María Rosa, lección de historia (cuento)

María Rosa era mi profesora de historia. Alta, blanca, sublime,  dueña de una  belleza rara,  y para mi instinto, sumamente peligrosa.  Siempre huí de su tempestuoso carácter y, para ser sincero, confiezo haber sentido por ella  un miedo animal.

Jamás toleró mis novias. No más detectaba la presencia femenina a mí alrededor se transformaba en un ente agresivo, más allá de razones lógicas. 

– «Oiga, alumno, ¿Qué es ese espectáculo que usted está dando en el área de formación? ¿No se da cuenta que está en una escuela? Explíquese, explíquese ahora mismo».
-‘Profe- comenzaba yo – no hice nada extraño; solo le tomé la mano a fulanita, y ciclanita me besó, pero en la cara, profe, en la cara…»

La charla se repetía semanalmente…

Me torné popular entre las muchachas, pero jamás bajé la guardia en presencia de la profe María Rosa. Una tarde, Leo el químico  fue testigo de una de esas granizadas de la profesora de historia.  Me localizó en el albergue, y sin rodeos me dijo:

-«María Rosa está enamorada de tí, mira a ver lo que haces».

Nunca  me pasó una idea semejante por la cabeza. Ella era respetada hasta por los duros del pre. ¿Cómo era posible que aquella potranca linda y malhumorada sintiera algo por mí?

-«¿Usted cree?»

-«Claro, compadre. Esa descarga  es por algo. ¿Qué le importa a ella lo que haces, si los demás lo hacen y no dice nada?»

Con esas ideas en la cabeza  continué mi existencia de caballero andante,   esperando el próximo sermón.  Para sorpresa mía, pasaban las semanas,  los meses   y la profe María Rosa dejó de ametrallarme pese a mis exhibicionistas anarquías amorosas. Sencillamente,  me  ignoraba. 

Un día monté una provocación. Durante el receso, me planté frente a la cátedra de historia   y armé el manoseo. María Rosa me vio, pero no dijo una sola palabra.  Estaba claro que Leo  se había equivocado. 

Durante el turno de clase nos hizo copiar más que de costumbre.  Eran las 4 y 45  cuando sonó el timbre. Al salir  me llamó.

-«¡Alumno, ve para la cátedra que tenemos que hablar!»

-«Te jodiste, mi hermano- me soltó uno de los sociales- estás embarcao».

Entré al  Privado de Historia y Geografía por el  pasillo que lo comunicaba  con el aula y me dispuse a la espera. María Rosa hizo acto de presencia, cerró la puerta y me encaró:

-«No creas que no vi lo que hiciste con la chiquita esa a la hora del receso.  Yo no sé a dónde vas a llegar. ¡La verdad es que no tienes arreglo, ni decencia!»

Se sentó frente a mí, con las rodillas desnudas muy pegadas a las mías y continuó:

-«No respetas a nadie,  si yo fuera tu mamá tú ibas a ver lo que te haría…»

-«Profe,  sí usted fuera mi mamá, a lo mejor me daría algunas nalgadas…»-solté provocativo.

-«¿Qué es lo que tú  quieres decir, atrevido?»

Se me aflojaron las piernas,  pero  el color de sus mejillas, su respiración cálida y agitada, y aquel olor dulce a hembra sudada me hicieron perder la cabeza, y le di un beso.

-«¿Qué te has creído,  descarado?»- dijo y me estampó una bofetada.

Para entonces ya estábamos de pie, uno frente al otro. Decidido a lo que fuera la tomé del talle, y la obligué a sentarse en el borde de la mesa. Intentó defenderse, pero ya era tarde. Luché por sus labios  y tuve la respuesta de sus besos.

Ella resultó ser una amante exquisita, de esas que pasan por tu vida por escasos minutos, pera demostrarte que la vida, buien vale la pena vivirla. Luego vino el silencio; la ineludible salida traumática del éxtasis.

-“Vete, por favor”.

No la volví a ver. Alguien  dijo que pidió traslado para una escuela cercana a su residencia.  Muchos años después, la encontré en una preparación metodológica. Naría Rosa me reconoció en el acto pero, desvió la mirada y se alejó. Así comprendí y acepté que, hay cosas, que suceden  solo una vez.

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