I
Alala y el sepulcro abierto
El viejo Alala, se llama en realidad, Conrado. Tiene más de 80 años y es famoso en todo el pueblo de Mantua por ser cascarrabias y tener salidas dicharacheras muy originales para cada pulla de los jodedores. Vive desde su infancia más temprana en la que fuera morada de Simón Docal, el hombre que diera el banquete al general Antonio Maceo durante su estancia en Mantua en enero de 1896.
En días recientes, sus familiares, de los que me precio ser amigo, me invitaron a una fúnebre gestión: exhumar los restos de Selmira Docal, hermana de Alala, quien fuera sepultada en la bóveda familiar hace 25 años.
Temprano en la mañana nos personamos en el cementerio y auxiliados por los obreros que llevan a cabo estas tareas, removimos la pesada loza del sepulcro, del cual extrajeron los restos mortales de quien fuera también uno de los personajes más pintorescos de nuestra villa, allá por los años 70 del siglo XX. Cuando estábamos prestos a cerrar la tumba, apareció el vejete.
Con paso apresurado se acercó y nos disparó con voz chillona:
¿se puede saber por qué van a cerrar la bóveda si ya dentro no hay nadie?
A esta interrogante, uno de los presentes le respondió que no se podía dejar abierta porque en caso de lluvia podía llenarse de agua y eso no era correcto
¡Carajo, verdad que sí! Soltó. ¡Ciérrenla inmediatamente! Se me había olvidado que el próximo inquilino seré yo, y… ¿Qué tal si para entonces está llena de agua? Voy a tener que bucear con patas de rana.
¡Ciérrenla, y gracias por el consejo!
II
La tradición oral mantuana. Na, me llego visita…
Riquín Serra ha sido siempre uno de nuestros bebedores mayores. Sin embargo, lo que lo distingue entre los mantuanos es su gracia para hilvanar una historia cómica o una salida inesperada a cualquier situación por peliaguda que parezca. Esta cualidad lo ha distinguido a través de los años como uno de los personajes más pintorescos de Mantua.

Gustaba Riquín, como buen habitante de Lázaro- una de nuestras comunidades- salir de pesquería para los esteros de las lisas, allá por la desembocadura del río Mantua. Parece fácil decirlo, pero estamos hablando de un lugar que puede ser clasificado dentro de la categoría de: “donde el diablo dio las tres voces y nadie lo oyó”.
Pues bien, un domingo temprano nuestro héroe y sus acólitos (entiéndase: acólitos y no alcohólicos) prepararon la yunta de bueyes, cargaron en el carretón los cacharros de cocina, los avíos de pesca, cuatro botellas de ron que no podían faltar y partieron a la pesquería- parranda acostumbrada.
Llegaron como a las siete de la mañana y luego de organizar el campamento, dejaron a Riquín a cargo de la cocina, para ir ablandando frijoles y haciendo el arroz moro y la vianda mientras ellos se encargaban de aportar el producto fresco de la captura. Lo dejaron en trajines y parieron, no sin antes recomendarle la veda perpetua de las cuatro botellas de licor, hasta que llegaran de la pesca.
Se fueron con la confianza de la abstinencia alcohólica segura de nuestro hombre y cuando regresaron, al cabo de las cuatro horas, el espectáculo de vidrios vacíos que encontraron los hizo exclamar todos a una:
¡RIQUÍN, POR TU MADRE!
¡¿QUE HAS HECHO?!
A lo que éste contestó sin afectación, con tranquilidad absoluta y la lengua trabada hasta lo indecible:
Na, yo no he hecho na´. Me tuve que tomar los cuatro litros porque… me llegó “visita”, el arroz no estaba y me dio pena.
Tomó el aliento, eructó tres o cuatro veces y agregó:
Eran muchos, por eso todo se acabó muy pronto.
¿Qué ustedes querían que hiciera?
RPNS: 2199 ISSN: 2072-2222