BAILE EN HONOR A MACEO

En la noche, se ofreció un baile en honor al general Maceo en el legendario Casino Español fundado el 5 de agosto de 1876, sito en la Calle Real, esquina Calle al Embarcadero (donde hoy se encuentra el parque que lleva el nombre del Titán de Bronce), en el mismísimo centro del pueblo.

     Según hizo constar José Miró Argenter, cronista de aquellos hechos, a los engalanados salones del casino “… asistieron las damas principales y señoritas de la localidad ataviadas con sus mejores galas. El lujoso Estandarte del Cuartel General regalado por las bellas hijas del ‘Tínima’ __continuaba narrando__ reemplazó el dosel que orlaba el retrato del rey Alfonso XII. En esta deliciosa noche, Marte cedió el paso a Terpsícore[1]”.

     A las nueve en punto entró el general acompañado de los oficiales de su estado Mayor, lucía elegante en su traje de gala. Saludó a las autoridades locales y a cuantos se le acercaron a tenderle la mano; entonces, a una señal de alguien, la banda fundada por Juan Francisco (Tata) Pereira que había acompañado a la columna invasora desde Baraguá hasta Mantua, desdoblada ahora en charanga, inició el baile con una sublime contradanza.

     Maceo bailó su primera pieza con la señorita Julia López; pero al serle presentada la bella Nieves Catá Urquiola[2], joven rubia, alta y de ojos azules -que era la prometida del patriota mantuano Maximiliano Quintana Silva- bailó con ella una pieza y, después, toda la noche.

     Mientras, afuera, en la engalanada calle Real, donde se habían habilitado kioscos para la venta de bebidas y comestibles, el pueblo bullía feliz confraternizando con los soldados de la libertad.


[1] La Invasión a Occidente. Imprenta América. Nueva York 1896, p. 2.

[2] Severino Cáceres, vecino de Mantua, narró  a principios de la década de 1970 que su padre Fulgencio, al llegar Maceo, trabajaba como mozo asalariado en labores agrícolas en tierras aledañas al pueblo; colaboró con las fuerzas cubanas en la tarea de ubicar las postas mambisas en los caminos y lugares que daban acceso al caserío y, al marcharse las tropas en la mañana del día 24 de enero, les sirvió de práctico hasta las cercanías de Pilotos. Fulgencio, nacido y criado en el entonces vecino municipio de Baja, había ejercido el oficio de montero en aquellas tierras, siendo muy joven aún,  durante algunos años y por esa razón conocía con pleno dominio todos los caminos de  la comarca. Informó Severino que recuerda como su padre les relataba con emoción a él y sus hermanos, el día que se separó de las tropas cubanas. El general Maceo, después de ordenar que le sirvieran el almuerzo y que le facilitaran un caballo, que no era el que había utilizado en el viaje como práctico, envolvió en su presencia un lindo pañuelo color amarillo que puso en sus manos conjuntamente con un pequeño paquete bien forrado, cuyo contenido ignoraba, y le dijo estas palabras: “Tenga usted la bondad de entregar estos regalos de mi parte a la joven Nieves Catá”, misión que cumplió Fulgencio tan pronto llegó de regreso a Mantua. La respetable señora Dolores Suárez Pérez, viuda de Roque Hernández, veterano de la guerra, contó  -mucho antes que Severino- que con la llegada a la Habana del sanguinario Valeriano Weyler y Nicolau, Marques de Tenerife, el día 10 de febrero de 1896, los mantuanos simpatizantes del bando español y de modo muy especial los voluntarios y soldados españoles,  envalentonados, se dispusieron  a actuar con saña. Entre varios voluntarios y la tropa española se cometieron  abusos contra quienes ofrecieron muestras de simpatía hacia los libertadores a su llegada a Mantua aquel memorable enero; así, por ejemplo, Gustavo Docal, hijo de Simón, el síndico que le ofreció el banquete a Maceo y su Estado Mayor en su residencia de la calle Real, fue obligado a integrar las filas de la guerrilla local;   se tejieron mal intencionados comentarios sobre Julia López y Nieves Catá   y se despertó un odio furibundo contra   Nieves por haber bailado toda la noche con el general Maceo. La señora Dolores Suárez que visitaba frecuentemente, con una de sus hijas nombrada Mercedes, la casa de los esposos Justo Catá y Catalina Urquiola, padres de Nieves, contó que de no haber sido por la oportuna, decidida y valiente intervención del que fuera su padrino, Francisco Antonio Peláez, quien la ocultó primero y después la trasladó en un coche,  en plena noche hacia el pueblo de los Arroyos  donde logró embarcarla hacia la Habana, triste fin hubiera tenido esta admirable mantuana. En la Habana, Nieves Catá permaneció hasta el fin de sus días. Allí se casó y formó una honesta familia.

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