
Los personajes de esta historia no son reales.
Lourdes era todo lo que un adolescente podía desear para construirse una pasión. Cabellos dorados, ojos verdes, piel blanca y suave… mujer perfecta para perder la cabeza y matarse en vida por las oscuras oquedades del preuniversitario.
Desde el primer momento me enamoré de ella. Entró al aula con Del Toro, jefe de cátedra:
– «A a a a a a a tiendan acá so..ooofrescos. Ella es la profesora Looooo…urdes, les va a impartir química. Va a,a,aaaa vivir en el pre con, con, cooon ustedes, pu, pu, pues es de la Haaaabana. Mi, miiiii… miren a ver como se poo….ortan».
La dejó en medio de la jauría pero se hizo silencio. Hembras y varones no podían evitar la belleza de auquella mujer que pronto se ganó el corazón de cada uno, incluyendo los más recalcitrantes.
Desde ese día, subordiné todas las asignaturas a la tabla periódica y las notaciones decimales de los compuestos químicos. Me designó monitor y yo me convertí en su cargador de agua cuando la turbina estaba rota, mayordomo que recogía su comida por las tardes y en silencioso enamorado de lo que a todas luces parecía un imposible.
Para la claque, incapaz de percibir las interioridades de mi alma, era el “adulón, el guataca” de la profesora Lourdes, y aunque me convenía que pensaran así, la pasión me consumía: ella más que la profe linda que algún día se marcharía, y yo era un estudiante de preuniversitario de futuro impresiso.
En el aula me trataba con discreción, sin ocultar la simpatía por mis buenas acciones. Pero yo era feliz, construyendo una fantasía que solía descargar durante mis correrías nocturnas de íntimos placeres con novias de mi edad.
Cuando un amopr comienza

Una silenciosa tarde de invierno, como ede costumbre, fui a su dormitorio.
_“¿Quién es?”
-“Soy yo, profe.”
-“Ah, pasa, la puerta está abierta”
Entré despacio. Estaba frente a al espejo y peinaba la cascada dorada de su pelo suelto. Vestía una bata de noche, semitransparente, y adivine la brevedad de su ropa interior. Desconcertado, miré a otro lugar.
-“Siéntate ahí en la cama, no seas penoso”
Me senté en la esquina, y ella a mi lado.
-“Que bueno que viniste, estoy sola, hastiada…”
Y agregó en tono de reproche:
-“Te has olvidado de mi. Hace días que no vienes por aquí. Recuerda que no tengo mucha gente por acá”.
Levanté la mirada y descubrí en sus ojos un brillo diferente. Ya no pude evitar el recorrido por su cuello, escote y senos, solo defendidos por la traslúcida tela.
Extendió su mano y me atrajo. Perdí el equilibrio y apoyé mi mano en la concavidad de sus muslos; mi rostro se incrustó entre las mieses doradas de su pelo y aspiré el aroma dulce de la hierba recién lavada por la lluvia.
– Perdóname- dije- ¿te hice daño?
– No, para nada, la culpa es mía.
Quedamos silenciosos, indecisos, agitados…
Ella rompió el silencio.
-¿Quieres refresco frío?
– No, gracias.
– No debías despreciar lo que te brindo…
Esta vez fui yo quien la atrajo con premura. La besé con la urgencia de mis fantasías contenidas. Ella se dejó caer lentamente sobre la sábana impoluta.
Emprendimos un idilio discreto e infinito. En su dormitorio, en la cátedra, durante las noches, sobre cualquier buró, en alguna esquina, nos amábamos.
Me alejé de las conquistas ocasionales, comencé a cuidar mi presencia personal más que de costumbre y hasta me afeité el bigote por primera vez.
Ella continuó su vida entre nosotros. Para todos, mi relación con la profe Lourdes, era el paradigma de una buena amistad.
Lourdes, mi primer amor
Una tarde, después de un partido de fútbol, recorrí los campos de naranja para llevarle las más jugosas. Subí las escaleras y toqué a la puerta de su dormitorio.
– «Adelante».
Estaba sentada en la litera, con mismo vestido de nuestra primera vez. A su lado, un joven bien parecido le tomaba las manos.
– «Ven, no te quedes ahí».
Caminé hasta situarme frente a ellos.
– «Mira, te presento a mi novio».
– «Mucho gusto».
– «El gusto es mío».
– «Te traje naranjas…»
– «Que rico, gracias. Siéntate un rato».
– «No, no puedo, vine solamente a esto. hay repaso de historia y no quiero faltar.»
– «Bueno, nos vemos…»
Me ausenté a sus clases hasta el final del curso. Fuí al examen y desaparecí. El último día asistí para recibir la nota: “Lázaro, 100 puntos”.
La profe Lourdes levantó la mirada del registro.
– «Te doy cien puntos, por tus conocimientos, por tu madurez… por todo.»
Hizo una pausa y dos lágrimas corrieron por sus mejillas.
Mis compañeros de clase eran presa del asombro. Yo, con un nudo en la garganta e incapaz de llorar, salí del aula. Y por primera vez en en los dos últimos largos meses desde que la profe Lourdes me presentara al novio, supe que mi primer gran amor se había marchado para siempre.

RPNS: 2199 ISSN: 2072-2222