Chicho

Por  Elina Pulido Acanda

Chicho era un puerquito. A lo mejor te imaginas uno de esos comelones que tanto abundan en los corrales, pero no, este no se parecía a los cerdos comunes y corrientes. Una vez se le antojó irse a vivir bajo tierra como los topos. Sus amigos tuvieron que explicarle que eso era una locura. Otra le dio por comer flores, asegurando que debía tener muy buen sabor algo que olía tan bien. En otra ocasión comenzó a usar espejuelos, aunque no tenía problemas en la vista, pues aseguraba que de esta forma podía notarse el cerdito sensible e inteligente que trataba de ser en realidad.

Chicho vivía en una hermosa casita de madera con un jardín lleno de flores, a la orilla del camino. Su mayor entretenimiento era escuchar las conversaciones de los niños que pasaban por allí. Quizás por eso se le ocurrían tantas locuras. Un día oyó a Javier y a Leandro, dos vecinos del lugar, decir que los reyes magos eran lo máximo, pues le ponían regalos debajo de la cama a los niños que se portaban bien. ¿Ustedes creen que a Chicho se le ocurrió portarse bien en lo adelante para recibir su regalo? ¡Qué va! ¡Eso era muy poco para él! Él quería ser un rey mago con barba y capuchón.

 

Enseguida fue a contárselo a sus amigos, quienes, escandalizados, trataron de explicarle lo disparatada que era esa idea.

-Chicho, eso es fantasía de los niños, esos son personajes de mentirita-le decían.

-No, no y no, yo quiero ser un rey mago y punto.

Cansados de explicarle, sus amigos se alejaron, dejándolo con la cabeza en las musarañas.

Pero a veces las musarañas obran maravillas. Al otro día a todos los animales del vecindario se les dibujó una sonrisa al abrir la puerta donde escucharon unos toques. Frente a ellos se encontraron una flor de maravilla, una piedra negra del arroyo, una pluma de zunzún o cualquier otro regalo dejado por Chicho, el nuevo rey mago.

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