Mis Maestros

Por Lázaro Boza Boza

Tuve buenos maestros y eso es algo de lo que puedo sentirme orgulloso. Y no pretendo hacer apologías en el reducido espacio de este comentario; tan solo compartir  con ustedes las huellas que dejaron en mí personas excepcionales que hoy recuerdo con mucho cariño.

En días recientes una mamá me preguntaba cómo era posible que su pequeña de cuarto grado tuviera que “investigar” para escribir nada más y nada menos que, quince páginas  sobre la vida y obra del Apóstol.

Maestras de mi infancia. Imagen ilustrativa

Me sentí afectado: porque mis maestros me enseñaron que,  a los nueve años hay que recitar los versos sencillos de Martí, llevarle flores a su busto, leer La Edad de Oro y conocer el sacrificio de su vida.

Más allá del “cumplimiento” de un encargo docente, los niños, los adolescentes y jóvenes han de aprender a  sentir la utilidad de lo que se les enseña y el compromiso futurista de cuestionar, para que no se limiten a la inútil reproducción,  sin antes dudar, experimentar y comparar. En tal sentido,  mis maestros me enseñaron que el pensamiento crítico debe prevalecer por encima de los dogmas.

Cuando llegan los exámenes finales, la casa, la escuela y el barrio se convierten en turbulenta corriente de estudiantes, maestros y padres. Al respecto aprendí- de mis maestros- que la  evaluación continua es más importante que los exámenes finales,  que solo representan un porcentaje menor de la nota. Si se es bueno en todo el curso, se es bueno al final.

Maestras de mi infancia. Imagen ilustrativa

Mis mentores me prepararon también para aceptar que la  empatía es tan importante como el conocimiento. Desde mis primeros años escolares aprendí que compartir la merienda, hacer círculos de estudio, ayudar a los menos adelantados y no burlarnos de los compañeros por su condición social, apariencia o situaciones familiares era el mayor premio. Hoy sigo pensando igual.

Mis maestros de ciencias y de humanidades me dejaron bien claro que éstas últimas eran  la clave para formar líderes. Así, los de mi generación aprendimos a plantearnos  interrogantes de carácter humano, a tener inquietudes de cómo construir una sociedad mejor.  

Con mis maestros aprendí a perseguir sueños, a comprender que subir la cuesta es más importante que conquistar la cima, a ganar sin herir ni mancillar, a desestimar la humillación como arma de batalla moral  y a saber perder con  dignidad.

Pero sobre todas las cosas, mis maestros me enseñaron a querer a la patria, a sentir como propias las injusticias cometidas con terceros, a predicar con el ejemplo y a admirar a quienes así lo hacen.

El guía vuela delante y conduce el bando- me dijeron también mis maestros-  y así ha de ser, porque el profesor, el doctor en ciencia, no solo es eso: también son paradigma que ostentan el poder y la responsabilidad de formar a los  hombres del mañana.

Son otros tiempos, nada es perfecto, pero me gustaría pensar que en el porvenir, las enseñanzas de mis maestros estarán presentes.

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