Maestros, una reflexión necesaria

Tomado de TelePinar/ TV Comunitaria Mantua

La sociedad teoriza en torno al papel de la educación de las nuevas generaciones, pero se muestra incapaz de practicar sus preceptos en todos los momentos de la vida.  Es trillado recurrir al hecho de que, el ingeniero, el médico y el jurista, son formados por un maestro, porque a pesar de ser la mayor de las verdades, de tanto repetirla ya está en  riesgo de convertirse en improductiva consigna.

Considero contraproducente, además, invocar siempre al ejemplo de los evangelios vivos, como Varela, Luz y Caballero, y tantos otros del presente, si antes no se habla de vocación.

El sacrificio es inherente a la profesión del maestro. Pero tanta  abnegación ha de estar atemperada a los nuevos tiempos, porque el éxodo de estos profesionales hacia sectores emergentes de la economía, y el sector no estatal,  es un hecho.

Y es que no hay individuo más competente en el mercado laboral, independientemente de su perfil.  Sentido de la cortesía, ética,  y respeto, entre otras virtudes no menos importantes, están recogidas en esa persona que aprende con facilidad, porque conoce el método, que habla con soltura, porque domina el verbo y que innova cualquier proceso porque es imaginativo.

Por eso, la  vocación es fundamental, porque sin ella no ha de saltar la chispa que enciende la pasión por impartir una clase.  A partir de los años 90 del pasado siglo, dos de cada cinco maestros opto en primera opción por el magisterio. Tres de cada cinco cursaron la carrera a falta de mejores opciones o por facilidades de acceso a la educación superior; en la actualidad, dos de cada seis maestros abandonan la profesión en los primeros cinco años de trabajo.

Son cifras conocidas que tienen por denominador común, la casi total ausencia de vocación. El verdadero maestro,  es un creador que no manda a sus alumnos a buscar la tarea en Internet, elabora sus propios medios de enseñanza, visita la casa de sus pupilos, comparte sus penas, participa de sus alegrías y se siente insatisfecho cuando por diversas circunstancias no obtienen resultados satisfactorios.

Un buen maestro no tiene toneladas de  suspensos. Aunque los hay, los hay, ufanos cuando media aula reprobó la asignatura. Ninguno de estos últimos se percata de su fracaso en el difícil arte de enseñar.

En  España hay una escuela con un cartel que reza: aquí se brinda instrucción, la educación se trae de casa. Por eso me preocupe sobremanera cuando en días recientes una joven pedagoga me anuncio que se marchaba porque, «no se formó en una academia de policía.” Me dijo, “soy profesora, me gusta lo que hago pero no puedo más con tanta indisciplina, tanta falta de respeto  y tantas ofensas a mi dignidad como mujer».

Quede sin saber por qué, antes de su difícil decisión, no existió el accionar de la escuela, los directivos, la familia, la comunidad.

¿Cuantas diatribas soporto la joven para renunciar?  No lo sé. Pero la falta de educación familiar, el machismo, la homofobia y la pérdida de valores humanos y morales también son causantes de bajas entre las filas del magisterio comprometido.

La solución es difícil y no está al alcance de la mano. Aunque el salario del profesional de la educación es de los más decorosos en el país, aún es insuficiente para quien permanece la mayor parte de su existencia en un aula, y que, por su función social, no tiene espacios para el pluriempleo y otras formas de llevar dinero a casa.

Por otra parte, se ha de captar para las escuelas pedagógicas a quienes realmente deseen ser maestros, aunque tal paso reduzca cifras que, a la larga, no resuelven el problema.

Por último y no menos importante, es necesaria la promulgación de disposiciones específicas que protejan al profesional de la educacion de los efectos nocivos de las indisciplinas sociales que se trasladan a la escuela, y en las que una buena parte de la niñez, la juventud y los padres son lamentables protagonistas.

Al fin y al cabo, el maestro instruye pero no puede educar sin el concurso de todos.

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