Los bolos, esa historia que ha de ser contada

Nunca acepté la metáfora de, los “bolos”, porque olía a mugre de malos chistosos. Nací en 1970, ocho años después del casi materializado holocausto nuclear al que- por poco- no arribó la crisis de los misiles.

Fueron los tiempos de la presencia soviética en Cuba y la cooperación mutua en todos los campos de la economía y la sociedad. Fueron lindos momentos.    

A los soviets les decían, los “bolos”, según algunos porque construían tosco, pero duraba. Todo lo proveniente de la Unión Soviética trascendía el límite de la caducidad y prestaba un excelente servicio.

Televisores, refrigeradores, lavadoras, batidoras… en verdad no eran bellas, porque el concepto se subordinaba a lo útil, pero aún existen, están por ahí y funcionan.

Camiones, tractores, automóviles ligeros… es cierto, no eran muy económicos, pero si potentes, fiables, sencillos, como los necesitaba un país pobre, propensos a funcionar con innovaciones, en fin, tecnología de los “bolos” que nos sacó de apuros miles de veces, y todavía lo hace.

En el campo de la defensa no se quedaron atrás. La primera delegación “extraoficial” cubana que llegó a la URSS, entró casi clandestina al país.

Recuerdo haber leído en alguna parte, que el funcionario soviético encargado de atender la demanda que portaba el cubano, consistente en una inmensa lista de armas para defender la Revolución, leyó detenidamente y, sin sonreír siquiera, le ordenó al intérprete:

“Dile que eso y mucho más se lo enviaremos, y en cuanto al precio, no hay precio para defender la patria. Pónganle el precio a la amistad”. Muchas de esas armas llegaron a tiempo para ripostar la invasión mercenaria de Bahía de Cochinos.

Alguno argumentará que, “era una mera cuestión de geoestrategia y balance de fuerzas”. Pero los SAU 100, los T 34, los cañones antitanques y las balas eran reales, estuvieron en la ciénaga, y en manos de nuestros milicianos expulsaron a la cofradía de vagos, bitongos y asesinos que intentaban reconstruir el garito con la ayuda del gobierno de los Estados Unidos. Para Cuba el gesto tuvo una utilidad práctica invaluable.

Mis primeras camisas juveniles fueron soviéticas. Todas de colores brillantes, donde no faltaba el rojo, y mi primer reloj fue un elegante Poljot con 27 joyas. Jamás he tenido uno mejor. Cuestión de tener dinero, dirán los ácidos; y tendrán razón, porque quien escribe es hijo de gente humilde.

Pero remontémonos atrás, cuando los adoradores del imperio, los mismos que llamaban a los soviéticos, “bolos”, aplaudieron el zarpazo gringo consistente en faltar a lo pactado- cosa de bandoleros- y no comprar nuestro azúcar.

Entonces la URSS adquirió el compromiso de comprar 425 mil toneladas durante 1960 y en lo sucesivo, un millón de toneladas anuales. Pero no quedó ahí: confirió a Cuba un crédito por 100 millones- una fortuna entonces- a un interés 2,5 por ciento, para la compra de equipos, maquinarias, materiales y asistencia técnica para la construcción de plantas y fábricas.

En 1964 Cuba ingresó en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) como miembro observador. Esto propició el aumento de las exportaciones de azúcar, níquel y cítricos. En 1972 la isla era ya miembro pleno del CAME. Todo gracias… a los “bolos”.

Entre 1983 y 1989, los países socialistas recibían el 82,9% de las exportaciones de la isla y proporcionaban el 82,7% de las importaciones.

Añoranza por los bolos

La caída de la URSS tuvo un impacto demoledor en nuestras vidas, incluso para los risueños, amantes nostálgicos de lo “americano” y criticones de, los “bolos”.

La crisis económica, la ausencia de alimentos, combustibles e insumos que mantenían vivo al país, imposibilitado para maniobrar en otros mercados por causa del bloqueo, golpeó a todos.

Muchos maldecimos a Gorbachov, a Yeltsin, al ejército soviético y a cuantos pensamos eran culpables de que, el balance del planeta y esperanza de millones de seres humanos no existiera nunca más.

A los cubanos no nos quedó otra alternativa que dar al mundo una lección de resistencia y soberanía sin precedentes. Y lo hicimos.

Todavía hay quien nos llama, satélites de aquella parte de la historia, y los revisionistas tomaron – y aún toman- a la ex Unión Soviética para cuestionar el socialismo cubano, y le adosan términos culpables como, “atraso tecnológico” “economía devastada” o simplemente “subdesarrollo a lo soviético”. Todavía no he escuchado al primero decir que, el bloqueo es la principal causa de nuestras vicisitudes.

Puede que el rechazo y hasta la burla a todo lo “soviético”- los “bolos”- fuese en un primer momento el apego a las estructuras de la consciencia social y política de un pueblo atemorizado por décadas con el fantasma del anticomunismo. Las personas se atan a lo conocido, porque el cambio y el ser humano siempre han tenido una relación de confrontación y antagonismo.

Cuando el derrumbe, fue- a mi juicio- el reproche, el mecanismo de millones, defraudados por el colapso de aquello que consideraban, un monolito indestructible, baluarte de poder y seguridad.  A esas personas las comprendo, porque encarnan la reacción lógica contra la traición a un arquetipo mundial por un atajo de oportunistas.

A quienes no justificaré es a los mal agradecidos. A los que utilizaron la coyuntura desfavorable para echar leña en el fuego inevitable de nuestros errores. Son los eternos antagonistas de las lavadoras rusas- porque existe las occidentales- y no precisamente las de fabricación china.

No lo hacen por cuestiones de ahorro de energía, sino por destilación ácida; no porque les preocupe el equipo eléctrico, la bota rusa, el radio VEF- 206, o el IL- 62M (al que llamaban maruga con asientos, pero no se caía), sino por la tajada, la lasca subliminal que puedan sacar a los “guapeadores” aparatitos “bolos”.

Son mercenarios de lo sutil, inductores de un pensamiento hipercrítico, montado para demostrar que, los cubanos estuvimos cuarenta años comiendo catibía… con los “bolos”. Y no fue así.

Despotricar acerca de, los “bolos”, sería irrespetar la memoria de los soldados soviéticos que murieron en nuestra patria, cumpliendo un deber internacionalista; sería difamar a quienes prestaron su colaboración en nuestro país para que defendiéramos nuestro derecho a existir.

Sería escamotear el éxito profesional a miles de jóvenes cubanos que estudiaron en la URSS y contribuyeron con sus conocimientos al desarrollo personal y al de esta nación caribeña.  

En fin, sería un perfecto ingrato con tantas buenas obras, que no tuvieron nada que ver con Gorbachov, o los demás que llevaron al país de los trabajadores a la muerte súbita. Las cuestiones de unos cuantos no deben ser adosadas al agradecimiento y la amistad sincera entre los pueblos.

Hoy Cuba y Rusia, escriben un nuevo y sólido capítulo de esta historia. Será el tema de otra ocasión.

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