Al Conde de Mopox y de Jaruco confió en 1796 el gobierno de la metrópoli, en Madrid, la tarea de realizar estudios profundos sobre la isla de Cuba. Este, a su vez, designó a José María de la Torre, capitán del Regimiento de Infantería de Cuba y Antonio López Gómez, experto conocedor de la naturaleza insular como exploradores de la región vueltabajera.
En 1798 llegó la comitiva al partido de Mantua, bordeando la costa norte. En las Memorias sobre el Reconocimiento de la Parte Occidental de esta Isla, publicadas muchos años después, los autores describieron los senderos que comunicaban las haciendas Malasaguas, Santa Lucía, Río del Medio y Baja como penosos, rodeados de tierras quebradas, sabanas áridas de suelos cascajosos, desde Baja hasta el caserío de Macurijes. Los bosques estaban constituidos por pinos y encinos y entre las aldeas mencionadas no existían casas dispersas.
Los exploradores llegaron a creer que en esa región no podía desarrollarse ninguna rama agrícola y vislumbraron su futuro económico en la explotación de hornos de alquitrán y brea, la tala de pinares que podían ser utilizados como materiales de construcción y la cría extensiva de ganado que, de hecho, ya era una realidad.
Se adelantaron los reconocimientos por las posesiones tituladas Ceja de Navarro, Santa Isabel de Borrego y Malcasado __relataban de la Torre y López Gómez__, cuyos terrenos son menos estériles y más suaves que los anteriores; en ellas se encuentran frecuentes ríos y arroyos de especialísimas aguas y cejas de bosques no despreciables, surtidas de buenas maderas; y en los limpios no escasean las palmas reales; por consiguiente abundan los ganados de todas especies. A la distancia de dos leguas al Norte tienen dos medianos cómodos surgideros nombrados de Santa Isabel, y el otro de Las Canas, donde pueden fondear bergantines (1).
Al llegar a la aldea de Mantua, el grupo expedicionario encontró que estaba conformada por 22-24 casas de tabla y guano en estado deplorable y la parroquia, construida con los mismos materiales.
«Este país es miserable; sus vegas producen tabacos de buena calidad, cuyo ramo se fomentaría si a los labradores se le auxiliase en la forma en que se ejecuta con los otros partidos (2) «; plasmaron sus impresiones.
En efecto, la economía de la región se limitaba a la cría de todo tipo de ganado, cuyo incremento entonces era notorio, la explotación de colmenares en las haciendas Malcasado, Ceja de Navarro y Santa Isabel de Borrego con un total de 200 a 500 corchos de los que se obtenía también la cera y, por supuesto, el cultivo del tabaco.
Una mina supuestamente de oro – en realidad era de cobre- abandonada ya, llamó la atención del grupo encabezado por De la Torre y López Gómez. Enterados de su existencia, los exploradores encaminaron sus pasos hacia la finca Los Arroyos (hoy La Vigía), donde se encontraba enclavada. El foso que se había comenzado a excavar unos cinco años atrás estaba lleno de agua y las distintas capas de arcilla extraídas habían vuelto a sedimentarse bajo la acción de las lluvias.
«… Intentamos tomar algunas muestras de los materiales de la supuesta mina __escribieron al respecto_ pero el día lluvioso y la total carencia de instrumentos con que abrir la tierra, nos obligaron a contentarnos con las piedras y otras materias que se pudieron recoger de la superficie(3) …».
Al sudeste de aquel lugar el grupo encontró varias casas rústicas y algunas vegas de tabaco cuya cosecha, a su juicio, podía brindar muy poco.
Con posterioridad el grupo abandonó Mantua en dirección al pueblo de Nueva Filipina (Guane), enclavado entonces en una pequeña elevación próxima al río Cuyaguateje. Guane apenas se diferenciaba entonces de Mantua y según testimonio de López Gómez y De la Torre, se componía de catorce casas y la parroquia, todas con techo de guano.
La minería tuvo en Mantua, durante sus inicios, un desarrollo embrionario que transitó por un largo período a partir de que Don Diego Méndez comenzara a explotar un yacimiento de cobre descubierto en 1793 en el lugar conocido por Altos de Bermejo y Ciegos de Juan Tomás, en terrenos de la hacienda Los Arroyos, se registró primero hacia el año 1780 con el nombre de la Cama por una sociedad de reducido número de personas y sus trabajos se limitaron a la explotación del mineral en la superficie.
En 1850, Suárez Agudín y Compañía tomó las riendas de la mina que pasó a llamarse La Unión; más dos yacimientos adyacentes nombrados Complemento y Adición -los tres mayores de doce concesiones existentes en las inmediaciones-, descubiertos más tarde.
La primera etapa de explotación de la mina se prolongó hasta 1868, con cantidades insignificantes de mineral extraído, pero investigaciones practicadas al este y oeste de La Unión en 1863, determinaron la presencia de cobre nativo y pirita de hierro cobrizo, cuya riqueza media correspondía, según los análisis efectuados por aquella época en un 5-6% de cobre.
Por esa misma época se potenció la explotación de las minas de cobre en la finca “La Vigía” paralizada desde 1868; principalmente la mina Unión, registrada hacia el año 1780 con el nombre de “la Cama” por una pequeña sociedad que limitó sus trabajos a explotar de manera superficial el criadero. La explotación había sido iniciada en 1853 y hasta se estableció allí una pequeña fundición, pero fue definitivamente abandonada debido a la depreciación del metal. Algún tiempo después fue denunciada por Eduardo Reboul, que la traspasó a una compañía anónima, la cual encomendó en 1860 su dirección al ingeniero José Ruiz Levú. El experimentado ingeniero comenzó un trabajo cuidadosamente ordenado a un ritmo económico rentable, estableciendo un beneficio más adecuado (cementación y fundición en hornos castellanos) según la naturaleza de sus minerales.
El terreno en el que se asentó la mina está constituido por una pizarra arcillo-magneciana que se extiende de Este a Oeste con un buzamiento al Norte, alternando con arenisca ferruginosa y finísimas venas de cuarzo que generalmente siguen la misma dirección. La pizarra está sumamente alternada por el contracto de unas masas de pórfidio descompuesto muy ferruginoso que se intercalan en ella en diversos parajes y que aparecen en la superficie en grandes bloques como si hubieran sido desgarradas de la masa principal de la que inicialmente formaban parte por efecto de las inclemencias atmosféricas. La roca constituye el crestón del criadero de la mina Unión. Según un informe del ingeniero Quintana, el cobre nativo en pequeños granos cristalizados y en masas amorfas hasta de una libra de peso; el sulfurado (vitriolo) y el óxido negro, el primero con formas cristalinas bastante definidas, el segundo terroso y ambos con un contenido de 70% de cobre, finalmente el carbonato verde y el óxido rojo impregnando la roca de una ley de 20 y 17% de cobre respectivamente.
Hasta 1865, la producción estimada por el estudioso de la minería en Cuba Salterain era de 20 mil quintales de pirita cobriza de 10%; unos 6 mil quintales de matas de primera fusión de 20 a 30%; 840 quintales métricos de cáscara de cementación de 68%; 3 400 quintales de cobre nativo de 4% y 200 a 240 quintales de cobre roseta. En la mina trabajaban entre ochenta y noventa jornaleros entre culíes chinos y negros esclavos. El mineral era conducido en carretas tiradas por bueyes y cargado en buques de vela en el embarcadero de la Garnacha para ser enviado a Londres.
En 1865, por razones hasta hoy desconocidas, la sociedad que explotaba la mina se disolvió, aunque su propiedad continuó en manos de Casal quien sin tener conocimientos de cómo explotar una mina ordenó se continuaran parcialmente los trabajos, hasta que en 1868 consiguió que un capataz experimentado reanudara normalmente las labores.
En 1863 se denunciaron los registros “Complemento” y “Adición”, después de ser investigadas las zonas al Este y Oeste de la mina Unión. El criadero constituye una pirita de hierro cobriza cuya riqueza media es de aproximadamente de un 5 a un 6 %. El mineral es compacto y su textura excepcionalmente cristalina, sin embargo de encontrase geodas o drusas de sulfuro de cobre cristalino como verdaderos núcleos de la parte más rica que se encuentra atravesada por finas venas de óxido negro de cobre a veces en tanta abundancia que imprime el carácter general a la masa del criadero. Las pizarras del pendiente y yaciente que se presentan sumamente deleznables y muy carbonosas en contacto del criadero, hacen muy costosa y complicada la fortificación que es indispensable emplear particularmente en aquellos puntos.
La verdadera explotación se limitó siempre a la parte que comprenden las pertenencias de la Mina la Unión. En esta se practicaron en el año los trabajos de explotación que consistían en calicatas para reconocer el criadero superficialmente. Practicados en cortos espacios de terreno constituyeron al fin un gran zanjón irregular de más de cincuenta metros cuadrados de extensión presentando en medio una pirita de hierro cobriza sumamente pobre y de una potencia de dos metros, hallándose en el crestón las ricas especies de minerales de cobre que ya he indicado. Esta exploración continuó hasta la profundidad de 10 metros a la que penetraron en la masa de pirita por una galería en dirección. De aquí practicaron transversales sobre todo en los puntos que más riqueza presentaba el mineral. Al extremo oeste de la gran excavación tipo zanja se abrió un pozo llamado “Carmen”, que llegó hasta la profundidad de 50 metros, en el que se encontró mineral desde los 8 metros de la superficie hasta los 21. A partir de este pozo se extendieron las labores de la mina unos 66 metros al este, hasta el pozo “Santa Lucía”, constituyendo dos pisos en la profundidad de 10 metros.
La dirección de estos trabajos fue sin embargo caprichosa y sin sentido, resultó tan fatal su estado, que al poco tiempo se declararon en ruina a pesar de la gran cantidad de madera empleada en su fortificación. Al hacerse cargo de la dirección el ingeniero Ruiz, las galerías se hallaban completamente hundidas por lo que él solo trató de practicar nuevas labores al este del pozo “Santa Lucía”, aprovechando las primeras para el beneficio de las aguas vitriólicas que se produjeran.
Del año 1860 al 1865 fue cuando más ordenada y activa resultó la explotación de esta mina. Se abrieron tres pozos que se comunicaban entre sí por medio de galerías de dirección estableciéndose dos pisos en la mina en una profundidad de 20 metros. Galerías transversales a distancias convenientes explotaban el criadero en su potencia que aproximadamente era de 8 metros y alguna sirvió de investigación al norte y al sur del criadero existente.
La extensión lineal de las labores en esa época, según cálculo conservador del encargado de los trabajos que sirvió a las órdenes del ingeniero Ruíz era de unos 700 metros en pozos y galerías. Se practicaron además en la mina Complemento un pozo de 22 metros y una galería de 30 metros y en la mina Adición un pozo de 24 metros y otro de 30 metros, obteniéndose en esta última cobre nativo que se extrajo en cantidad de unas 170 toneladas de 17% de riqueza.
Siendo muy variable la riqueza de los minerales, se sometieron al beneficio por cementación en dos sistemas de siete tanques cada uno, los que no pasaban de una riqueza de 3 a 1 y medio por ciento y las aguas vitriólicas procedentes de los antiguos trabajos extraídas de los pozos “Carmen” y “Santa Lucía” por medio de malacates movidos por caballerías. Los minerales cuya ley era superior a 3 o 4% se beneficiaban por medio de la fundición en matas para cuyo efecto existían dos hornos castellanos, dos de corriente natural en comunicación con una chimenea de 38 metros de elevación y un horno reverbero. Los minerales cuyo tenor era superior a 10 o 12% se destinaban a la exportación.
Desde su fundación en 1853 y principalmente entre los años 1860-65 se podrían haber extraído en esta mina 20 mil quintales de pirita cobriza de 10% término medio de riqueza; unos 6 mil quintales de matas de primera fusión de 20 a 30%; 8 340 quintales métricos y 200 a 240 quintales métricos de cobre roseta. Trabajaban 90 0 100 hombres entre chinos y negros.
De 1865 a 1868 se obtuvieron unos 6 mil quintales de pirita cobriza de una ley término medio de 10% y unos 800 quintales de cáscara de cementación. Desde fines de 1868 hasta el cierre definitivo de la mina se trató de habilitar en lo posible las labores anteriores y se practicaron además dos pozos de 13 metros de profundidad y unos 200 metros de galerías teniendo preparado para la exportación un cargamento de 200 toneladas de mineral de 10 a 11% y 35 toneladas de cáscara de cementación de 70%.
Cuando las ganancias se elevaron a límites no previstos, los propietarios de la empresa explotadora decidieron fundir los metales en los alrededores del yacimiento, construyendo un enorme horno sobre un montículo natural que constituye el afloramiento del mineral. La gran chimenea que aún desafía las inclemencias de la naturaleza en el cielo de Mantua necesitó para poder erguirse 90 mil ladrillos los cuales fueron hachos a partir de la arcilla semirrefractaria obtenida en las inmediaciones del depósito cuprífero. Sin embargo, la inversión fue excesiva y la empresa cayó en la quiebra total.
Según la tradición oral, por entonces trabajaban en los yacimientos de cobre de la finca La Vigía cierto número de culíes chinos, hecho que resultó ser real, avalado por las memorias de Salterian. Al decidirse el cierre de las minas; los propietarios ordenaron dinamitar las entradas de las galerías para que no fueran descubiertas, aun cuando los asiáticos laboraban en su interior. Y contaban nuestros antepasados que en las noches podían escucharse el rechinar de los picos y las palas contra la dura roca entremezclados con el lamento de aquellos pobres hombres que, en vano trataban de abrirse paso hacia el exterior.
El autor de este artículo se enfrascó en una investigación documental, a fondo, para saber hasta qué punto es cierta esta historia con visos de leyenda. Pero hasta hoy no han sido encontrados documentos probatorios de la existencia de culíes chinos en las minas de cobre mantuanas.
Existe una explicación sobre la no existencia de documentos al respecto, salvo la referencia de Salterian: que estos hayan sido destruidos por los propietarios para borrar las huellas de un horrendo crimen.
RPNS: 2199 ISSN: 2072-2222