Una edad difícil: los tres años

La validez de actuar en consonancia con la voluntad propia y no atendiendo a los deseos de los padres de “aislar” y proteger al hijo o hija de las emboscadas de la vida, definen una posición que, desde la niñez, se hace intrínseca del hombre: la necesidad de independecia. Si bien es cierto que el afán de ser autónomo es una de las manifestaciones asociadas a la adolescencia, hay que ayudar al menor, desde las edades más tempranas de la vida, para que vayan aprendiendo a actuar con seguridad y criterio propio.

Si el niño manifiesta rasgos generales como negativismo y terquedad en las relaciones con los adultos y frecuentes conflictos con los padres y los educadores, estos, son indicios de frustración, en respuestas a la privación de ciertas necesidades que no puede satisfacer. Los infantes tienden a experimentar conflictos con las personas que lo rodean, casi siempre los más allegados, y es difícil de educar, aunque no obstante se producen reacciones en dependencia de la individualidad infantil.

Las necesidades no se satisfacen bajo dos condiciones fundamentales: cuando el niño no dispone de los medios para satisfacerlas y cuando las satisface esforzados por las exigencias sociales. En el primer caso la contradicción entre las necesidades del niño y sus posibilidades no constituyen un conflicto, pues él requiere desarrollar las habilidades que le faciliten la satisfacción de su carencia, lo cual actúa como una fuerza que impulsan su propio desarrollo.

En el segundo caso la contradicción depende del adulto, en tanto este sea capaz o no, de crear un sistema de relaciones determinadas que conduzcan al pequeño a la satisfacción de sus nuevas necesidades.

Una edad particularmente interesante es la de los tres años. El despunte del desarrollo de la personalidad infantil, resulta una forma de independizarse de la tutela del adulto. Aunque su desarrollo no está completo, el niño o niña de esta edad es un ser relativamente maduro. Es un infante más seguro de sí mismo y más adaptativo desde el punto de vista motriz. Ha aprendido a realizar ciertas acciones, como hablar, comer solo (aunque puede necesitar ayuda), y a valerse por sí mismo en sus necesidades básicas.

Los especialistas coinciden en que los años tempranos suelen ser los más decisivos, ya que constituyen la base de las estructuras que conforman la vida del ser humano. Pero si en lugar de aprovechar esta preciosa edad del aprendizaje para enseñarle a valerse por sí mismo, queremos seguir haciéndoselo todo, lo único que lograremos es invalidarlo y cuando consideremos que está en edad de hacerlo por sí solo, seguramente ya habrá perdido todo el interés por aprender.

A los infantes, el mundo circundante le resulta maravilloso, tiene iniciativas propias y quiere ejercerlas. Es una etapa en la que los caprichos son motivos de recurrentes perretas, sino se cede y se ejerce la debida autoridad. Por otra parte, despliegan un gran caudal de energía, por lo que resulta absolutamente imposible condenarlo a la inmovilidad.

El juego constituye una de las necesidades básicas del infante. Dedique, pues, al menos una hora de juego libre activo por día. Deje a su hijo o hija corra, trepe, marche, salte en un lugar seguro hasta que esté cansado. Premie su esfuerzo con comentarios y frases positivas. Se recomienda limitar el tiempo frente al televisor en provecho del juego activo. La paciencia y el estímulo le ayudarán a desarrollar nuevas habilidades y confianza en sí mismos.

Discipline al menor de manera uniforme. No haga amenazas que no pueda cumplir. Resulta preciso acostumbrarlo a cumplir lo que se le pide, y a no hacer aquello que se le prohíbe, además de incorporar a su comprensión el significado de palabras tales como: no se puede, no se debe, no se toca. Inculcar esta obediencia demanda que las exigencias que se plantean estén en correspondencia con la edad.

La edad óptima para enseñar al niño o niña a valerse por sí mismo es alrededor de los tres años. El aprender a hacer las cosas de forma independiente constituye para el infante una novedad atrayente que concentra todo su interés. Eso sí, no esperen que desde el primer intento atienda a lo que se le dice y enseña. Es precioso ser pacientes y repetirle las cosas tantas veces como sean necesarias. Sin olvidar que para su niña o niño el estímulo más poderoso es el amor.

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