Importa cómo hemos vivido. Pasaron los tiempos en los que el águila de la gloria se posaba sobre el hombro del vencedor.
Hoy es mayor el pragmatismo, y por lo general somos autómatas que trabaja para quien menos piensa, más disfruta y dura más sobre este planeta.
Es cuestión de pirámides, cadenas alimenticias y clientelismos, para los que- reconozco- no todos están preparados.
Un hombre, en su sentido genérico, ha de estar listo para la jungla de la vida; entramada donde las cepas de la indiferencia, la fría solución- o no- de los problemas y los asuntos dejados a medias asustan, retuercen y replantean las máscaras del día a día.
Los buenos existen. Pasan por nuestro lado, se afanan bajo sus cascos blancos, azules o verdes, al pie de un rascacielos, en un campo de batalla o en las calles colapsadas de basura; dentro de un ómnibus atestado, en la sala de un hospital, en la quietud de las moradas vetustas de un pueblillo olvidado, o en las selvas de la incoherencia, robustas y extendidas.
Buenos y malos
Los malos también están ahí, celosos, “atravesados”, erigidos obstáculos, aplastadores de la pericia y las ilusiones de los que saben crecer. son esos, a los que no les importa cómo hemos vivido. Por eso digo que lo que vale, lo que cuenta, es lo que hemos hecho, aunque sea bien poco.
Nuestro paso por este mundo- exabrupto y complicado- siempre dejará huellas. El talante de estas depende de si elegimos el bando de los que no tragan completo, de los que detectan el batir de las alas de una mariposa, o el de los canallas.
Ser bueno no significa ser tonto, aunque la sociedad haya dibujado tal axioma. Ser bueno es emplear la vida en algo justo, aunque mínimo; saber que la justicia es lo primero, que los sucesos son como son y no como quieran pintarlos, que ser flexible es ser fuerte y que vale más morir de pie, que vivir de rodillas.
Importa cómo hemos vivido
Importa cómo hemos vivido: es bueno repetirlo una y otra vez, y dejar claro que el respeto se gana a fuerza de carácter, y el compromiso y la dedicación no pueden faltar porque nada tendría sentido.
En nuestro paso por la vida encontraremos buenos ejemplos. A Sócrates le obligaron a beber cicuta, a Galileo lo obligaron a retractarse, Giordano murió en la hoguera, y Fusik fue colgado por sus doctrinas.
Los tiempos son diferentes y no son necesarias las comparaciones extremas, pero la constancia y la infalibilidad son valores universales que han de defenderse a toda costa, porque de otro modo la existencia se torna inútil.
Vivir, no es solo respirar; es preparar con el ejemplo para que, cuando el corazón deje de latir, el recuerdo de las buenas obras inspire a quienes continúan en el camino.
RPNS: 2199 ISSN: 2072-2222