento y de su perspicacia a demostrar que en el sitio en donde la actual villa de Madrid, estuvo, no la MANTUA de Tolomeo, sino la mansión militar romana señalada con el nombre de MIACUM en el Itinerario de Antonino; supone dicha voz hebreo-fenicia, y de su genitivo Miaci deduce el de Madrid, y de las voces Miaci-Nahar(equivalentes a río de Miaco)el del que hoy es conocido con el nombre de Manzanares; asentando, además, que si con documentos antiguos y auténticos se pudiera probar que Madrid en algún tiempo se llamó Ursaria, no sería preciso inferir que este nombre derivase del latino Ursus, sino, con más verosimilitud, de la voz hebrea Ur, que significa fuego, con lo que vendría a decir ciudad de fuego, y se justificaría el dicho de Juan Mena,«En la su villa, de fuego cercada», teniendo también muchísima analogía con la voz Miacum, que significa lo mismo, ciudad levantada sobre un terreno de fuego o volcánico, aunque otros creen que este dicho aluda más bien a la muralla que estaba formada de grandes pedernales.
“Vemos, pues, que todo esto no son más que conjeturas más o menos ingeniosas, y que nada puede asegurarse absolutamente por falta de datos fehacientes, durante la dominación de los griegos y romanos, y lo que es más, ni aun después de la caída del imperio, y de la irrupción y dominio de los godos en nuestra España; porque no sólo, como queda dicho, no se hallan ni han hallado en Madrid restos algunos que demuestren con evidencia que existió en aquellas épocas, ni hay otra razón para creerlo que tradiciones poéticas y maravillosas, sino que tampoco se ve siquiera hecha mención de esta villa en las antiguas crónicas de España, hasta la de Sampiro, que la nombra por primera vez con su nombre morisco y con referencia al siglo X, dos centurias después de la invasión musulmana” .
MANTUA CARPETANA, ENTRE LA HISTORIA Y LA LEYENDA
·La Leyenda
El origen de Mantua Carpetana pretende ser un refrito, a lo sumo, de la historia narrada por Virgilio en la Eneida sobre la fundación de Mantua en la Lombardía.
De acuerdo con los fabuladores españoles, luego de fundar la Mantua lombarda, el príncipe Ocno-Bianor tuvo un sueño en el que Apolo le aconsejó abandonar la ciudad y partir en dirección a la tierra donde moría el sol.
Después de un viaje azaroso de cerca de diez años, siguiendo la ruta del astro rey en su diario peregrinar hacia el oeste, Ocno-Bianor llegó a una pradera y, cansado como estaba, decidió pernoctar.
Mientras dormía, Apolo volvió a aparecérsele en sueños y le indicó que, en aquel mismo sitio, fundara una ciudad.
Al despertar en la mañana, el príncipe tuvo la oportunidad de apreciar la belleza del paisaje circundante. Crecían con profusión los árboles de acebo y madroño; el agua era abundante, limpia, fresca y las tierras prometían ser muy fértiles.
Ocno divisó algunos rebaños paciendo en las proximidades del lugar donde estaba y gente desparramada en las inmediaciones. Se acercó a ellos y comprobó que eran de carácter afable; se hacían llamar carpetanos por ser oriundos de esa región donde se levantan, majestuosos, los montes del mismo nombre.
Los de la tribu le dijeron que desde hacía mucho tiempo deambulaban por aquellos parajes en espera de una señal para levantar una villa y establecerse en ella definitivamente; entonces Ocno les contó su sueño y los nómadas, convencidos de que era esta la señal, comenzaron a construir casas, murallas, un gran palacio y un templo.
Cuando fue levantada la ciudad, la llamaron Mantua Carpetana, en honor a la madre del príncipe venido de la tierra donde nacía el sol y del pueblo que, hasta entonces, deambuló durante siglos por las praderas aledañas a los montes Carpetanos.
En el siglo XV, cuando Madrid se perfilaba ya como capital del imperio español, la citada leyenda prevaleció entre otras como la de Epaminondas, quien había combatido en España junto a su amigo Pelópidas en la batalla de Leuctra donde fueron derrotados. Mantinea, convertida en la tumba de Epaminondas fue asociada por un cronista español con la Mantua Romana y esta, a su vez, con Madrid.
·La Historia
Claudio Ptolomeo, astrónomo griego nacido en Egipto, geógrafo e historiador de la ciudad de Alejandría, se hizo famoso por su concepción errónea del Sistema Solar y el Universo en general, que tenía por centro a la Tierra, hasta que fue echada abajo por la teoría Heliocéntrica de Copérnico.
En el siglo II Después de Cristo, Ptolomeo escribió una “Geografía” que como su errada teoría Geocéntrica, fue considerada “primordial” a lo largo de toda la Edad Media. En la obra, el “genial” Ptolomeo recogía la existencia de dieciocho ciudades en la Carpetania. Eran estas Iturbida, Egelesta, Ilarcuris, Varrada, Thermida, Titulcia, Toletum, Complutum, Libura, Ispinum, Metercosa, Bamacis, Altemira, Patermiana, Rigusa, Laminum, Caracca, y Mantua; todas muy bien avaladas por coordenadas geográficas.
Algunas de las ciudades aún conservan sus nombres antiguos: Titulcia, Caracas, Toledo (Toletum o CaputCarpetanice); otras se asocian a asentamientos como Alcalá de Henares y Miacum en la Casa de Campo. Varada equivale a Barajas y el resto, como Egelesta (citada por Plinio en su Historia Natural) y Mantua, han desaparecido y hoy historiadores y arqueólogos se rompen la cabeza tratando de identificarlas como antepasados de pueblos y ciudades actuales.
Pocos documentos posteriores a las arcaicas cartas ptolomeicas recogen la existencia de Mantua Carpetana o Carpetanorum.
El primero de ellos parece ser la Declaración de las Armas de Madrid, donde su autor el sacerdote y humanista español Juan López de Hoyos (1511-1583), expone:
Llámese por otro lado en Latín Mantua Carpetana, tomando el nombre de los montes y puertos que llamamos de la Fuenfrida y de Guadarrama, que en latín se llaman Carpetanos y así les llama Julio César en sus Comentarios, y para diferenciar de la Mantua italiana se llama Mantua Carpetana, así la llama Ptolomeo y la pone en 40° de latitud y pocos minutos más o menos y de longitud 11° 4’…
En un comentario sobre el texto del ilustre maestro de Miguel de Cervantes y Saavedra, cuyo origen data de 1569, el historiador Santiago Amón apuntó:
Demos al olvido la encendida alusión a los Comentarios de Julio César y a las Tablas de Ptolomeo, reconozcamos la capacidad imaginativa del buen López de Hoyos en eso de relacionar el nombre de la Osa con su otra denominación de Carro, hagamos paréntesis en torno al parentesco y diferencia entre la fidedigna Mantua italiana y la hipotética Mantua madrileña… para terminar por convenir en un punto, lo que el autor de la “Declaración de Armas de Madrid” se propone no es otra cosa que fundamentar el hecho , atribuye a la historia lo que en verdad es leyenda …(1)
Otro documento, esta vez una obra escrita por el belga Henry Cock en 1584, lleva por nombre Mantua Carpetana. El texto dedicado a su protector Cardenal Granvelle, se conserva en la Biblioteca Nacional de Paris (Fondo Latino, legajo 8590) y fue presentada en Madrid por Antonio Rodríguez Villa en 1883.
Y en un plano de la capital española trazado en 1656 por el portugués Pedro Texeira, aparece como Mantua CarpetanorumsiveMatriumurbs regia.
Jerónimo de la Quintana hace también referencia a la Mantua española en un texto recogido por José Simón Díaz en De murallas adentro, que reproduce la leyenda sobre su fundación por el príncipe OcnoBianor:
… Deseoso de conocer tierras extrañas y desprovisto de fortuna, aunque no de sabiduría heredada de su madre, vino a España, fundó aquí la ciudad que llamó Mantua, cercándola de la muralla, muralla cuyo recorrido describe en otro lugar, hasta que tuvo que regresar a Italia … (2).
Algunos historiadores sostienen que con el decursar del tiempo y debido a la decadencia del gusto por el barroco y el abandono del simbolismo en España, el nombre de Madrid prevaleció sobre el de Mantua Carpetana. Otros, alegan que el nombre original Mantua degeneró en Mairito, Magerito, Mayorittum, Majeritum, Majaeritum, Mageritum, Magericum, Magerit, Madritum, Maidrit y finalmente Madrid.
Otro documento muy reciente sobre el tema en, Internet, bajo el título La epigrafía latina de Mantua y su territorio, señala:
“El nombre de Mantua sólo aparece en la Geografía de Ptolemeo donde designa a una ciudad de la Carpetania. Por las coordenadas indicadas por dicho autor estaría situada al este de Complutum, ya dentro de la provincia de Guadalajara, pero esas coordenadas son poco fiables y a menudo están equivocadas o mal transmitidas. Aunque durante mucho tiempo se quiso localizar a Mantua Carpetanorum en la misma Madrid para dar carta de antigüedad a la capital, hoy se tiende a buscar esa ciudad cerca de Villamanta, topónimo que habría conservado el nombre antiguo, donde, en la confluencia de los ríos Perales y Palomero, el Padre Fita reporta numerosos restos de un asentamiento de cierta importancia en época romana. El territorio de Mantua alcanzaría por el norte hasta la sierra de Guadarrama y el conventus Cluniensis. Por el oeste, los ríos Cofio y Alberche constituirían el límite con Avela que pertenecía a la provincia de Lusitania, mientras que por el este el mojón terminal de Colmenar Viejo hace pensar que el límite con el territorio Complutense, ya del conventus Caesaraugustanus, seguiría aproximadamente el curso del río Manzanares; a continuación, estaría el territorio de Titulcia. Hacia el sur es más difícil establecer por donde colindaba con el territorio de Toletum. Toda la zona norte del territorio era cruzada por la calzada que desde Segovia, por el puerto de la Fuenfría, conducía a Titulcia; pegada a ella, en el lugar llamado Monesterio (alrededores de Collado-Villalba), se ha excavado recientemente una probable mansio, identificada por algunos con la Miaccum citada en el Itinerario de Antonino (página 435,6), aunque ésta permanece sin localizar con seguridad pues la distancia indicada, 24 millas, puede contarse desde Miaccum hasta Segovia o hasta Titulcia; por ello otros prefieren localizar dicha mansio en Meaques, despoblado de la Casa de Campo de Madrid.
“Las inscripciones halladas en Villamanta y en la cercana Perales de Milla (Quijorna) representan el núcleo epigráfico más importante del oeste de la Comunidad de Madrid. Aparte de cuatro aras votivas (el resto de inscripciones son funerarias, entre las que cabe destacar una con la mención de la Quirinatribus (n. 3), lo que puede indicar el status de municipio latino flavio de Mantua, y el singular altar sepulcral -labrado en tres partes- del veterano Aemilio Flavo.
En el extremo occidental de la Comunidad de Madrid y fuera de los límites del territorio de Mantua se encuentra el singular monumento de Cenicientos, pero ya pertenece a la provincia de Lusitania”.
·Evidencias Históricas. Evidencias Arqueológicas
La historia da por sentado que en el año 218 AC, los ejércitos romanos desembarcaron por primera vez en la Península Ibérica.
En la Segunda Guerra Púnica, romanos y cartaginenses se enfrentaron en territorio de la actual España y, en 195 AC, el cónsul romano Catón se internó por el centro de la península a través de los valles de Jarama y Henares, hasta llegar a Singüenza.
Varios acontecimientos de importancia relacionados con la entrada de Roma en Iberia tienen lugar desde entonces hasta el 139 AC cuando ServilioCepión reanudó las hostilidades contra Viriato y este retrocedió hasta la Carpetania y luego hasta la Meseta Norte donde encontró la muerte.
Las primeras incursiones romanas en el actual territorio de Madrid se remontan al siglo II AC y entre 191 y 179 AC la Carpetania es pacificada durante treinta años, bien por la fuerza militar, bien por los pactos y alianzas entre Sempronio Graco y las distintas tribus nativas.
Aunque se conoce con certeza, a través de estos hechos, que la Carpetania fue incorporada al imperio romano, la arqueología no ha aportado hasta el momento datos fidedignos sobre el proceso de dominación romana. Los pueblos de la región no muestran señales de lucha a pesar de su propio carácter fortificado y el abandono de muchos de ellos en un período no precisado aún del siglo II AC, lo cual hace pensar que sus habitantes decidieron dedicarse a la agricultura.
Investigaciones arqueológicas recientes, realizadas dentro del perímetro de Madrid, sacaron a la luz distintas evidencias sobre los asentamientos romanos, auténticas ciudades de varias hectáreas de extensión dotadas de sistemas defensivos compuestos por recintos, fosos, muros de mampostería y silería. Pero de la Mantua romana relacionada con la capital española, ni rastro.
La Dirección general de Patrimonio Histórico, Sección de Arqueología de la Ciudad de Madrid, en su sitio en Internet reconoce:
Sobre Mantua podemos decir. Evidentemente no tenemos ningún dato para identificarla con Madrid capital, ya que en la ciudad no aparecen restos romanos de importancia para argumentar con una mínima base esta identificación… En la localidad madrileña de Villamanta, se han descubierto restos romanos de gran entidad, lo que unido a su nombre nos puede situar en la buena pista para la precisa ubicación de la Mantua romana…
Decepcionados por las realidades arqueológicas los modernos “panegiristas aduladores” de Madrid han buscado alternativas y basan ahora sus especulaciones en evidencias etimológicas.
Mantua recuerda el nombre de la divina Manto y Vilamanta ¿no es Villa Manto o Villa Mantua?
Talamanca de Jaramas, pueblo de unos cuarenta kilómetros cuadrados y 1 334 habitantes se ha convertido en el más reciente candidato a ser la Mantua Carpetana de la leyenda.
Pero los estudios etimológicos tampoco son conclusivos y han originado cierta confusión.
Se dice que los romanos la conocieron como Armántica (de ar, prefijo que indica altura y Mántica-Mántuca-Mantua). Los árabes tradujeron directamente el nombre romano para producir Tahalamántica-Talamanta-Talamanca (Tala, del árabe tahala igual a alto, lo que está arriba y Manca, de Mantua), o sea, Mantua alta o de arriba.
Pero otros estudiosos sugieren el nombre puramente árabe Tal-al-manqab, que es igual a vertiente costera del camino, patronímico que se aviene muy bien con la situación geográfica de Talamanca de Jaramas.
Por último, la tradición oral de la pequeña villa especifica que Talamanca fue conocida como la reina de la Gran Sansueña, ciudad mítica gobernada por una reina mora de nombre Tala que era manca por lo que nada tiene de raro que el pueblo adoptase el nombre de Talamanca.
¿Y qué decir de Mayrit que significa “arroyo madre” en árabe y se asocia a un pequeño cause de agua que serpenteaba por la actual calle de Segovia?
El eminente hispanista Leví-Provenca, después de estudiar con profusión numerosos documentos musulmanes, ha afirmado que Madrid fue fundada por el emir Mamad IbnAbb al-Rahman y otros historiadores no menos autorizados en la materia confirman su tesis.
Sobre el nombre original de la villa, Jaime Oliver Asín, reputado historiador partícipe de la tesis de Leví-Provencal, ha explicado que Matrice es el nombre pre- musulmán y significa “madre de aguas” en alusión al citado arroyo que discurría entre las dos colinas paralelas, y continúa diciendo que cuando los árabes se asentaron en la región comenzaron a llamarla Mayrit, nombre compuesto por la palabra árabe Mayra que significa “madre matriz” y el sufijo it, equivalente a lugar.
Según Oliver Asín, el nombre Mayrit es el resultado de la unión entre la palabra árabe Matrice y el patrón iberoamericano aplicado por los pobladores de la España románica a los nombres para precisar el lugar; así, debe obtenerse como resultado “lugar de la madre de aguas”.
Durante la dominación musulmana, prevalecieron los dos topónimos debido más bien a su casi idéntica construcción y valor etimológico equivalente; pero luego de la reconquista imperó el de origen cristiano, el latino-visigodo-mozárabe Matrit que derivó en Madrid.
Evidentemente, estamos ante una fábula histórica recreada por el noble López de Hoyos a partir de la Geografía de Ptolomeo; pero presentada como una hipótesis plausible sobre el origen de la capital española en su afán por engrandecer su entrañable Madrid. Repetida –como dice Fuentes- hasta la saciedad por su autor desde la Edad Media, retomada por Cock, Texeira, Rodríguez y Jerónimo de la Quintana, quienes se encargaron de reeditarla en diferentes épocas aderezándola con ribetes míticos.
RPNS: 2199 ISSN: 2072-2222